Rabija

Una musulmana de 25 años, Rabija ahora vive en un campo de refugiados de Zagreb.

Primero aprendí a escribir con caracteres cirílicos y no me enseñaron los caracteres romanos hasta tres años más tarde. En el cuarto curso de la escuela primaria los niños musulmanes teníamos que aprender ruso, aunque nadie quería. Niños no serbios que tenían dificultad en aprender eran tratados como si fueran retrasados, los sacaban de la enseñanza normal y los metían en clases especiales. Cuando se declaró la guerra, primero en Croacia, después en Bosnia-Herzegovina, la situación se tensó rápidamente. Los niños musulmanes y croatas iban a la escuela llenos de miedo y volvían llorando porque niños, e incluso maestros serbios, los Amenazaban. Algunos niños musulmanes recibieron golpes por todo el cuerpo. Así poco a poco los niños dejaron de ir a la escuela. Los adultos con empleo eran despedidos a una escala masiva, (muchos) sin recibir su paga. Los vecinos serbios amenazaban constantemente con quemar nuestras casas, las mezquitas...con matarnos a todos. El miedo era constante.

"Un infierno real"

El ataque (a nuestro pueblo) comenzó cuando prendieron fuego a las casas, comenzando por las afueras y acercándose al centro. La gente corría en todas las direcciones. Estábamos mirando por la ventana y vimos nubes de humo espeso y negro. El calor era insoportable pero nos quedamos sentados allí, indefensos, esperando lo peor. No tenía sentido intentar escapar porque el infierno real estaba en todas partes.

Vi a los tanques que se acercaban a la casa. Los soldados llevaban máscaras, uniformes, botas e insignias. Estaban armados, cientos de ellos, pululando en todas las direcciones. Mi suegra me preguntó que estaba pasando. La miré y sin decir una palabra tomé al bebé en brazos. Había chetnics bebiendo, rompiendo botellas, golpeando en las puertas, disparando las metralletas, forzando las casas. Oí como cantaban sus canciones. Me acuerdo sobre todo de una, la he escuchado cientos de veces desde entonces: "¿Quién miente, quién dice que Serbia es pequeña? No lo es, no lo es. Ya hemos ido a la guerra tres veces. Lo haremos de nuevo y venceremos a todos."

Estaban gritando: "¿Hay alguien en la casa?" No nos atrevimos a contestar. Volvieron a gritar, preguntando por los hombres de la casa. Yo salí y me paré al lado de la puerta sin decir que mi suegro estaba dentro. Vi a otro grupo de chetniks en la calle. Iban arrastrando a un hombre viejo, un vecino. Apenas podía andar o respirar. Estaban obligándolo a andar más rápido, le daban patadas continuamente y le pagaban con las culatas de sus rifles y con palos en la cabeza y en el cuerpo. Entonces el viejo se cayó. Los soldados perdieron la paciencia y le dispararon. Yo giré la cabeza. No lo podía mirar. Lo dejaron tumbado en la calle. Empecé a andar hacia él, pero dos chetniks me retuvieron. Entraron (en nuestra casa). Nos dijeron que les entregáramos todas nuestras joyas y el dinero. Se fueron con mi suegro.

Se detuvieron delante de la casa de al lado y sacaron al vecino. Los dos hombres tuvieron que echarse al suelo. Durante una media hora cinco chetniks les estuvieron dando una paliza en todo el cuerpo. Se reían y entre patada y patada, les ofrecían cigarrillos. Después los obligaron a seguir andando. Después de quince minutos vimos a nuestro vecino que volvía con un chetnik. Delante de su casa obligaron al pobre hombre a arrodillarse y le dispararon en la cabeza. Oímos los gritos que salían de la casa. Su mujer y su hija le enterraron en el jardín. Tres días más tarde nos enteramos de que mi suegro había muerto. Unos conocidos habían enterrado su cuerpo en el bosque y nos trajeron su carnet de identidad lleno de sangre. Todavía lo guardo.

(Más tarde) cuando terminé en el campo de Tmopolje un chico que conocía a mi marido, me dijo que había visto tres cuerpos muertos en el bosque, al lado del arroyo, magullados y desfigurados. Pensaba que uno d ellos podía ser mi marido, pero no lo podía asegurar.

"Sin fuerzas para hablar de ello"

Me violaron casi cada día, en grupo. Y a muchas otras chicas y mujeres que estaban en aquella casa. Nos habían encarcelado, no podíamos salir. Nunca había bastante comida. Yo siempre tenía hambre y no podía alimentar al bebé. Incluso nos prohibieron beber agua y además el calor del verano era insoportable.

Venían casi cada tarde, a veces de noche. Bebían toda la noche, cantaban, celebraban su victoria, y después, cuando ya estaban borrachos perdidos, nos llevaban una por una, a la habitación de al lado o a veces a una de las casas del vecindario. Nos violaban, siempre en grupo, toda la noche. Cuando venían a por mí, dejaba al bebé con mi suegra. Ella miraba sin poder hacer nada mientras me arrastraban afuera. Lo más duro para mí era que ella lo sabía todo.

Nunca hemos hablado de ello. Además ella está sufriendo de todas formas porque no sabe si su hijo, mi marido, está vivo. Nos preguntamos si será cierto que lo han matado. Es difícil vivir con ella. Hemos pasado por el infierno juntas, pero lo peor es que ninguna de las dos tiene la fuerza para hablar de ello. (Es) como si esta situación me hiciera sentir culpable de todas las cosas malas que nos han pasado. Creo que hasta cierto punto siente lástima por mí, pero también que el dolor que siente por la pérdida de su hijo, es mucho más grande. Nunca entenderá mi situación, todo lo que he pasado y lo que siento ahora. (De hecho) no hablamos mucho. Ella principalmente se ocupa de mi hijo. Mi cuñada, que también vive con nosotras en el campo de refugiados, ha pasado por el mismo (calvario), aunque no estaba con nosotras. Creo que ella me entiende mucho mejor, aunque rara vez hablo con ella de esto.

PANOS INSTITUTE (1995): ARMAS PARA LUCHAR, BRAZOS PARA PROTEGER
BARCELONA: ICÀRIA, 1995.


Índex
Annexos