Testimonio anónimo
Esta refugiada musulmana, en cuya familia, como en tantas otras, existen matrimonios con croatas y serbios, ahora se encuentra con que su familia está dispersa por toda Europa y Oriente Medio.
Éramos muy ambiciosos. Yo era catedrática de química. Nada más abrir nuestra (primera) farmacia, en la televisión local dije que pensábamos cubrir toda la región del noreste de Bosnia con una cadena de farmacias.
Todos estábamos convencidos de que (la guerra) no se produciría en Bosnia. Musulmanes, croatas y serbios se mezclaban, tanto por matrimonio como en la vida cotidiana. Vivían en los mismos edificios, hacían la misma vida.
"Notamos un silencio maligno"
El primer día de Bajram en la tele se dio la noticia de que soldados serbios habían entrado en Bijeljina. Violaron a una chica en una mezquita delante de su abuelo. La gente que estaba rezando en otra (mezquita) fue masacrada. Los acontecimientos eran cada vez más terroríficos.
Mi marido propuso que nos fuéramos en seguida a nuestra ciudad natal. En la carretera vimos largas colas de vehículos, esperando para cruzar el río Sava a Croacia. Un gran puente imponente estaba destruido, su estructura de hierro salía del agua como una bestia herida. Escuchamos rumores acerca del puente, que lo habían minado y que después un relámpago lo había alcanzado, activando las minas. Nadie se cree esta historia. Sabemos que el puente fue destrozado para que el ejército de Tuzla no pueda cruzar el río y entrar en Croacia. La gente parece estar muy aturdida por estos acontecimientos.
Durante todo el viaje hacia nuestra ciudad natal notamos un silencio maligno. Pasamos por pueblos desiertos. No se veía un alma, ni siquiera había gallinas en los recintos. Nos encontramos con muchos autocares en la carretera y leíamos los destinos: Frankfurt, Munich...todas ciudades alemanas.
En nuestra ciudad vimos unas cuantas manifestaciones pacíficas en contra de la guerra en Bosnia. En la tele nuestro presidente, Izetbegovic, repetía una y otra vez "¡La guerra en Bosnia no es posible!" Esa noche estuve sola en casa. Sonó el teléfono. Era mi amiga de Bijeljina. Estaba llorando: "¡Sal corriendo, cuanto antes mejor! ¡Todo lo que has oído de los acontecimientos en Bijeljina es cierto, solo que cien veces peor!"
Huida
En la tele se veían imágenes horribles de Bijeljina y matanzas de civiles en Sarajevo. Mi hija y yo hicimos las maletas. Pensábamos ir a Belgrado (capital de Serbia), a casa de los primos de mi marido. Tenían una abuela serbia y esperábamos que esto nos salvaría. Todavía no sabíamos quien era el agresor de Bosnia. Cuando estuvimos a punto de marcharnos mi hija se puso a llora, diciendo que no quería dejar a su padre porque lo matarían como a los hombres en la tele. Mi marido también se puso a llorar y decidimos quedarnos. Dos días más tarde resolvimos ir en autocar hasta Liubliana (capital de Eslovenia). Nuestro socio comercial vivía allí y nos había invitado.
No era seguro ir en coche. Cualquiera te podía parar, quitarte el coche, robar tus cosas o matarte. Mi marido decidió (que) iríamos en autocar. En la estación de autobuses había una gran muchedumbre. El autocar no se podía ir porque estaba pasando una larga caravana de vehículos del ejército. Yo miré a los soldados. Estaba pensando, pensando y mirando. No eran jóvenes, sino algo más mayores con barbas, llevaban armas en el hombro y alrededor del cuello. Algunos de ellos levantaban tres dedos en el aire. Era la conocida señal serbia.
Esa fue la primera vez que realmente sentí miedo de aquel ejército. Mi marido y yo somos intelectuales de media edad. Ahora me pregunto, cómo pudimos ser tan ingenuos, ¿acaso no podríamos haber previsto que algo malo nos podría pasar también a nosotros?, ¿cómo era posible que el ejemplo de Croacia no nos hubiera enseñado nada? Salimos de nuestra ciudad con una maleta y 1000 marcos. ¡Ay, Dios mío, pensábamos que volveríamos al cabo de una semana! Pensábamos que todo se calmaría. No pensábamos que la guerra continuaría y continuaría.
La categoría de refugiado
Mis padres, mis hermanas y sus familias, igual que otros habitantes de Posavina que no fueron obligados a unirse al ejército bosnio, fueron evacuados de la noche a la mañana al lado croata de río. Los croatas recibían a los refugiados cordialmente porque habían estado en la misma situación. Sabían lo que se sentía al estar en una guerra. Todos los hombres se quedaron para defender (su) región. No estaban organizados. Solamente algunos hombres tenían pistolas y rifles de caza.
La categoría de refugiado se concede automáticamente a todo el mundo cuando cruza el río Sava y entra en Croacia. Nos dieron una tarjeta con el expediente de refugiado y datos personales. Mi hermana menor me contó que nada más llegar a Croacia, su hijo pequeño tuvo una fiebre muy alta. Lo llevaron a un médico. El médico movió la cabeza, preocupado por las convulsiones que el niño padecía. Anotó el (diagnóstico) en una tarjeta y entonces mi hermana vio, por primera vez, la palabra refugiada al lado de su nombre. Le dolió mucho, casi más que la enfermedad del niño.
En la casa en la que nos alojaron nos encontramos con dos chicas que habían huido de Sarajevo.
Nos contaron los horrores que había en la ciudad. Solían hacer guardias nocturnas en su piso, hirviendo agua en la cocina; era la única arma que poseían. Solamente por si acaso entraban los chetniks.
Nuestro amigo esloveno nos dijo que no contestáramos el teléfono, porque a la gente con que hacía negocios, no le gustaba oír otra cosa que esloveno u otra lengua europea.. Naturalmente, no pensaban que nuestra lengua también era europea. Ese fue el primer sobresalto. Después nos informaron de que nos teníamos que presentar, como ciudadanos extranjeros, en el Centro de Ayuda Social. Allí nos dieron un documento oficial para refugiados. Nos explicaron nuestra situación, derechos y como conseguir ayuda humanitaria. En este momento me di cuenta de lo que había perdido. Había perdido mi país y mi personalidad. A cambio había recibido un futuro dudoso y una gran tristeza por Bosnia. Tan grande que no cabía en mi corazón.
En el verano toda mi familia se quedó en Porec. Mi marido, mi hija y yo nos fuimos a Alemania. El hermano de (mi marido) es médico, un hombre rico. Mi marido quería discutir el futuro de nuestra numerosa familia con él, porque la mayoría de nuestros parientes todavía estaban en Bosnia. Su hermano hacía mucho tiempo que se había ido de casa y no podía o no quería entender el peso (de la angustia). Por lo tanto volvimos a Porec unos días más tarde. La familia cada vez era más grande. Llegó otro cuñado con dos hijas. Su mujer, una serbia, se había quedado con su madre en Belgrado. Su hijo se ha unido al Ejército de Bosnia y no quiere saber nada de su madre.
Celebramos la Noche Vieja en Zagreb en casa de mi cuñado, (el que) vive en Alemania. Había dieciocho miembros de su familia en la casa, la mayoría de Brcko, una de las primeras ciudades en ser ocupadas. Esa noche solamente los niños parecían estar felices. Me acuerdo de las palabras de un escritor ruso. "Todas las familias felices se parecen, pero cada familia infeliz es infeliz a su manera". Me acordaba de la fiesta del año anterior. Estábamos en Egipto, en El Cairo. No nos podíamos haber imaginado que al año siguiente seríamos refugiados. Mi vida anterior ahora me parece pertenecer a un pasado lejano.
Madres ganadas y perdidas
Un día recibí una llamada de mi ciudad natal el Bosnia. Era la madre de un soldado a quien habían operado en la cabeza aquí en Zagreb. Me llamó porque no conocía a nadie (más) en Zagreb. Me pidió que fuera a verle y que le ayudara. Así que fui allí y me encontré con mucha gente joven de Bosnia, herido y mutilados. Mi nuevo amigo había recibido una herida en la cabeza. Sus memorias son muy vagas, se han nublado. Yo voy a visitarle a menudo, le consigo medicamentos, le traigo pastel y café. Su madre me llama de vez en cuando. Una vez me dijo: "¡El día que vuelvas, aquí tendrás una segunda madre!" Mis ojos se llenan de lágrimas cuando pienso que mucha gente ha perdido a su madre, mientras yo he ganado una.
PANOS INSTITUTE (1995): ARMAS PARA LUCHAR, BRAZOS PARA Proteger
BARCELONA: ICÀRIA, 1995
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