ANTE UNA DEMOCRACIA DE "BAJA INTENSIDAD" LA DEMOCRACIA A CONSTRUIR

M. Dolors Oller

I Seminario de Profesionales Jóvenes de Cristianisme i Justicia


LA DEMOCRACIA COMO META:

UN MODELO DE CONVIVENCIA ÉTICA Y PARTICIPATIVA

La democracia es algo más que una forma política de gobierno, y algo más que la elección de unos representantes por sufragio universal y libre. La democracia es una forma de entender la vida y la organización social que posibilita al ser humano llegar a ser realmente persona, y que por tanto encuentra sus raíces en la propia naturaleza humana. Esta concepción supera con creces el modelo del individualismo liberal clásico. Sus características son las siguientes:


LA DEMOCRACIA COMO FORMA DE CONVIVENCIA MÁS ADECUADA

El hombre no es meramente "homo oeconomicus"

El fundamento de la democracia es la persona humana en su dimensión comunitaria. El individuo, con el fin de realizarse plenamente como persona, necesita salir de sí mismo, porque su identidad se construye en la ruptura de la soledad, en el encuentro con los demás, en la comunicación y el reconocimiento de cada ser humano para construir un futuro en común.

En consecuencia la democracia es un instrumento al servicio de finalidades colectivas. El hombre no es meramente el "homo oeconomicus" que se sirve de la política exclusivamente para garantizar sus derechos subjetivos y sus propios intereses, sino aquel con capacidad de deliberar y decidir también según intereses comunes y generalizables. El hombre es consciente de que su destino está ligado a los demás, al "bien común". No puede haber bien individual sin bien colectivo, basado en el reconocimiento de la dignidad absoluta de toda persona, con todo lo que esto comporta.

Este "bien común" ha de incorporar elementos de gratuidad, de acción no calculadora ni interesada, al margen de la lógica del "do ut des". Por ello es cuestionable que se pueda vertebrar a partir del exclusivo "interés privado", tal como cree la tradición liberal. Desde el puro individualismo sólo se consigue pasar del "interés privado" al "interés de grupo" corporativo, siempre insuficiente para construir una sociedad más justa.
Este hombre capaz de trascenderse tiene en la participación significativa en la vida pública una de las posibilidades privilegiadas para su realización y desarrollo como persona.

Apasionarse por la labor colectiva

Sin embargo, la identificación de intereses entre individuo y "bien común" no nos viene dada, antes bien ha de ser construida desde la libertad, una libertad positiva, que conlleva responsabilidad solidaria y creativa. Porque ser libre quiere decir ser responsable de las propias acciones y, en este sentido, la democracia sólo puede nacer desde un interior humano comprometido con el futuro de la comunidad. Aquí la comunidad es concebida no sólo como algo que protege y beneficia al individuo, sino también como labor que entusiasma, en la cual el individuo puede plasmar su creatividad y su potencial transformador.

Este sentido de democracia consiste en una forma de convivencia social valiosa por sí misma, porque fomenta el carácter de autogobierno creativo y responsable de los individuos y les potencia el sentido de la justicia, la capacidad de apasionarse por la labor colectiva y el compromiso real con la felicidad de los demás, con aquellos con los que se construye el futuro.

De hecho, esta responsabilidad es una co-responsabilidad, una responsabilidad compartida, colectiva, que va más allá de la responsabilidad como un simple asunto de la conciencia individual, y que llega a ser indispensable en un mundo interdependiente como el actual.

Algo parecido encontramos en las raíces de toda revolución democrática. Es suficiente con evocar el lema de la Revolución francesa: libertad, igualdad y fraternidad. Sin esta libertad con responsabilidad y solidaridad, no se superará el "Ancien Régime" en el que la libertad de unos pocos se construía mediante la esclavitud de los más. Por ello hablar de democracia es hablar de ética.


LA DEMOCRACIA COMO EXIGENCIA ÉTICA

Atendiendo a su propia naturaleza, la democracia es una opción ética porque descansa sobre el valor de la persona humana y su dignidad. Los valores éticos son los que exigen que una sociedad humana se organice en un orden democrático, el único que posibilita el pleno ejercicio de la libertad humanizadora. A la vez, la ética impone algunas exigencias a la democracia, la cuestiona permanentemente y la obliga a moverse dentro de ciertos parámetros a fin de lograr determinados resultados.

Así la democracia ha de ser un orden social que cree las condiciones que hacen efectivas la libertad, la igualdad y la solidaridad, para posibilitar que las personas puedan desarrollar su autonomía individual y realizarse como seres comunitarios. La ética exige del propio Estado democrático, de sus instituciones y procedimientos, la promoción eficaz del "bien común" y la liberación de las diferentes formas de servidumbre económica y social, es decir, la mejora de las condiciones de la vida humana. En este sentido la democracia es el régimen más exigente que existe y, por tanto, la pobreza y la marginación -tan corrientes en las sociedades desarrolladas- son la negación radical del orden democrático.
Pero la democracia exige también un comportamiento y una actitud ética por parte de los ciudadanos. Si los valores éticos no son cultivados por la ciudadanía, la democracia está en peligro.

La democracia ha de ser "vivida". Se ha de mantener la "tensión comunitaria" del individuo que libremente construye, junto con sus conciudadanos, día tras día, este ideal de convivencia entre hombres y mujeres libres y solidarios, comprometidos con su historia personal y colectiva. Y si bien es cierto que la participación en esta tarea genera sentido de pertenencia a una comunidad, también lo es que éste se ha de ir alimentando para que no decaiga.

Ello no obstante, este tipo de democracia, esta opción por una determinada manera de convivir, no se puede sostener si no tiene como base la justicia.

DEMOCRACIA IMPLICA SOLIDARIDAD COMO CONDICIÓN DE LA JUSTICIA

Este modelo de democracia implica comportamientos solidarios. El sentido de la justicia no se agota en la construcción de un sistema jurídico, sino que siempre lo cuestiona, haciendo ver sus insuficiencias. Por otro lado, el concepto de justicia es más exigente y va más allá del concepto de igualdad.
Esta igualdad se integra sin demasiados problemas en el modelo de economía de mercado bajo la forma de igualdad de oportunidades. No parece exigir otra cosa que una cierta redistribución de la riqueza y, no siendo una igualdad absoluta (sería "igualitarismo"), puede convivir perfectamente con la existencia de una desigualdad aceptable. Por ello el sistema democrático actual por un lado "ignora que produce pobres" y por otro "ignora los pobres que produce".

Por el contrario, la justicia (capacidad de deliberar y decidir por intereses comunes) exige el complemento de la solidaridad: la capacidad de compartir, de hacer propios los intereses y necesidades de las otras personas y grupos. Conlleva, por tanto, una implicación vivencial a partir del reconocimiento del otro, convirtiéndose en una concreción necesaria de este valor universal y abstracto que es la justicia.
Es evidente que la justicia ha de impregnar las instituciones y la legislación, pero eso no basta. Es preciso pasar a la solidaridad, expresión concreta de la autonomía individual y, en consecuencia, de la responsabilidad. La solidaridad quiere decir afecto, calor humano, estima, amistad... Todo esto es necesario con el fin de que la justicia no quede en la fría letra de la ley o en el servicio "aséptico" prestado por una institución. La solidaridad se ha de entender como condición de la justicia y, a la vez, como compensadora de sus insuficiencias.

Ahora bien, la sociedad ha evolucionado de tal modo que los modelos tradicionales de solidaridad resultan claramente insuficientes. Hoy en día no hay experiencia común de injusticia; además, los marginados por el sistema, muy heterogéneos y sin una problemática común, no tienen voz ni están organizados para hacerse oír; no son necesarios para nadie -a diferencia de la clase obrera de la industrialización-, de modo que la sociedad puede vivir de espaldas a ellos.

Por todo ello urge pensar y tener el atrevimiento de proponer un nuevo modelo de solidaridad que pase indefectiblemente por una revisión a fondo del modelo de desarrollo y estilo de vida actuales

A menudo, desde diversas instancias, se apela a la ética y se hace una crítica a la sociedad por su falta de valores. Sin embargo, sería necesario preguntarse honestamente por el modelo económico, casi nunca puesto en duda -porque parece el mejor posible,- pero que genera pobreza y un individualismo cada vez más fuerte como actitud ante la vida, creando de hecho un hombre insolidario. A la vez también se hace evidente que no se puede confiar en el crecimiento económico para resolver la desigualdad existente, porque no comporta sin más el reparto equitativo. Por tanto hoy más que nunca es preciso un comportamiento solidario, necesidad que se acrecienta si se tiene en cuenta que el crecimiento ilimitado es insostenible por su coste social y ecológico.

Este nuevo modelo de solidaridad ya ha estado propuesto y definido por algunos autores como "solidaridad por reconocimiento" o "solidaridad ascendente".

Consiste no en "repartir entre los menos iguales los excedentes de los más iguales (mecánica redistributiva del Estado del Bienestar que no modifica sustancialmente los privilegios de los más fuertes), sino en organizarlo todo desde los derechos de los menos iguales", de los más débiles.
Las diferencias sociales son escandalosas en las sociedades acomodadas, y esto hace que la redistribución de la riqueza sea algo ineludible en la construcción de una sociedad más justa. Pero es necesario dar un paso más hacia una "solidaridad compasiva", es decir, aquella que es consciente de que, en este reparto solidario, cada uno ha de aportar de lo que es suyo y no pensar sólo en recibir. En otras palabras, es necesario potenciar -por solidaridad- la renuncia al goce de algunos derechos, porque debe asumirse que ser solidario va muy a menudo en contra de los propios intereses.

Siguiendo en esta línea de reflexión, parece lo suficientemente urgente dibujar un modelo de desarrollo que satisfaga las necesidades de la generación presente sin hipotecar, sin embargo, las generaciones futuras. Este modelo sólo se puede encontrar abandonando la "civilización de la riqueza", centrada en "la acumulación privada de capital (por parte de individuos, grupos, multinacionales, Estados o grupos de Estados) como la base fundamental del desarrollo, la posesión individual o familiar de riquezas como base fundamental de la propia seguridad y el consumismo como base fundamental de la propia felicidad". Es preciso avanzar hacia una "civilización de la austeridad" y de la moderación del consumo frenético. Esto no quiere decir, ni mucho menos, volver a un mundo pre-industrial, sino simplemente "gozar de unas condiciones de vida decentes perfectamente compatibles con la renuncia a quemar lo que queda de la naturaleza o a consumir sin límites bienes innecesarios".


UNA DEMOCRACIA PARTICIPATIVA QUE VERTEBRE EL TEJIDO SOCIAL Y ROMPA EL CORPORATIVISMO

La democracia ha de estar presente en todos los ámbitos de la vida social. Esto significa democracia política, pero también democracia económica, laboral, cultural y social. Por tanto, habría que ampliar los espacios en los que el ciudadano pueda participar en las decisiones que le afecten.

En primer lugar, es preciso decir que la existencia de la democracia no puede reducirse al ejercicio del derecho de voto a pesar de que éste sea uno de sus requisitos indispensables. La participación electoral se limita a menudo a legitimar un sistema que de hecho es una "democracia censitaria", porque sólo vota la mayoría solvente económicamente o la más integrada en los patrones mayoritarios, es decir, la mayoría satisfecha.

La democracia actual se ha transformado en una "tecnocracia" donde se sustituye la voluntad popular por el político elegido

Este político actúa bajo imperativos básicamente técnicos, alejado de la voluntad de los agentes sociales. Los ciudadanos ya no deciden las políticas que les afectan; son sujetos de derechos, pero les falta poder real. Así, las democracias consolidadas se han convertido en una especie de "despotismo tecnocrático" que enlaza con la mentalidad del "despotismo ilustrado": hoy se continúa gobernando "para el pueblo", pero "sin el pueblo".

Ahora bien, es preciso ser conscientes de que para transformar la realidad no basta la acción estrictamente política, entendida como actuación desde los poderes públicos. Transformar la sociedad es una tarea colectiva y, por tanto, no es lícito que los partidos políticos monopolicen la representatividad social, cosa que pasa demasiado a menudo. Urge, pues, plantearse una recuperación de la sociedad civil, en el sentido de devolver la voz a los agentes sociales. Y esto quiere decir que el Estado ha de perder su centralidad en beneficio de la pluralidad de estos actores presentes en la sociedad de hoy en día.

Una de las lecciones que podemos aprender de la historia es que los individuos no pueden abandonar totalmente su capacidad de decisión en manos de los poderes públicos. Concretamente, y en relación con el Estado del Bienestar, el crecimiento de su vertiente asistencial -como consecuencia de peticiones de tipo democrático- ha llevado a una supeditación de los ciudadanos a los poderes públicos, objeto constante de sus demandas. Así, el factor corporativo ha entrado en el juego democrático para resolver necesidades particulares, y los ciudadanos, en vez de llegar a ser libres y maduros, sustituyen el esfuerzo y la iniciativa individual por la dependencia, transformándose así en una especie de súbditos o siervos de un sistema que no es aristocrático, pero que se aleja del ideal de democracia participativa.

Recuperar parcelas de soberanía

Para evitar esta situación, es preciso que los individuos se sientan responsables de los problemas comunes de la sociedad, transcendiendo sus intereses particulares, marcadamente corporativistas, y actúen en consecuencia. En esto consiste la ciudadanía. La civilización moderna ofrece muchas posibilidades no sólo de descanso necesario, sino también de alienación y de ociosidad que permiten instalarse en los niveles más epidérmicos de la existencia, abdicando prácticamente de la condición humana. Pero el modelo de democracia propuesto no se contenta con eso, porque de lo que se trata es de que el individuo sea verdaderamente persona, que pueda llegar a ser el artífice de su propio destino, recuperando su protagonismo. Así, vivir humanamente implica tender hacia una redistribución del poder y de la responsabilidad en los diversos actores sociales, cuestión exigida por el propio pluralismo existente.
Ello ha de conducir a una redefinición del concepto de "poder". El poder ha de ser concebido y vivido no sólo desde una perspectiva vertical o jerárquica, sino también desde una perspectiva horizontal y descentralizada, porque la complejidad y la interdependencia de los problemas actuales hace que no puedan resolverse con una política dirigista. Por el contrario, es precisa la acción coordinada desde diversos frentes con responsabilidades compartidas.

Aquí reside la gobernabilidad, en esta acción coordinada, complementaria y corresponsable que, partiendo del propio ámbito, se abre a una perspectiva global, de forma que el "bien común" no quede solamente en manos del Estado, sino que sea asumido también desde las iniciativas sociales y ciudadanas. Esta concepción de un Estado dialogante con una sociedad cada vez más interdependiente que ejerce el reparto de la responsabilidad deja sin sentido la vieja contraposición Estado/sociedad civil, que ha sido superada con la politización de las relaciones sociales.

Para ser eficaz, la acción de los agentes sociales ha de ser fundamentalmente organizada, capaz de crear -más aun, de conquistar- "contrapoderes" que tengan una incidencia real en las prácticas y mecanismos tradicionales, y que permitan la efectiva materialización de los derechos atribuidos a los ciudadanos, a menudo reconocidos sólo formalmente.

Se trata de recuperar parcelas de soberanía (a través de la creación de tejido asociativo y de la vertebración de la sociedad), de reconstruir vínculos sociales entre las personas concretas que posibiliten el aprendizaje de la solidaridad, y de vivir la "cultura democrática" o "democracia de la cotidianidad", verdadera expresión del poder social de los ciudadanos que, desde el servicio a la colectividad, son capaces de ir más allá de la inmediatez y de los intereses particulares.

Sólo así, con la creación de estos espacios de libertad nacidos en perspectiva solidaria, y con una visión global de los problemas y las necesidades, podrá romperse la dinámica corporativista existente. Y por ello también se puede afirmar que la ciudadanía exclusivamente de voto "equivale a la renuncia de aquello que puede hacer del orden democrático un orden realmente humanizado".

Otra cuestión importante es "¿qué democracia?"

Porque aumentar los lugares donde elegir representantes por votación no es lo mismo que tener una participación significativa en las deliberaciones y discusiones que afectan al individuo. No se trata de llevar la democracia representativa a todos los ámbitos de la vida social, como defienden algunos autores: esto sería, en realidad, privar a los individuos de su participación significativa en cuestiones que les afectan mucho.

Al contrario, se ha de preveer posibilidades más amplias de actuación democrática, de forma diversa, que se adapten a las características propias de cada ámbito. No caben pautas homogeneizadoras; es preciso concretar según los casos, buscando siempre la consecución más satisfactoria posible de las exigencias de autonomía y realización personal que la democracia comporta.

Por lo que respecta al ámbito estrictamente político, en las sociedades actuales, la clásica definición de la democracia como " gobierno del pueblo a cargo del pueblo" constituye una expresión vacía y equívoca, salvo que se haga compatible con procedimientos representativos. Pero esto no excluye que puedan utilizarse, de forma complementaria, ciertos mecanismos de democracia directa que implicarían mucho más a los ciudadanos en el hecho comunitario.


DEMOCRACIA COMO PROCEDIMIENTO Y A LA VEZ COMO META A CONSEGUIR

De entrada la democracia se presenta como un conjunto de normas de procedimiento y reglas de juego que sirven para resolver, por la vía de la mayoría y con el respeto a las minorías, los conflictos de intereses que inevitablemente se producen en toda sociedad.

Pero a la vez la democracia pide convicciones para sostenerla y orientar las prioridades entre valores concurrentes. Por tanto, a los procedimientos hay que añadir el contrapeso de los valores que dan contenido a las propias acciones. Esto hace que no sea suficiente la existencia de procedimientos correctos, sino que, al calificar un régimen de democrático, tengamos que valorar también los resultados conseguidos, que han de posibilitar el desarrollo personal y grupal.

En este sentido podemos hablar de la democracia como meta a alcanzar, vinculada a una progresión real de la justicia en las relaciones sociales, con vocación integradora de todos los ciudadanos. La realidad social se ha de contemplar y configurar desde el reconocimiento de todos ellos para "llenar de contenido las afirmaciones formales de ciudadanía y crear las condiciones materiales de los derechos civiles", haciendo posible así una convivencia verdaderamente humana.

Democracia como proceso quiere decir que sus exigencias no son invariables en el tiempo, sino que van aumentando progresivamente

Por tanto, la democracia ha de ser propuesta como objetivo constante, como norte en la configuración de la sociedad. Concebirla como instalación en un estado de perfección fosilizada sería aniquilarla.
Ciertamente, el carácter procedimental de la democracia no se ha de infravalorar, porque después del hundimiento de los países del Este ha quedado claro que la democracia formal es condición necesaria -pero no suficiente- para la democracia material o real.

Sería ingenuo contemplar el poder de forma demasiado optimista. La experiencia demuestra que tiende a ser utilizado abusivamente si no se controla, y entonces amenaza los derechos y libertades de los ciudadanos. Por tanto se ha de velar para que toda forma de poder se integre en un marco de responsabilidad pública, y es preciso dotar al sistema de mecanismos jurídicos que eviten las tentaciones de abuso y de dominio que habitan en todo poder. Además la existencia de poderes diversificados -en el Estado y en la Sociedad Civil- es garantía de democracia y es indispensable garantizar su separación; especialmente entre el poder judicial y los órganos políticos. Pero más allá de esta separación es preciso arbitrar mecanismos de control popular sobre todas las formas de poder antiguas y modernas. La razón y la experiencia muestran que olvidar este aspecto limitador del poder termina haciendo imposible cualquier forma de profundización en la democracia y lleva a consecuencias nefastas.

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Democracia como procedimiento y reto, proceso y proyecto, forma y contenido. Este es el modelo que hemos contemplado en nuestra reflexión, para ayudar a construir, en definitiva, una sociedad más rica en humanidad.

DE LA DEMOCRACIA QUE TENEMOS A LA DEMOCRACIA QUE QUEREMOS

Precisamente porque la democracia es la forma más humana de convivencia y de colaboración, no se puede defender solamente en el campo estrictamente político. Es preciso buscarle caminos en todas las áreas de la convivencia: en el terreno civil, en el político, en el económico y en el cultural. Este es el orden que seguiremos en esta segunda parte.


LA DEMOCRATIZACIÓN DE LA SOCIEDAD CIVIL

Contemplamos la democracia más allá de su alcance como principio político relativo a la construcción del poder y, por tanto, del Estado. Y la vemos también como principio social referido a la sociedad civil, es decir, a todo espacio de convivencia y de toma de decisiones que afecten a cualquier colectividad. Por otro lado, es preciso ser consciente de que todo proceso transformador no se genera nunca desde arriba, sino desde la base. Ni los gobiernos totalitarios ni los democráticos han cambiado nunca en sentido positivo y solidario la moral de los ciudadanos: los unos por los métodos autoritarios y coactivos utilizados, y los otros por su busca pragmática del voto. En consecuencia, la democratización de la sociedad civil se ha de considerar premisa necesaria e ineludible para la existencia de un Estado democrático y, a la vez, como motor de su democratización.

Necesidad de democratizar la sociedad civil

Las sociedades civiles de los países desarrollados están formadas por grupos muy diversos. Son muy plurales y diversificadas, integradas por asociaciones, corporaciones, grupos de presión, movimientos sociales, etc., que se estructuran alrededor de intereses muy diferentes, velando por ellos. Esto provoca fragmentación social y solidaridad entre los miembros de cada colectivo, pero también insolidaridad intergrupal, así como una pérdida de la perspectiva global: el "bien común" se ve como un interés particular, de grupo. De este modo el corporativismo penetra en el tejido social, y el más débil siempre sale perdiendo, tanto a nivel de Estado como a nivel internacional.

Este hecho va unido al carácter de ser sociedades de clase media, las cuales buscan en el sistema democrático una garantía para sus libertades formales, desinteresándose de la vida pública. Todo ello favorece la insolidaridad y debilita toda reivindicación de igualdad.

Por tanto, es preciso no ser ingenuo en la alabanza a una sociedad civil transparente y eficaz en contraposición al Estado burócrata e ineficaz. La sociedad civil también es el reino de lo particular, del egoísmo, de la insolidaridad cerrada en el propio interés... No es ni mucho menos una sociedad en equilibrio.
Ante esta realidad es indispensable la democratización asociativa y participativa del tejido social, de modo que rompa la insolidaridad global propiciada por el corporativismo y potencie la actuación según valores solidarios, recuperando así el sentido social de la convivencia, el sentido de pertenecer a una Comunidad. Se trata de recobrar protagonismo por parte de los individuos y grupos sociales, con el fin de ir construyendo la democracia desde los niveles inferiores de la sociedad, y así engendrar e instrumentar un Estado participativo.

Es aquí donde los protagonistas sociales adquieren relieve

Por otro lado, en el actual debate sobre privatizaciones y ante la crisis del Estado del Bienestar, no se ha de olvidar el papel del Estado como corrector de las carencias de la sociedad. Por tanto, la reducción de la demanda de Estado ha de venir acompañada de la creación de sociabilidad, si no se quiere que ese hecho provoque más marginación y nuevas situaciones de desatención.

El grupo nacido en clave solidaria se ha de trascender. Si se encierra sobre sí mismo, sembrará la simiente de la insolidaridad y no cumplirá su misión, porque la lucha es contra la fragmentación de la sociedad. Los grupos cerrados, centrados en sí mismos como objetivo, no son mecanismos capaces de vehicular expresiones solidarias y, en lugar de unificar, fragmentan la sociedad en sentido corporativo. De ahí la importancia de tener como referente claro valores de carácter social, y de vincularse entre ellos.
Del mismo modo se ha de procurar que estos grupos no sean un refugio para personas con valores no compartidos socialmente, porque entonces también se cerrarían sobre ellos mismos y tendrían una función de evasión de la realidad, sin incidir en la globalidad.

Asimismo, es importante que todos estos grupos adquieran conciencia estructural de los problemas sociales, y a la par conciencia política de su labor, a menudo vista solamente como una actividad asistencial.

Propuestas concretas

a) Potenciar los grupos, asociaciones, movimientos de todas clases ya existentes, nacidos en perspectiva solidaria (no corporativa), así como crear nuevos grupos. Por ejemplo:

Es importante tener en cuenta el papel de las diferentes iglesias como promotoras de solidaridad y de espacios donde se vive la gratuidad.

b) Revisión, por parte de los partidos políticos, de su posición recelosa ante los grupos y movimientos sociales

Esta revisión es necesaria con el fin de que los partidos valoren debidamente su importancia participativa para combatir la desarticulación social y política, así como su carácter pedagógico al crear espacios para ejercer solidaridad. Estos grupos sociales deberían ser vistos como vías complementarias de los partidos en la búsqueda de metas democráticas más profundas. Es necesaria la apertura de los partidos a este tipo de organizaciones con el fin de que éstas ayuden a configurar políticas "nuevas". Es importante, sin embargo, que dicha aproximación respete la identidad de los grupos y movimientos a fin de que no terminen siendo controlados por los propios partidos.

c) Puesta en práctica del principio de subsidiariedad

Nada que pueda ser resuelto satisfactoriamente por grupos de la sociedad civil ha de serlo por instancias públicas. Los agentes sociales han de tomar las decisiones que estén a su alcance sin abdicar de su responsabilidad ante los poderes públicos, con el fin de recuperar voz y protagonismo.

d) Redefinir el sentido de servicio público

La acción de cariz social no se ha de centrar exclusivamente en el Estado. En este sentido convendría por ejemplo:

Potenciar la colaboración entre los poderes públicos y las iniciativas privadas que tengan una clara función pública, a las cuales el Estado debería reconocer un carácter institucional y político;
Transferir a colectivos privados la gestión de algunos servicios públicos y arbitrar medidas de control de esta gestión con participación social (por ejemplo, de los usuarios, que incluso en algunos casos podrían gestionar sus propios servicios);
Participación social también en el control de la gestión hecha por los poderes públicos en los ámbitos que les sean propios.

e) Tener en cuenta que ningún reconocimiento de derechos puede sustituir la falta de estructuras de acogida adecuadas. En consecuencia, es preciso pensar creativamente en nuevos esquemas de intervención social para hacer frente a nuevos problemas y formas de exclusión.

f) Estructura democrática

Que tanto los grupos nacidos en perspectiva solidaria como los que se basen en planteamientos corporativos tengan una estructura democrática con la participación de sus miembros en la toma de decisiones y en la elección de sus representantes.

g) Medios de comunicación

Abrirlos a la participación de los diferentes agentes sociales y que estos, mediante sus representantes, puedan tener ciertos mecanismos de control, especialmente en los medios de comunicación públicos.


DEMOCRACIA Y VIDA POLÍTICA E INSTITUCIONAL

La crisis que recorre las viejas democracias es una verdadera crisis de inobservancia. La ciudadanía se siente progresivamente alejada de los políticos y de la actividad política, y ésta llega a ser cada vez más propiedad-monopolio de una élite que hace de la política una profesión distanciada de la realidad, que busca la defensa corporativa de sus intereses, y desdibuja la consecución del "bien común". La eficiencia se mide con votos, y la política termina siendo política electoral: ya no se concibe como proyecto, sino como programa y planificación a corto plazo.

Se busca primero la seguridad y el orden, y se desvirtúan los restantes valores. El discurso público se centra en cómo prevenir las lacras que el desarrollo desordenado produce, en lugar de hablar de la mala distribución que provoca desigualdad. Es un discurso que responde a los diferentes miedos que van tomando cuerpo en la cotidianeidad política y social: miedo a la desestabilización económica y política, a la inseguridad ciudadana, a los desastres ecológicos, etc.

La falsificación progresiva de la democracia política

a) Gobierno

La estabilidad de los gobiernos a menudo es aparente, debida a técnicas jurídicas y a mecanismos constitucionales que la mantienen. Sin embargo, detrás se esconde una gran falta de legitimación, manifestada en los altos niveles de abstención que se producen en las elecciones. Progresivamente, la legitimidad del sistema se basa cada vez más en la aceptación pasiva que en el consentimiento positivo de los ciudadanos, de forma que las democracias terminan dependiendo de una legitimidad por defecto, caracterizada por el desinterés, la inhibición y la apatía política.

b) Partidos políticos

Los partidos políticos, cada vez más centralizados y burocratizados, se han convertido en instrumentos destinados a crear consenso alrededor del programa de una élite, y se ha perdido buena parte de su función de socialización política. Su pérdida de radicalidad y coherencia ideológica con el fin de ajustarse al mercado político hace que no tengan proyectos movilizadores y lleva a una excesiva uniformidad de la "clase" política, en contraste con el pluralismo social existente. Como consecuencia, la vida política no es un reflejo de los conflictos sociales, sino de los conflictos entre las élites dirigentes de los propios partidos, que van distanciándose progresivamente de las bases y de las necesidades reales de la población. A menudo también se produce una discordancia entre la voluntad popular expresada en las elecciones y las decisiones de gobierno, de modo que los partidos filtran la voluntad ciudadana y contribuyen a ciertas formas de alienación política: las élites piensan por el pueblo.

Por otro lado, el "economicismo" (concentración de la política básicamente en cuestiones relativas a la dirección de los asuntos económicos) ha llegado a ser una de las notas características de la política actual, juntamente con el predominio de un pragmatismo tecnocratizador de la actividad pública, que se deja en manos de los expertos, y con la profesionalización de los políticos, exigida por la complejidad de los retos actuales.

En definitiva, de partidos de afiliados y militantes se ha pasado a "partidos de políticos" que dominan de forma elitista no sólo a las bases sino también, una vez elegidos, a los electores.

c) Sistema electoral

También es preciso tener en cuenta que los sistemas electorales pueden distorsionar (y de hecho distorsionan) en gran medida la voluntad de los electores. En este tipo de leyes es donde más fácilmente se puede apreciar el caracter "no neutral" de las normas legales, que siempre son el resultado de las relaciones entre las diferentes fuerzas políticas y de los intereses dominantes en una coyuntura determinada. Así, por su trascendencia -puesto que determinan cómo se utilizarán los sufragios- las leyes electorales son verdaderos condicionantes de la forma de entender y vivir la democracia, e inciden claramente en el funcionamiento de las instituciones.

Un sistema de carácter proporcional es el que mejor deja sentir la voz de las minorías en los órganos de poder, porque aspira a establecer una relación equitativa entre las fuerzas políticas existentes y las fuerzas parlamentarias, a partir del criterio de proporción votos/escaños. Además, la representación proporcional fuerza la negociación y obliga a planteamientos estratégicos de horizonte más amplio que la fórmula mayoritaria, que polariza las fuerzas y hace perder muchos votos que no obtienen representación. (De todos modos, a la hora de escoger una fórmula electoral es preciso ser consciente de las consecuencias que una excesiva proporcionalidad puede acarrear, entre las cuales se ha de mencionar el dirigismo de las cúpulas de los partidos en las alianzas, lo cual hace que la ciudadanía permanezca también al margen de la configuración de los gobiernos).

Ello no obstante, se ha de tener presente que si esta representación proporcional se combina con distritos electorales de pequeña magnitud, es decir, que eligen pocos representantes, el resultado es muy semejante a un sistema mayoritario. Esto se puede constatar en el caso español en donde la fórmula electoral de Hondt, a pesar de ser una variante proporcional, favorece a los partidos grandes en detrimento de los pequeños. A ello se añade el hecho de que el sistema español de circunscripciones consagra una sobrerrepresentación de las zonas rurales en perjuicio de las grandes concentraciones urbanas, y que los partidos con fuerte implantación autonómica resultan con un trato de favor en comparación con aquellos que dispersan sus votos por toda la geografía nacional. En consecuencia, para obtener un escaño unos partidos necesitan más votos que otros y la proporcionalidad queda desvirtuada.

d) División de poderes

En las democracias de las sociedades desarrolladas actuales se desdibuja la división de poderes y el control entre ellos, produciéndose una acentuación del Ejecutivo y una autonomización de la burocracia, de modo que el Gobierno-Administración llega a ser el verdadero motor del Estado en detrimento de las instituciones representativas. Este desplazamiento de poder hacia el Ejecutivo, más difícil de controlar y más fácilmente permeable a la presión de los grupos de interés, especialmente económicos, hace que se gane en eficacia, pero a costa de un cierto estatismo autoritario.

Por todas estas razones, es preciso tomar medidas para vitalizar la democracia, para que ésta entre también en las estructuras de poder y se puedan fomentar políticas verdaderamente integradoras. En este sentido, es preciso abrir el Estado a la sociedad, haciendo entrar la soberanía popular en todas las instituciones como principio supremo de legitimidad, y proceder a la reforma de las estructuras jurídicas que dificultan la participación ciudadana y favorecen el distanciamiento de los órganos de poder y su utilización en beneficio de una minoría.

Propuestas concretas

a) Acercar la política al ciudadano

1. Implicar al ciudadano en la "cosa pública":

2. En las elecciones, que los electores se encuentren ante alternativas reales y en condiciones de decidir. Los políticos deberían expresar claramente las diferentes opciones, y explicar abiertamente de qué pueden responsabilizarse y de qué no, al estar, por ejemplo, condicionados internacionalmente, pudiendo aquí los "medios" jugar un importante papel didáctico. La democracia nunca llegará a ser plena si los políticos piensan que se trata de "colocar un producto" y convierten el discurso electoral en propaganda comercial, con mentiras y reclamos ajenos al producto anunciado. Esta es una de las mayores amenazas de la democracia.

3. Buscar sistemas electorales que distorsionen lo menos posible la voluntad colectiva:

Sería interesante garantizar una aproximación del representante elegido a su circunscripción. Los diversos diputados y senadores de un mismo partido podrían distribuirse el territorio en zonas de influencia (análogamente a lo que pasa en las circunscripciones uninominales) con el fin de no perder contacto con la base social.

4. Potenciar y mejorar ciertos mecanismos de democracia directa como complementarios de los de la democracia representativa. Así: dotar de agilidad a la iniciativa legislativa popular; favorecer referéndumes con carácter vinculante y consultas populares a todos los niveles, etc.

b) Vitalizar las instituciones y abrirlas a la sociedad para que no se alejen del país real

Que el Parlamento, como representante más directo de la soberanía, recupere su centralidad en la vida política y no sea solamente Cámara de registro de las decisiones tomadas en otros lugares (cúpulas de los partidos, comisiones de expertos, instancias económicas, etc.). Muy al contrario, ha de ser Cámara de verdadero debate, control del Ejecutivo y resonancia de los problemas sociales.

Durante el franquismo las Cortes españolas eran ridiculizadas con una frase bíblica: "cuatro animales que decían Amén". Los parlamentarios han de preguntarse hoy si esta cruel ironía también les afecta, al haber convertido los debates parlamentarios en una liturgia aburrida a la que no vale la pena acudir (salvo a la hora de votar) porque los resultados se conocen con antelación, cosa que sucede, por otra parte, en todas las democracias actuales. Esto obliga a revisar muy seriamente la llamada "disciplina de partido" (que debería actuar sólo en casos excepcionales), en el sentido de permitir que los parlamentarios se consideren "obedientes al pueblo" antes que al partido. Huelga añadir entonces que todos los castigos impuestos por infringir la disciplina de partido nos parecen medidas profundamente inquisitoriales y antidemocráticas.

c) Reforzar la obligación personal de rendir cuentas, en la cual se basa el funcionamiento del sistema democrático, que constantemente pone en juego la confianza y la responsabilidad mediante el control de resultados a fin de combatir los abusos de poder.

d) Velar por una división e independencia efectivas de los poderes del Estado que garantice un control mutuo entre ellos, cuestión clave para el buen funcionamiento de la democracia.

e) Incorporar cada vez más sectores a la toma de decisiones políticas y, por tanto, favorecer los mecanismos de concertación, dejando entrar la voz del usuario en la Administración.

f) Dar entrada a una mayor pluralidad política en los medios de comunicación especialmente públicos, y velar por una mayor transparencia y publicidad acerca de los intereses existentes en los medios de comunicación privados (a menudo comerciales y encubiertos). Es preciso denunciar el corporativismo de los medios que se hace presente en la negativa a reconocer errores y aceptar críticas. Por otro lado, la libertad de información, como contribución a la formación de la opinión pública mediante su crítica al poder, es un derecho decisivo en la democracia, pero este derecho no deber ser nunca considerado algo aislado o absoluto, sino una realidad que tenga en cuenta los derechos de cada persona (honor, intimidad, etc.), pues su utilización irresponsable podría ocasionar daños de difícil reparación

g) Recuperar la política como "vocación" y Democratizar los partidos políticos (véase a continuación).

Democracia y partidos políticos

El sistema de partidos, característico de la política moderna, muestra cada vez más sus contradicciones, y esa crisis se proyecta sobre el propio sistema de democracia representativa. Pero no por ello se ha de caer en la descalificación fácil o en su infravaloración, porque tal modo de proceder no contribuye a fortalecer la democracia sino a preparar el terreno al autoritarismo. Por tanto, nuestra crítica ha de orientarse hacia una transformación de la estructura de los partidos y de su política.

Es evidente que los partidos políticos son imprescindibles en una democracia representativa, pero al mismo tiempo resultan inadecuados a las necesidades de la vida actual, al no poder dar respuesta a muchas demandas hoy existentes. Por ello es preciso que se reformen en profundidad y que su actuación se complemente con la de grupos, asociaciones y movimientos sociales, a los cuales los partidos han de abrirse a fin de que nuevos valores de la sociedad civil puedan incidir en las estructuras estatales y conseguir que las verdaderas aspiraciones y preocupaciones de los ciudadanos (así como los valores solidarios) lleguen de modo eficaz a los órganos de poder.

R. Dahl considera que la crisis actual de la democracia representativa es en realidad la crisis del gobierno de unas élites sobre el pueblo36. Por esto es preciso la democratización interna de los partidos, para romper la lógica de organizaciones instrumentales dirigidas sólo a la captación de votos y para limitar las tendencias oligárquicas y burocratizadoras que les amenazan de autoritarismo y que pueden impregnar incluso el propio Estado.

Ello no obstante, es preciso buscar un cierto equilibrio y un mínimo de cohesión para poder canalizar la disensión interna sin fragmentar el partido ni ponerlo en peligro, porque entonces la democratización llegaría a ser disfuncional para el propio sistema.

En base a todo lo anterior se pueden señalar algunas medidas tendentes a introducir la democracia dentro de los partidos políticos, así como otras referidas al control de su financiación -para hacer frente a la corrupción política-, y a la promoción de una política mas "vocacional" con el fin de devolver la credibilidad a las instituciones y a sus representantes.

a) Democratización interna

Es importante hacer más permeable y transparente la estructura de los partidos y dar cabida a la responsabilidad y participación de sus militantes, a través de los siguientes medios:

b) La financiación de los partidos y su control. La lucha contra la corrupción política requiere medios como:

c) También son precisas medidas que desincentiven la "política profesional" y favorezcan la regeneración política, potenciando la aparición de nuevos líderes y una política más "vocacional". Por ejemplo:

Poner un límite a la renovación de los mandatos, empezando por el Presidente del Gobierno.
Impulsar un sistema sólido de incompatibilidades que incluya también a los cargos de confianza.
Arbitrar medidas que impidan que, una vez terminado su mandato, los parlamentarios, ministros y otros altos cargos puedan ocupar inmediatamente lugares de importancia en la vida pública, ya sea en el sector público o en el privado (banca, televisión, grandes empresas, etc.).

Revisar el sistema de atribución de sueldo de los parlamentarios. Es un pésimo ejemplo para los ciudadanos que en una sociedad donde el trabajo es retribuido según las leyes del mercado, los parlamentarios sean el único estamento que se asigna a sí mismo el sueldo. Los políticos son vistos así como una "clase" en la que el interés corporativo puede más que la representación del pueblo.


DEMOCRACIA Y VIDA ECONÓMICA Y LABORAL

La democracia es un valor con profundas implicaciones económicas. Se ha de tener en cuenta que una cierta desigualdad deja a la libertad vacía de contenido, y sólo del ejercicio de esa libertad nace la vida democrática. Por tanto, la vocación de una verdadera democracia es la integración de todos los sectores sociales: no se puede cuestionar la necesidad de profundizar en su dimensión económica, porque sin ella la democracia estaría falta de base para su realización.

Asimismo, es incuestionable la influencia de la economía en la vida política y social. Además, la economía crea "cultura", valores, normas, opiniones, legitimaciones que "funcionan" y de los cuales parece que no es posible prescindir. En consecuencia, si el ámbito económico se escapa a la participación y al control democrático, gran parte de la vida social queda fuera de la democracia.

Democracia y economía de mercado

La economía de mercado con su propia lógica ha llegado a ser la institución que regula las relaciones sociales. Ni el Estado se libra de ella. Pero a pesar de que actualmente no se ve que exista otra alternativa y que las únicas propuestas viables son las que parten del funcionamiento capitalista, no por ello el hundimiento del "socialismo real" ha de legitimar las injusticias generadas por el mercado. El capitalismo es un sistema que produce riqueza, pero no la distribuye; produce beneficios, pero no satisface todas las necesidades requeridas por la población39. Es preciso no olvidarse de las víctimas. Porque la tendencia es ir más allá de la sociedad de la explotación, hacia una sociedad de la marginación (sociedad de los tres tercios) y los actualmente excluidos corren el riesgo de no existir, desposeídos como están en la práctica de su condición política de ciudadanos y, por tanto, del disfrute real de la democracia.

Si el mercado es válido como mecanismo de asignación eficiente de los recursos y de generación de réditos, la intervención estatal se muestra necesaria para hacer frente a sus desequilibrios, aunque de forma conjunta con los diferentes agentes sociales, los cuales pueden ayudar a solucionar necesidades y también a detectarlas.

Por tanto, el mercado no se ha de contemplar como un bien absoluto; es la causa primera del individualismo y de la insolidaridad que padecemos.

El afán de beneficio se ha convertido en el motor de la producción de riqueza, pero el simple crecimiento económico no garantiza por sí mismo un reparto equitativo que lleve a unas cotas mayores de igualdad. Así, el crecimiento no se ha de ver como la finalidad primordial del desarrollo, sino como un medio para conseguir una vida digna para todos, o si se prefiere, como un fin a articular con otros de igual o superior importancia. Cuando se olvida esto, la desigualdad relativa aumenta. Es evidente que se ha de crear riqueza, pero es preciso ver cómo hacerla llegar a todos.

La persona como centro, el sistema económico a su servicio

Este modelo de democracia sitúa a la persona como centro, y el sistema económico ha de estar a su servicio. El mercado ha de responder eficazmente a las necesidades reales de toda la población. Para ello, es preciso buscar un desarrollo que rompa con la irresponsabilidad organizada sobre la que se ha levantado el modelo actual, un desarrollo con justicia cuya base sea la solidaridad y una perspectiva más amplia que la actual. Se empieza así a tomar conciencia del desastre ecológico como reverso del progreso y de la necesidad de no comprometer la supervivencia de generaciones futuras.

Este modelo más humano debería centrarse en un crecimiento más limitado, no tanto cuantitativo como cualitativo, porque aumentar indefinidamente la producción es incoherente con la noción de mesura y equilibrio que ha de presidir cualquier sociedad civilizada.

Ahora bien, tampoco se ha de caer en la trampa de querer potenciar sin más la calidad de vida, porque si este crecimiento cualitativo no va unido a una perspectiva solidaria, también puede conducir a un incremento de la dualización de la sociedad.

Se ha de tener en cuenta que la "calidad de vida" no se refiere exclusivamente a los aspectos materiales de la existencia, y aquí vale la frase bíblica: "el Reino de Dios (máxima calidad de vida) no es comida ni bebida, sino justicia y paz y gozo en el Espíritu Santo" (Rom 14, 17-18). De lo contrario estamos construyendo una sociedad en la que insólitos refinamientos materiales son vividos por personas con profundas insatisfacciones y depresiones psíquicas.

Por otro lado, debería tratarse de un modelo de economía a escala más humana, es decir, descentralizada, para poder detectar las necesidades y establecer una mejor colaboración entre los sectores público y privado. Esto quiere decir que es preciso introducir cambios en los hábitos y formas de vida en un sentido de moderación. La contemplación del sufrimiento ajeno ha de ser un obstáculo para el bienestar y la felicidad propia.

Sería necesario potenciar y trabajar algunas actitudes de fondo como por ejemplo:

a) Dejar de lado antiguos recelos y confiar en los trabajadores a la hora de valorar su capacidad para escoger a sus representantes y tomar decisiones sobre la empresa, pese a la complejidad técnica. Si se les considera capacitados para elegir a sus representantes políticos, en una sociedad democrática no se les puede negar la participación en cuestiones que les afectan de una forma tan inmediata y directa.

b) Considerar la solidaridad como un beneficio colectivo, partiendo de la base de una no contraposición entre individuo y sociedad.

c) No ver a los demás como enemigos potenciales en una jungla competitiva, sino como seres con los que es preciso cooperar y ayudar en lo posible, para romper así el egoísmo individualista e insolidario. Una dosis moderada de competitividad puede motivar el esfuerzo humano; pero la competitividad como único ingrediente de la vida no puede dar razón del existir humano. Como se ha dicho antes al hablar de la sociedad civil, avanzar en este sentido supone crear ámbitos donde ejercitar y sentir como necesaria la solidaridad, haciendo que ésta sea eficaz.

d) Ante el paro estructural, propiciado y favorecido por las nuevas tecnologías, empezar a pensar en la necesidad de repartir no sólo la riqueza, sino también el trabajo, liberando tiempo para labores no productivas pero socialmente necesarias, alejadas tanto del modelo de las empresas lucrativas como de la burocracia estatal; es preciso transformar nuestras actitudes culturales hacia el trabajo, y romper con la correlación rentas/trabajo productivo. Muchos expertos creen que cada vez hay menos razones morales y económicas para que el tiempo trabajado sea el único baremo que dé derecho a una parte de la riqueza producida, pero aún falta coraje político para un cambio de planteamientos.

e) Ser conscientes de que es preciso avanzar hacia una reducción voluntaria del consumo, desde una opción de solidaridad que, sensible a la situación del deterioro humano de amplios sectores sociales y a la necesidad de compartir, cuestione el modelo productivista de crecimiento ilimitado.

f) Cuestionarse los enormes desniveles de renta, nada proporcionales a las necesidades reales y que, especialmente en momentos de crisis económica, son un insulto a la pobreza y la marginación existentes.

Propuestas concretas

a) Democracia económica

1. Introducir el proceso democrático y descentralizado en la toma de decisiones económicas. Aprovechar algunos mecanismos de la democracia política como, por ejemplo, las consultas públicas a los ciudadanos.

2. Que los poderes públicos fijen en clave de solidaridad las prioridades y los valores sobre los cuales se decidan las opciones económicas y políticas. El gasto y la inversión pública se han de priorizar, evitando lo innecesario cuando no hay garantizados unos mínimos de subsistencia digna para todos los ciudadanos. Esto debería tener una traducción clara en los Presupuestos (Estado, comunidades autónomas, municipios), donde se podría introducir algún mecanismo de consulta a los ciudadanos en relación con la prioridad de las partidas presupuestarias. Es preciso que la Administración explique a los ciudadanos en qué son utilizados los impuestos.

3. Mejorar la gestión pública de los servicios existentes, mediante mecanismos de control, fiscalización y -en algunas ocasiones- mediante la decisión en manos de organizaciones de usuarios. Deberían encontrarse fórmulas con el fin de que las dotaciones presupuestarias pudiesen ser pactadas con los usuarios.

4. Decidir, democráticamente, qué bienes han de depender del mercado y cuáles han de quedar fuera.

5. Replantearse la tendencia actual a dar independencia plena a los bancos centrales de cada país. Si bien es cierto que "no se puede dejar en el Ejecutivo la facultad de usar instrumentos importantes de política monetaria para fines extra-económicos (como por ejemplo, llevar a cabo una política expansiva por motivos electorales)", también es preciso tener presente los inconvenientes de una independencia total respecto de los poderes ejecutivo y legislativo. Esto no sólo permite que el banco central goce de un poder inmenso e incontrolable, y se convierta en una especie de Estado dentro del Estado, sino que aun su actuación puede ser negativa para los intereses del país, porque en política económica y monetaria la coordinación con el ejecutivo -y el control del Parlamento- es esencial. Por otro lado, no puede olvidarse el papel imprescindible del gobierno -ningún banco central puede hacerlo- como mediador y árbitro de los conflictos de intereses que se presentan en toda sociedad con economía de mercado.

b) Democracia laboral

1. Favorecer la participación de los trabajadores en las empresas tanto en la dirección de éstas como en el reparto de beneficios, con el fin de romper el carácter de mercancía de la fuerza de trabajo y su consiguiente alienación. Conviene tener presente la experiencia de las cooperativas, modelo de empresa democrática que se ha mostrado viable en el sistema económico actual47. Es importante encontrar mecanismos de participación de los trabajadores en la gestión de la política de inversiones de sus empresas.

2. Desarrollar mecanismos de consulta a los trabajadores. Romper con la falta de información sobre la marcha de la empresa. Transparencia.

3. Democratizar la empresa: ir transformando las rígidas estructuras verticales en estructuras horizontales y de reparto de responsabilidades. Favorecer el trabajo en equipo y la coordinación entre empresas.

4. Ante el modelo de concentración de fábricas y oficinas existente, ir hacia una mayor distribución del tejido industrial, crear infraestructura por todo el territorio para combatir los desequilibrios, y fomentar la actuación descentralizada mediante redes de empresas más pequeñas con el fin de favorecer un trabajo más humano y menos despersonalizado.


DEMOCRACIA COMO CULTURA

Para que la democracia arraigue es preciso vivir unos determinados valores que, profundamente compartidos, generen un consenso activo a su alrededor en la línea de recuperar el sentido social de la convivencia. Estos valores son imprescindibles para poder asumir desde una perspectiva democrática los cambios tecnológicos causados por las profundas transformaciones culturales y sociales.

Contradicción entre cultura individual e instrumental y sociedad democrática

La cultura del Estado del Bienestar se basa en un paradigma marcadamente individualista y economicista, que potencia la competitividad, el culto a la riqueza y el hedonismo narcisista, tendiendo a mantener a los individuos en su papel de masa separada de la minoría privilegiada dirigente. La sociedad actual se encuentra alienada por un consumo que ha llegado a ser un hecho cultural y que genera un conformismo social, favorecido especialmente por los medios de comunicación8. Este predominio de valores individualistas -que son claramente insuficientes para el modelo de democracia que proponemos- impide percibir los retos colectivos y hace inviable un proyecto político que limite las aspiraciones egoístas del individuo.

Por otro lado, en las sociedades industriales avanzadas se impone la racionalidad técnica, y la estructura política e institucional se va adaptando a sus exigencias de pragmatismo y eficacia. De hecho vivimos en sociedades donde la Administración ha sustituido a la política y donde la técnica ha sustituido a la ideología: es decir, los expertos en "medios" han sustituido a los expertos en "fines". Se ha impuesto la burocracia que -aunque pretendidamente neutral- es profundamente conservadora, porque ayuda a consolidar la situación vigente, como ocurre con la despolitización, la falta de crítica y la desaparición pública de la moral, que son los frutos de esa burocracia.

Las democracias liberales han tenido más éxito práctico en crear sistemas de gobierno capaces de limitar el poder y asegurar a los ciudadanos y grupos una esfera de libertad, que en conseguir una extensa cultura política, basada en unos valores compartidos y favorecedora de la participación. De este modo, el profundo elitismo de los sistemas democráticos actuales deja sin defensa a la democracia en momentos de grave crisis social y política.

Pero para que la democracia pueda mantenerse, se necesitan demócratas. La democracia no es sólo un conjunto de procedimientos legales; es ante todo una cultura, unos valores, unas actitudes básicas del todo necesarias para orientar y enmarcar la pluralidad de opciones existentes.

Es urgente recuperar el sentido crítico y educar en él

La democracia necesita ciudadanos dispuestos a juzgar las instituciones y sus prácticas y a considerarlas buenas solamente si favorecen el desarrollo de su autonomía, de su capacidad de llegar a ser personas. En consecuencia, es importante educar y formar en un espíritu crítico y en el discernimiento, con el fin de fortalecer la conciencia de libertad y autonomía individual ante la multitud de ofertas y de estímulos que asedian y presionan por todos lados. No se puede renunciar a la posibilidad de elegir según los verdaderos y legítimos intereses de las personas. Es preciso crear una cultura democrática crítica frente al acriticismo del modelo capitalista, y recuperar el papel de la cultura como instrumento de cambio y transformación. Sería necesario, en este sentido, que el intelectual recuperase su papel crítico.

Tampoco es suficiente con el discurso de los derechos; es preciso impulsar el discurso complementario de los deberes, porque los unos no son posibles sin los otros. Sería bueno redactar una Declaración de los Deberes del Hombre -en palabras del subtítulo de una obra de Simonne Weil ("L'enracinement. Prélude à une déclaration des devoirs envers l'être humain")-. Esta es una labor de todos que serviría para dar identidad a la Declaración de Derechos humanos y para no olvidar que "en el hombre no hay ningún derecho que no sea una responsabilidad ni ningún deber que no sea un regalo", evitando así que la sociedad se llenase de reivindicaciones insolidarias.

También es preciso reformular los valores clásicos. Libertad, igualdad, justicia y solidaridad se han de concebir como principios necesariamente interrelacionados.

La libertad, condición inherente a toda persona, mediante la cual pone en práctica su capacidad de decisión y autocontrol, ha de ser contemplada como expresión de un vínculo social libre y de la determinación positiva de fines comunes, porque las libertades personales y políticas no tienen posibilidad de realización plena sin su dimensión social. Se trata, por tanto, de una libertad positiva, de una "libertad para", no sólo de una "libertad de", porque si solamente se da la segunda, la libertad personal termina en desamor e injusticia.

Esta libertad que es, en definitiva, libertad en la justicia y la solidaridad al incluir la preocupación por el otro, está íntimamente relacionada con la responsabilidad. El hombre libre es aquel que vive en la responsabilidad y no la escamotea esperando que los demás le resuelvan los problemas (actualmente la gente se siente más "cliente" del Estado que nunca y menos protagonista del hecho colectivo).

Es preciso ser consciente de que las personas no son omnipotentes con su libertad, precisamente porque ha de convivir con la libertad de los demás, y se impone el autocontrol y la moderación del deseo en todos los ámbitos.

Por otro lado, la igualdad, la justicia y la solidaridad, como la misma libertad, se fundamentan en la dignidad de la persona humana. La solidaridad hace posible estos otros valores compensando las inevitables insuficiencias.

Es evidente que si los ciudadanos no cultivan los valores éticos el sistema democrático no puede arraigar. Algunos de estos valores que han de presidir la cultura cívica de la sociedad son:

- Pluralismo: Ante la diversidad de creencias existente en la sociedad, nadie puede absolutizar las propias opciones ni imponerlas por la fuerza o sutilmente, mediante las formas de poder que cada cual ejerce. Sin embargo, la asunción del pluralismo no se ha de confundir con relativismo, es decir, con la renuncia a establecer criterios y preferencias o a comprometerse con determinadas opciones de vida. El reconocimiento del otro no se ha de convertir en coartada para la indefinición propia.

- Diálogo: La condición postmoderna lo hace más necesario que nunca, porque la toma de decisiones se ha de hacer en unas condiciones de complejidad tal que hacen imprescindible la colaboración. El diálogo se presenta así más que como confrontación, como modelo de solución de conflictos en sociedades permanentemente evolutivas.

- Tolerancia: El respeto por el otro lleva a valorarlo y a aceptarlo, y al enriquecimiento recíproco: esto es tolerancia, que no indiferencia.

Propuestas concretas

En este campo es casi imposible hacer propuestas demasiado concretas dado que las iniciativas del espíritu son las menos planificables de la persona. Por eso nos limitaremos a enumerar una serie de valores que configurar el alma de cualquier sistema democrático, y sin los cuales estos no pasarán de ser unas "democracias sin alma".

a) Valor de la relación humana contra valor de cambio

En la relación con los demás y dado que hoy en día el valor dominante es el de cambio, favorecer valores como la ternura, la gratuidad, la amistad, la sensibilidad de dejarse impactar por los acontecimientos, saber escuchar al otro, impulsar las relaciones basadas en la confianza, no en el dominio.

b) Valores comunitarios contra consumo individual

Cuestionar el consumismo como base de la felicidad y buscar y ver como motor del desarrollo no el individualismo cerrado e insolidario, sino el humanismo basado en la solidaridad compartida; impulsar valores postmaterialistas, no vinculados a la cultura del trabajo, renunciando a convertirlo todo en mercancía; favorecer valores que den al individuo una dimensión social como la participación frente a la aceptación pasiva.

c) Capacitación para juzgar y tomar decisiones personales

Educar al individuo para que no sea indiferente a las diversas opciones que se le presenten y las pueda distinguir con "criterio". Ayudar a desarrollar gustos, preferencias, principios a partir de los cuales se pueda realmente hacer una elección, siendo consciente de que hay diversas alternativas. En esto es muy importante tanto la información como su canalización y distribución: estar informado equivale cada vez más a estar en condiciones de decidir y de imponerse en el proceso de toma de decisiones.

d) Fomento de los valores del ecologismo, la paz y la no violencia

Aunque se vanaglorie de ser la cuna de la democracia, Occidente ha favorecido la cultura del interés por encima de una cultura del respeto. Y la falta de una actitud respetuosa está en la base tanto del maltrato a la Tierra como del maltrato a los demás. Un texto proveniente de otra cultura nos puede ayudar a entenderlo:

"Nuestros antepasados nunca pasaron por alto que había que pedirle permiso a todo ser que existe para utilizarlo y para poder comer y todo eso. Y eso ya no existe... Nuestros antepasados fueron humildes... Nuestros padres fueron violados por los blancos, los pecadores, los asesinos. Y nuestros antepasados no tenían la culpa. Nuestros antepasados nos decían que los más ancianos llegaban hasta 125 años y que ahora nos morimos de cuarenta, de treinta años".

e) Que los "medios" sean efectivamente "de comunicación" no de propaganda y autopromoción

Impulsar en estos medios no sólo la transmisión de conocimientos, sino también la comunicación de la propia experiencia existencial del transmisor que busca conectar con el receptor, con el fin de ofrecer datos elaborados crítica y vitalmente.

f) Una razón pluridimensional y no reductiva

Hacer que la razón instrumental y técnica sea permeable a los planteamientos éticos, teniendo presente que las objetivaciones tecnológicas y burocráticas son producto de la acción humana y por tanto participan de la dimensión ética de toda acción.

g) Recuperar el valor de la austeridad

Sólo será posible edificar una convivencia ética y democrática si aceptamos el valor de la sobriedad compartida frente al lujo excluyente, y la libertad de una voluntad fuerte frente a la falsa libertad que es juguete de cualquier viento.

h) Superar los implícitos machistas de nuestra cultura

Por más que se luche para superar el trato discriminatorio a la mujer en el campo legal, ese esfuerzo será insuficiente si no se transforman muchos valores machistas tácitos del entorno cultural. Hay todavía muchos hombres que se consideran buenos esposos y padres honrados de familia, pero siguen pensando inconscientemente que la existencia de la mujer no se justifica por su dignidad de persona, sino sólo por su capacidad biológica de traer hijos al mundo. Y ponen su propia autoafirmación y la superación de su inseguridad masculina en hacer sentir a la mujer que "este es su lugar".
Estos pseudovalores tácitos no se expresan mucho, pero siguen actuando y transmitiéndose en una especie de inconsciente colectivo. Y -como todas las desigualdades aceptadas, en un terreno u otro- constituyen una amenaza contra la vida democrática.

Familia y escuela

Los ámbitos familiar y escolar son esenciales en la educación para la solidaridad. Así, en la familia, es preciso fomentar la dedicación y el diálogo verdadero entre padres e hijos y valorar la experiencia de los abuelos, elemento clave para mantener viva la "memoria histórica" muy importante para el trabajo, la lucha y la consolidación de la democracia.

En la escuela hay que educar para la transformación, buscando una integración crítica en el sistema democrático, esencial para ir detectando sus fallos y luchar contra sus insuficiencias; es necesario formar en el ejercicio solidario de la libertad y en la pro-socialidad52, haciendo reflexionar al alumno sobre la trascendencia de sus actos; educar en el respeto a las diferencias para ayudar a vivir la diferencia en la igualdad; fomentar el espíritu democrático mediante la participación y descentralización de responsabilidades, etc.

Así pues, familia y escuela habrían de actuar contra el lamentable "narcotráfico" de la televisión. En este sentido, es preciso reconocer (lamentándolo) que la aparición de las televisiones privadas, con sus vergonzosas guerras de audiencia, no ha servido para ofrecer más pluralidad y más libertad, sino sólo para abaratar la calidad (dejando los mejores programas para horas de audiencia casi nula) y para adormecer más al ciudadano.

* * * * *

Todo esto se ha de contemplar en el marco de una mundialización de los problemas, donde el Estado-Nación ha quedado pequeño para resolverlos.
Hoy en día hay una creciente acumulación de poder no controlado por los ciudadanos en instancias supra-estatales (por ejemplo, la Unión Europea). Asimismo la relación entre el orden económico mundial y las economías particulares se pone cada vez más en evidencia. Todo esto hace que sea preciso arbitrar mecanismos de participación democrática y control de las prácticas de decisión políticas y económicas a escala supra-estatal, con el objeto de superar el gran déficit democrático existente, que hace que estas decisiones puedan poner en peligro en el orden interno de los Estados cualquier ahondamiento democrático en el sentido expuesto.

Finalmente hemos de decir también que, ante la constatación de que persisten los desequilibrios y de que la pobreza absoluta se está incrementando en términos cuantitativos en el mundo, urge configurar un nuevo orden económico más justo y equitativo, porque también se ha de valorar la "pureza" democrática de un Estado por las repercusiones de su política de cara al exterior. Aunque los poderosos de la Tierra se feliciten por la extensión de las democracias, es preciso proclamar que no puede haber verdadera democracia mundial sin la creación de aquel Nuevo Orden Económico Internacional que la ONU aprobó solemnemente hace casi veinte años en una resolución que debería continuar siendo una llamada profética irrenunciable, evitando quedarse en un mero papel mojado, como muchas veces desgraciadamente ocurre.

CONCLUSIÓN: LA DEMOCRACIA COMO CAMINO

Algunas de las propuestas anteriores parecerán hoy irrealizables. Lo importante, sin embargo, es que marquen de veras la dirección de la marcha de la sociedad. Que caminemos hacia ellas y no en sentido contrario.

En resumen, lo que proponemos es una profundización en la democracia mediante una reflexión sobre su futuro, a partir de sus deficiencias actuales. Se trata de construir un sistema de convivencia no excluyente que posibilite el reconocimiento y la realización de la persona desde su libertad en la solidaridad. El camino para conseguirlo pasa por la democratización desde dos ámbitos: el institucional y el social.

Por lo que respecta al ámbito social es preciso arraigar la democracia en la vida y estructurar un nuevo orden social, basado en la justicia y la solidaridad, a partir de las potencialidades de la sociedad civil, en el que los ciudadanos tengan el protagonismo. La relación dialéctica entre los ciudadanos y el Estado abrirá así vías para que un sistema humanizante de democracia con contenidos sustantivos sea una posibilidad real y esperanzada, haciéndonos a la vez descubrir la fuerza de futuro que las modestas realizaciones actuales contiene.