Introducción

El diccionario define el agua como un "líquido transparente, inodoro, insípido, compuesto de hidrógeno y oxígeno, de fórmula H2O, que hierve a 100 grados, el cuál en un estado más o menos impuro, constituye la lluvia, los mares, los lagos, los ríos, etc...", ...pero, ¿es el agua únicamente éste líquido transparente?

El agua cubre un 70% de la superficie de nuestro planeta y se mueve continuamente en un ciclo natural, de la atmósfera a la tierra, de la tierra al mar y del mar a la atmósfera, a través de procesos de condensación, transpiración y evaporación. Ahora bien, a pesar de qué las dos terceras partes del planeta están cubiertas de agua, sólo un 0.007%, constituye el agua dulce de los ríos y de los lagos, es decir, el agua dulce superficial de fácil acceso.

El agua nutre los ecosistemas y, las sociedades humanas como parte de éstos sistemas, nos nutrimos del agua. A menudo decimos que es un principio básico de la vida, ya que más del 70% de nuestro cuerpo, está formado por agua y necesita de su aportación diaria. Pero el agua ha sido también un elemento fundamental para el bienestar material y cultural de todas las sociedades del mundo, produciendo alimentos, posibilitando unas condiciones de saneamiento y dotando de valor cultural, historia y entidad, a los pueblos.

Pero hoy en día, vemos como la disponibilidad de éste recurso disminuye, a medida que la sed de agua en los países desarrollados para el uso doméstico, el ocio, la agricultura y la industria, no deja de aumentar. Vemos aún como 15 millones de personas, mueren al año por falta de agua y vemos como cada vez más, el ciclo natural del agua ha quedado tan alterado por el hombre qué, los ríos pierden progresivamente su caudal, los estanques se reducen, las aguas se contaminan, hay tierras que se transforman en desiertos. Y el agua parece que cada vez es más escasa. Pero la escasez y la abundancia del agua, está determinada por la gestión que se hace de ella. El agua no es ilimitada, pero puede volverse abundante allí en dónde escasea y volverse muy escasa allí en dónde hay grandes cantidades si no se hace un buen uso y se desperdicia.

Con más de 1200 presas ya construidas, nuestro país muestra como, a principios del siglo XX, se inició una política de construcción de grandes obras hidráulicas que ha perdurado hasta hoy. Con la idea arraigada de qué, el régimen hídrico natural no funcionaba correctamente, qué se tenía que corregir y qué por tanto, los ríos tenían que ser "regulados", las presas y embalses, se convirtieron en símbolo de progreso y de desarrollo económico, interviniendo y alterando el curso de todos los grandes ríos españoles, enterrando muchos pueblos y arrancando la identidad territorial a mucha gente. El agua y los ríos han sido y son considerados simplemente, un recurso convencional aprovechable en actividades económicamente productivas y, la política hidráulica basada en la gestión de la oferta, ha creado insaciables consumidores; así, crece imparable la transformación de cultivos de secano al regadío en tierras secas, se multiplican las urbanizaciones turísticas y complejos hoteleros, aparecen campos de golf en los terrenos más insospechados y la sed creciente de agua, se alimenta con la construcción de nuevas obras hidráulicas, presas y trasvases que, parecen imprescindibles para conducir aguas de unos terrenos a otros y así "compensar" la falta de agua creada.

En éste escenario, aparece la Nueva Cultura del Agua (NCA), una filosofía de pensamiento nacida del movimiento social COAGRET (Coordinadora de Afectados por Grandes Embalses y Trasvases), como una respuesta a las políticas tradicionales del agua y que presenta una alternativa, a la forma de entender los ríos, su uso y su gestión. La NCA, defiende unas políticas basadas, no en la gestión de la oferta, sino de la demanda, reclama un uso eficiente del recurso, reivindica el valor natural y patrimonial del agua y de los ríos y, apuesta por una participación de la sociedad en la gestión hídrica.

La demanda del agua se ha de adaptar a su disponibilidad al terreno y no al revés. De ésta manera, el ahorro y el uso eficiente de ésta, tienen un papel clave para una correcta gestión, así como el mantener en buen estado de conservación los ecosistemas acuáticos, para garantizar el acceso y la calidad del agua a los 6.500 millones de personas que hay en el mundo.

La contaminación y sobreexplotación de éste recurso, está provocando qué, el agua sea cada vez más escasa y, ésta escasez (resultado de una mala gestión), está sirviendo de excusa para transformar lo que siempre ha sido un bien libre y de carácter público, en un bien económico, sujeto a la privatización y comercialización. La privatización de los recursos hídricos, se presenta como una solución a la mal llamada falta de agua y, gana terreno al mismo tiempo qué el agua es tratada como una mercancía más, y su valor únicamente se mide ahora en términos económicos. El agua se convierte en un bien escaso y caro, solo accesible a aquellos que disponen de poder económico, mientras a los pobres y a la naturaleza no les queda su parte. Actualmente, hay unos 1.100 millones de personas, más de una sexta parte de la población mundial, que no tienen acceso a éste recurso vital.

El agua se convierte en un flagrante negocio para las empresas transnacionales qué, a medida que aumenta la escasez del agua y también la demanda, ven más cerca la gallina de los huevos de oro i que, el negocio con el agua está asegurado, en la medida en qué es un elemento imprescindible para vivir.
Pero la conservación de los recursos hídricos, no se consigue con la subida de precios en un mercado libre, ya qué, el agua, se puede seguir desperdiciando de la mano de aquellos que tienen suficiente poder económico para hacerlo. La conservación de los recursos hídricos pasa por un cambio de mentalidad, de gestión y por un retorno de la democracia del agua: el derecho a un agua limpia, ha de estar garantizado para todos los ciudadanos y para el resto de las especies y ecosistemas. El cambio pasa por encontrar el valor real del agua.