El País Digital

Publicado el
Lunes
3 mayo
1999




"¿No os gusta tanto tener hijos? Pues vais a tener uno serbio"

Cinco refugiadas albanokosovares relatan los abusos sexuales cometidos por paramilitares serbios

RAMÓN LOBO, ENVIADO ESPECIAL
Kukes
I. T. ronda los 29 años. Es madre de seis hijos. Hasta hace 14 días vivía en Dragaçin, un pueblecito diminuto de Suhareca, en Kosovo. Hoy esconde la cabeza entre las piernas, teme estar embarazada y amenaza con suicidarse. I.T. es una de las cinco deportadas por tropas serbias que han denunciado violaciones, pero se cree que son muchas más. "Es algo más sencillo hablar de un asesinato de un familiar que de un abuso sexual, la mayoría de las mujeres prefiere ocultarlo", dice Joanne Mariner, de Human Rights Watch, una de las ONG más activas en la defensa de los derechos humanos.

"La única razón por la que se han decidido a explicar su situación es por el pánico que les produce llegar a tener un hijo de su enemigo". "No son las únicas. Otras niegan haber sido forzadas sin que nadie les pregunte y les tiemblan las manos", confiesa Elvana Guezha, de Unicef.

"Era el 19 de abril. Me encontraba en el jardín. De repente vi llegar a cientos de policías serbios. Iban a pie, en camiones y blindados. Comenzaron a disparar. Los hombres escaparon al monte para evitar ser apresados. Quedamos 200 niños, 100 mujeres y 11 ancianos", explica Sherife Trolli. "Nos reunieron, separaron del grupo a los viejos y sin mediar palabra les pegaron un tiro. Yo vi cómo los mataban. Después les arrojaron a un pozo. Luego se acercaron al grupo y nos dijeron: 'Aún hay sitio para todos vosotros'. Pensábamos que íbamos a morir".

Sherife es la única de todo Dragaçin que habla serbio. Ese conocimiento y la edad, 45 años, le salvó de ser una de las víctimas de los abusos, pero ahora arrastra el peso de saber lo que allí sucedió los días 19, 20 y 21 de abril. "Tras matar a los viejos, nos dividieron en tres grupos. Cada uno fue encerrado en una casa. Los policías y los paramilitares escogieron a las mujeres más jóvenes y hermosas con linternas. Se las llevaron a otra casa en la que habían instalado el cuartel general. Querían que cocinaran para ellos. Las mujeres se cubrían el rostro y suplicaban entre gritos y sollozos no tener que acompañarles".

La psiquiatra estadounidense Christiana Moore, quien trata de recuperarlas del trauma, tiene el testimonio directo de dos de las cinco. "En esa casa les obligaron a servir café con los pechos al aire. Mientras hacían el trabajo, las manosearon y jugaron con ellas, después las violaron. Al terminar la penetración, les daban chocolate y las devolvían con las demás". Sherife recuerda bien lo de las chocolatinas. "Todas las que se iban regresaban dos o tres horas después con ese regalo. Todas menos I.T.. Cuando ella entró en la habitación, uno de sus hijos le preguntó: '¿por qué no me has traído nada?' Ella se puso muy furiosa y comenzó a pegarle: '¿Acaso quieres que tu madre se venda?"

El sistema de selección con linterna se repitió en la tercera noche. Una de las mujeres que fue violada por varios soldados, de 29 años igual que I.T., ha contado a la psiquiatra Moore, especialista de Médicos Sin Fronteras, que uno de los agentes le advirtió de que no opusiera resistencia. "Ese policía", recuerda Sherife atusándose el cabello, "entró en la habitación cuando estaba sola. No la tocó. Parecía estar en desacuerdo con los otros".

Al cuarto día, los policías se llevaron a los mujeres y niños a Duhel. Allí les exigieron una tasa de 50 marcos alemanes (4.250 pesetas). "Es el impuesto por los bombardeos de la OTAN", decían. "Para asegurar el cobro, los paramilitares tomaron a los niños por el cuello y les amenazaron con cuchillos. Entre todas les entregamos 4.000 marcos (340.000 pesetas)", sostiene Sherife. En Duhel pasaron otros tres días sin poder lavarse ni comer. Después fueron llevadas hasta la frontera con Albania y expulsadas de su país.

"No creo que podamos hablar todavía de un patrón de comportamiento", afirma Moore. "Es muy pronto para proclamar que se está utilizando la violación como arma de guerra". Joanne Mariner está de acuerdo, pero no cree que lo sucedido en Dragaçin sea un caso aislado. Habrá más. En Bosnia, por ejemplo, las violaciones masivas comenzaron a conocerse varios meses después del inicio de la guerra y de la política de limpieza étnica.

En Kosovo, las denuncias de abusos llegaron con cuenta gotas, pero los de ahora empiezan a parecerse a los sucedidos en 1992 y 1993 en Bosnia-Herzegovina. "Primero hay que trabajar con las que han denunciado los hechos", asegura Moore, "conseguir que individualicen lo ocurrido, después vamos a crear grupos de trabajo para que se ayuden entre ellas. Los demás casos comenzarán a emerger. No nos importa tanto el número, lo importante es que ninguna de las agredidas quede sin nuestra atención".

Las mujeres se recuperan en el hospital de campaña del campamento de los Emiratos Árabes Unidos. Están protegidas de la curiosidad de los medios de comunicación por los militares de ese país. A la pobre I.T. la tuvieron que sacar de ese campo de refugiados para evitar el acoso. "Lo que no se dan cuenta muchos periodistas, sobre todo los de televisión, es que en su afán por conseguir una información a cualquier precio pueden terminar por destruir a una persona. Todo lo que les ha sucedido en Kosovo es muy reciente. No están aún preparadas. Saben quién es su marido, sus hijos o sus amigos, pero el resto de los varones están en el mismo plano que los violadores. A nosotras nos ha costado muchas horas ganar su confianza y ahora no la podemos quebrar porque alguien desea formular un par de preguntas íntimas para un reportaje. A veces, en estos casos, la obsesión por la noticia es una segunda violación". Christiana Moore habla así de claro.

"Están traumatizadas. Nuestro trabajo es ganarnos su confianza. El hablar les ayuda. Son mujeres poco sofisticadas. Una de ellas, por ejemplo, sentía terror a desnudarse y permitir que la ginecóloga la examinara. Otra culpa a su marido por no haber estado allí para protegerla. I. T. juró suicidarse si se probaba su embarazo", dice Moore.

"Para los occidentales, es muy fácil hablar del aborto, pero en su sociedad no es una alternativa tan sencilla. La sola idea de tener un hijo de su enemigo les aterra", asegura Mariner. Elvana Ghezah, de Unicef, coincide con Sherife Troli en un detalle macabro: los violadores espetaban a las mujeres "¿no os gusta tanto tener hijos? Pues ahora vais a tener uno serbio".

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