Es una casa grande, de cuatro dormitorios, uno doble para nosotros y uno para cada hijo. Tengo dos hijas y un hijo, ya son
mayores, mis hijas están empleadas, mi hijo es el más pequeño y sigue estudiando porqué él tendrá que ir a la universidad, las hijas no, ya sabe, son mujeres, ahora trabajarán hasta que se casen, para ahorrar y pagarse el ajuar, las dos tienen novio, y para casarse se necesita dinero, para poner la casa. Pero
cuando se casen quiero que tengan su casa, son los maridos los que tendrán que mantenerlas, y entonces es inútil que hagan estudios largos, que no terminan nunca y además, ¿me puede decir qué hacen con un trozo de papel, con el título? Lo tiran cuando
tienen que limpiar la casa, hacer la compra, preparar la comida, ocuparse de los hijos, pensar en el marido. Y además nunca se
sabe lo que se les mete en la cabeza a las hijas si estudian demasiado,
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yo no digo que no tengan que estudiar también ellas, desde luego las dos tienen el diploma, es lo que necesitan para no ser ignorantes; estudiar demasiado no es bueno, se les sube a la cabeza, les vienen ideas raras, ¿quién las controla?, los novios están de acuerdo, yo no soy el único que piensa así. Pero ellas son buenas, obedientes, siempre han hecho lo que les decía y yo les decía si le hacéis caso a vuestro padre siempre estaréis
bien, y así fue. Son chicas inteligentes, tranquilas, buenas, nunca un disgusto, se ocupan de sus cosas, son sensatas, serias, muy formales, todo el mundo lo dice, no es porque yo sea su padre, también lo dicen los parientes, ya no se encuentran chicas así, con la cabeza a pájaros que tienen las chicas ahora...
Elena Gianini Bellotti
Las mujeres y los niños primero
Laia, Barcelona 1984, pag. 223
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