RECONSTRUCCIÓN DEL ESTADO DEL BIENESTAR, NECESIDADES Y CIUDADANÍA

Revista En Pie de Paz, nº 50

Luís Enrique Alonso


El Estado de bienestar como realización concreta de determinados derechos humanos es cuestionado en este artículo. No se trata de desmantelar el Estado de bienestar por causa de sus lastres intervencionistas y burocráticos, sino de transformarlo participativamente; introducir en Ia gestión de lo público a la sociedad civil, a las asociaciones y organizaciones de los ciudadanos.

La construcción de una sociedad democrática que reconozca el derecho a la diversidad tiene como requisito imprescindible la participación, activa y sin cortapisas, de todos los colectivos que la conforman" (Colectivo IOE 1999).

En estos momentos se encuentra en primera línea de interés social la redefinición del sentido social del trabajo, y el tema paralelo de la redefinición del Estado del bienestar. Los dos temas están directamente ligados, puesto que desburocratizar y acercar la gestión del Estado del bienestar a sus ciudadanos es un paso fundamental en la generación de nuevo empleo. Así, en la actual crisis del Estado del bienestar?frente al habitual discurso de repliegue sobre el mercado y negación de las necesidades sociales? se trata de plantear políticas sociales participativas que no se muestren como productos de una institución opaca y autonomizada, sino que tengan capacidad real para recoger las demandas y aspiraciones colectivas -las necesidades históricas? de los sujetos sociales. El objetivo de las fuerzas sociales progresistas es, pues, plantear un Estado del bienestar que tenga la posibilidad de recoger las nuevas sensibilidades, remontando sobre cualquier actitud tutorial, paternalista o de consolidación de una ciudadanía pasiva.

La crisis actual de las políticas sociales está siendo el elemento fundamental para la remercantilización y privatización de los espacios de la necesidad, pero también abre vías para construir un Estado de bienestar mucho más flexible y adaptado a la actividad cotidiana de la comunidad, no derrochador ni opulento, y a la vez más vinculado no sólo a derechos económicos sino también a deberes sociales de actuación y participación. Parece difícil poder mantener el Estado del bienestar socialdemócrata clásico que funcionó como una especie de seguro colectivo económico construido sobre la estricta idea contributiva de un fondo de rentas laborales? Con una tendencia simétrica a generar políticas sociales compensatorias y distributivas?, cuando las bases laborales de todo el sistema de seguridad empiezan a resquebrajarse con la fragmentación y desarticulación de la sociedad del trabajo, el incremento del desempleo estructural y los problemas demográficos de envejecimiento y alargamiento del período de recepción de pensiones. Las bases económicas del Estado del bienestar se están modificando por minutos, pero también sus bases éticas y sociales (Van Parijs, 1995); la revitalización del Estado del bienestar sólo pasa por su superación de las estrategias de estrecho y simple apéndice mercantil, y, por ello, un diseño no productivista de las políticas sociales (Offe, 1995) sólo puede entenderse introduciendo a la ciudadanía, pero no como un sujeto pasivo y manipulado, sino como uno activo, participativo y cooperante.

El nuevo Estado del bienestar posible

Por ello una nueva racionalización y flexibilización del Estado del bienestar sólo se puede plantear sobre su capacidad para ser una institución más cercana y menos megalómana, atento a las demandas concretas, próximas y reales, mucho mis descentralizado y participativo, y con ]a tendencia a atribuir obligaciones sociales a los que son titulares de derechos de bienestar, lo que supondría una reconstrucción de la propia condición de ciudadanía.

Así, si la condición de ciudadanía, durante mucho tiempo, se iguala a la de trabajador activo asalariado y cotizante, sin embargo la nueva ciudadanía social es también la de un trabajador activo con voluntad de actuar, pero muchas veces sin más capacidad contributiva que su disponibilidad para actuar en favor del propio Estado social, para colaborar en las instituciones, en las organizaciones humanitarias, para participar en la reconstrucción cotidiana de los trabajos comunitarios, y en la reconstrucción cotidiana de la red social y del tejido social de asistencia, de los espacios culturales (Perret y Roustang, 1993).

Estas tendencias a potenciar lo que podríamoss llamar un Estado del bienestar guiado por los valores y las necesidades reales y no por la máquina burocrática, generarían, por supuesto, un nuevo esquema de financiación. Financiación que siempre va a ir ligada a una abierta contribución impositiva del mundo del trabajo mercantil, para conseguir la provisión de bienes públicos que satisfagan necesidades colectivas? bienes que sirven para generar empleos, para aumentar el bienestar público o para generar situaciones activas de integración social? frente a la tendencia del mercado puro a producir bienes desarticulados y desmaterializados de sus propias?bases y sujetos sociales.

Cada vez nos resulta más difícil mantener la imagen de un Estado distante, de un Estado burocrático. El Estado de bienestar del futuro, o será participativo o no será. Pues el Estado del bienestar. del futuro tendrá que ser capaz de generar toda una serie de trasvases de. financiación de los trabajadores convencionales a los trabajadores comunitarios, de crear, en suma, una nueva comunidad de bienes, valores y creencias en torno a un problema como es la inexistencia de trabajo mercantil para todos. Es decir, la reconstrucción de un pacto postkeynasiano ya no sólo supone la construcción de un espacio más o menos común entre empresa y trabajo asalariado clásico, sino también que exista un mecanismo de traspaso de fondos de los que tienen trabajo mercantil a los que realizan trabajos comunitarios en el ámbito de un pacto de construcción activa y no simplemente economicista del Estado del bienestar -siendo éste, precisamente, el que redistribuye entre los que están en el mundo del trabajo y los que ya no pueden, o no quieren, entrar en ese mundo del trabajo competitivo (Offe, 1997a). Un Estado que, como dice Claus Offe (1997b), no se plantee sólo políticas productivistas sino también políticas comunitarias, políticas que no estén vinculando la pertenencia a este Estado de bienestar a una cotización económica, sino a la demanda de actividades y prestaciones sociales reales.

La productividad industrial es hoy en día tan alta que permite una clara redistribución para conseguir, mediante ese sistema de reconstrucción comunitaria del Estado del bienestar, financiar nuevos trabajos, nuevas actuaciones, nuevas actividades que socialmente y culturalmente compensen su coste económico. Ésta parece una de las condiciones para la reestructuración de la sociedad del trabajo y del Estado del bienestar (Offe, 1992). Una cierta austeridad salarial con una compensación en bienes públicos y financiación de trabajos comunitarios. que garantice una nueva redistribución de los que tienen trabajo, de los asalariados fijos, hacia los precarizados o parados, que no tienen posibilidad de empleo en el sector mercado, pero, que pueden poner sus potencialidades humanas en el suministro, de servicios sociales o culturales. Por ello esta redistribución no puede ser nunca una redistribución pasiva, una simple subvención económica sin contraprestación y por la razón de ser la devolución de lo que antes se había cotizado o pagado, sino una subvención activa, real y participativa a cambio de servir a la comunidad.

La sociedad salarial debe tender así a generar fórmulas más diversas y complejas que vayan mis allá de la retribución mercantil directa, empezando a formar tipos salariales que no estén ligados a la utilización mercantil del trabajo, sino al derecho y a la obligación ciudadana de recibir y también ofrecer servicios a la comunidad. Fórmulas como pueden ser los salarios mínimos de garantía, los salarios sociales? o los subsidios de desempleo tomarán pronto también formas más dinámicas y útiles socialmente, alejándose de la caridad o de la devolución de lo previamente pagado, y por lo tanto no estigmatizantes -o incluso generadoras de una subcultura de la exclusión?, como en la situación que estamos viviendo hoy en día.

Pero rápidamente hay que puntualizar un par de cuestiones, en primer lugar al referirse a la ya absoluta indisolubilidad entre el avance de la democracia y la. construcción progresiva de un Estado que garantice no sólo derechos formales, sino también servidos reales; y, al contrario, la reducción de servicios reales a los ciudadanos significa, a la vez, una involución democrática sin paliativos (Touraine, 1999). Por otra parte, hay que resaltar el carácter estructural y básico del crecimiento del Estado, simplemente por el hecho de que es un producto tanto de la relación de fuerzas sociales que han protagonizado la vida política y económica de las sociedades occidentales en las últimas décadas, como de las necesidades mismas de las economías privadas y el sistema de mercado, ya sea en su vertiente acumulativa (infraestructuras, disposición de capital humano y elementos subsidiarios del proceso productivo, etc.), ya sea en su vertiente directamente reguladora (ordenamiento industrial, mediación en los procesos de concentración y centralización del capital, regulación de mercados, etc.).

Las perversas intenciones de los burócratas estadistas de hacer crecer el sector público?que argumentan los analistas neoconservadores? se deshacen así en razones más fuertes. De este modo, el carácter no sólo mejorable sino transformable del Estado del bienestar es hoy evidente; sus ineficiencias, sobreburocratización, monolitismo, desorganización, alejamiento de la ciudadanía, etc., son bien conocidos no sólo por los teóricos sino por los mis corrientes usuarios cotidianos. Pero esto, a nuestro modo de ver, reclama más una radicalización en el carácter democrático del Estado social y su capacidad para satisfacer necesidades colectivas, abriendo cada vez más espacios de decisión y de constitución del consenso sobre los que deben ser consideradas como necesidades normativas, que su brutal recorte y sustitución por cualquier sucedáneo de un Estado autoritario (Alonso, 1999). Entramos, o mejor estamos, en terrenos a la vez que escurridizos abiertamente peligrosos; en ello nos jugamos lo mejor (y no lo peor, lo obsoleto o lo irrelevante, como pretenderían los postmodernos al uso? (véase Lyon, 1996) de la modernización occidental, una constitución normativa que no es de orden estático?orgánico sino que recoge, presupone y exige que lo manejan para servir al liberalismo ortodoxo hasta los que lo ponen a disposición de la restauración de una idea populista, pasando por las versiones más o menos actualizadas del comunitarismo ético, herederos de las clásicas aportaciones del imperativo categórico kantiano?, no debemos caer en presentarlo como contradictorio con un Estado monolítico y depredador. Porque lo que hoy resulta más .engañoso es considerar Estado y sociedad civil, lo público y lo privado, como polos aislados y enfrentados de una realidad perfectamente separable, cuando lo cierto es que la fuerte complejidad de las sociedades contemporáneas hace más difusos e indefinibles que nunca viejos conceptos que, al tomarlos como bloqueados? y bloqueantes?, muchas veces nos remiten a ideas pensadas para Ia "realidad económica y social del siglo XVIII o XIX (López Aranguren, 1988).

¿Qué Estado del bienestar?

No es por tanto el problema más o menos Estado, sino qué tipo de Estado. EI Estado del bienestar socialdemácrata?a pesar de ser un avance civilizatorio irrenunciable en sus resultados: la sociedad de la seguridad? ha devenido lentamente en un Estado pasivo, con peligro permanente de descomponerse por su falta real de participación, lo que provocó un sentimiento cívico de aceptación del paternalismo institucional y descompromiso político. El nuevo Estado del bienestar sólo podrá mantenerse a partir de una política social que pueda dar los suficientes incentivos de solidaridad e Identidad como para aglutinar en torno a él tanto a un movimiento obrero -cada vez más fragmentado por la estructura productiva del capitalismo postfordista- como a los nuevos movimientos sociales basados en grupos e identidades ciudadanas. De lo que se trata es, pues, de reforzar la dimensión estructural y profunda del Estado de bienestar en las sociedades industrializadas avanzadas, lo que hace imposible pensar en la política social como en una simple opción coyuntural y residual, así como de posibilitar nuevas formas de gestión, mas descentralizadas y flexibles, de los servicios sociales, haciendo entrar a nuevos sectores y actores en la esfera pública de la decisión? y no solo del consumo de tales servicios; con ello, sindicatos, organizaciones no gubernamentales, nuevos movimientos sociales, asociaciones de usuarios, empresas mixtas, voluntariado social, etc., pueden encontrar un lugar central en un futuro diseño más racional? no sólo más rentable? del bienestar social.

La posibilidad de superar la crisis social? y no sólo económica? del Estado del bienestar no está en enfrentar los mecanismos del Estado de bienestar contra las acciones y demandas de la sociedad civil. Todo lo contrario, la posibilidad real de la "no gubernamentabilidad está en la generación de un modelo social mixto con un Estado intervencionista que cree las condiciones básicas de finaficiación, garantía jurídica y expresión comunicativa de ese sector social. Albert Hirchsman (1989 y 1991) ha diagnosticado con acierto que el Estado del bienestar se ha visto en buena medida sobrepasado, desordenado y asfixiado por el incremento de expectativas y demandas que su propia acción ha generado. Dado que no se puede Ilamar pluralismo a la existencia de un sector mercantil en el campo de la atención social que ha existido, existe y existirá? siempre mientras exista mercado y rentas diferenciales que puedan demandar servicios diferenciales, el auténtico pluralismo sólo tendrá lugar al dar cabida a grandes sectores de la población que o bien permanecerán excluidos de los servicios en el caso de la privatización, o bien permanecerán como receptores mudos en el caso de una estrategia de tipo estatalista y/o institucionalista del bienestar social (Cailé y Laville, 1996; Aznar et altr., 1999). En esta estrategia mixta lo público y lo privado no se disuelve lo uno en lo otro, sino que se integra en proceso activo de solución de problemas en un momento de complejidad de lo social que soporta bastante mal el corte rígido de dos esferas que se vienen interpenetrando mutuamente hace más de medio siglo.

Pero si la seguridad y solidaridad del "a cargo del Estado" es hoy irrenunciable como estrategia de ciudadanía, también es cierto que esa ciudadanía no puede tener en lo público sólo un prestador mudo y ciego de servicios hipercentralizados y catalogados técnicamente, sin participación, rectificación o autoorganización de los interesados y afectados directamente por ellos (Petrella, 1997). Porque, pese a los tópicos, ni lo público se puede confundir con el Estado? lo que seria caer en una especie de nuevo jacobinismo?, ni la sociedad civil es el mercado, como intencionadamente pretenden hacernos creer los más o menos nuevos liberales. Salir de la dialéctica cerrada y enfrentada estatalización/privatización es, por una parte, reconocer los efectos perversos y
desplazamientos de fines de la burocratización estatal, pero, por otra par te, también reconocer las irracionalidades excluyentes y la negación de lo social que supone el funcionamiento único y privilegiado del mercado. A la altura del siglo que vivimos ya sabemos que la introducción de mecanismos de mercado es fundamental para el funcionamiento de las sociedades complejas, pero el mercado debe estar al servicio de la sociedad, no la sociedad al servicio del mercado. Nuevas formas de apreciación social del trabajo, el empleo y el bienestar están haciéndose un hueco entre nosotros, apreciación que no sólo viene dada por los precios? de mercado? o las normas jurídicas? el Estado?, sino por los valores difundidos, aceptados y consensuados en la comunidad. Si damos. por hecho, en nuestras construcciones de sentido común, que el egoísmo economicista es una fuente fundamental de riqueza, no debemos olvidar que el altruismo ha sido una fuente inagotable de realizaciones sociales (Giner y Sarasa, 1997).

Sector comunitario y reconstrucción del Estado del bienestar

Es por esto por lo que el sector comunitario puede orientar, organizar y cristalizar, no sólo pasiva sino activamente, las demandas ciudadanas que surgen de los diferentes mundos cotidianos de vida, intersubjetivamente creados a través de situaciones de interacción concreta en marcos sociales históricamente específicos (Gorz, 1997). En una estrategia comunitaria en la que lo público y lo privado no se enfrentan entre sí, sino que se integran en un proceso activo de solución de problemas, justo en un momento en el que el proceso de cornplejización de lo social soporta bastante mal el corte rígido de lo social en dos esferas aisladas; esferas que, por otra parte, se vienen interpenetrando mutuamente hace mis de medio siglo (Alonso, 1999; WaIzer, 1998). En suma, si la comunidad tradicional era soportada como un designio natural, la comunidad futura será una elección en la que lo individual y lo social se pueden fundir más allá del homo economicus -caracterizado por la elección egoísta del deseo individualista, o del colectivismo despersonalizador, donde se da la ausencia de toda elección.

El desafío del asociacionismo voluntario está, por tanto, en salir del esencialismo supuestamente apolítico de los sentimientos? la microparticipación adaptativa? para encontrar vías de conexión entre las acciones comunitarias y los modelos universales de participación, gestión y decisión pública. El potencial transformador del sector voluntario está supeditado a una clarificación de sus funciones y a una progresiva reflexión critica sobre sus adherencias, parásitos y manipulaciones. Subproductos éstos que le han hecho tomar muchas veces al sector un perfil regresivo, entre lo gerencial privatista y el localismo neobenéfico, pasando por todo tipo de usos comerciales. Por ello las comunidades reflexivas (Lash, 1997) que forman el espacio mítico del tercer sector tienen un papel importante a jugar en el rearme de los valores y las virtudes públicas seriamente amenazadas -según diferentes autores y grupos ciudadanos (Etzioni, 1990 y 1999)- por el despliegue de un
mercado total que es incapaz de generar el mis mínimo valor comunitario, Pero su papel sólo es principal? y esto para el tema de la participación juvenil se hace esencial? si el proceso surge de los actores, se construye desde los sujetos concretos en procesos dialógicos y éstos se integran en el debate colectivo de las formas nacionales e internacionales de gobierno; de otra forma, si el sector voluntario no es más que una reserva testimonial creada y/o amparada de forma paternalista por los poderes públicos o mercantiles, el asociacionismo voluntario sólo contribuirá a la desmovilización general, disolviéndose en el mercado o deslegitimándose.

Sin embargo, el asociacionismo voluntario puede ser también un síntoma de los límites de la crisis de la democracia liberal arrinconada por el individualismo posesivo y el discurso mediático; en él hay parcelas que nos invitan a pensar en una tradición asociativa y republicanista de la democracia, donde voluntad y razón se combinan en modelos de argumentación y deliberación en los que los agentes no sólo pretenden ser representados sino participar en la resolución de sus problemas y los problemas que son de su comunidad, sabiendo que estos problemas son "cosa pública", es decir, pasan a tener un sentido universal y, por lo tanto, a afectar al esquema de reparto de los poderes y los derechos de propiedad (Habermas, 1999). Frente al aparente discurso de lo nuevo, lo último o lo nunca visto? tan utilizado desde el ámbito de la publicidad y el marketing?, la realidad es que buena parte del asociacionismo voluntario del tercer sector en realidad no sería otra cosa que la reactivación en el contexto actual de una larga tradición de defensa de la democracia
fuerte y de reivindicación de libertades positivas, construyendo lo colectivo desde la voluntad y la responsabilidad de las personas (Hirst, 1994).

Por todo esto, antes de establecer cualquier declaración maniquea sobre este asunto, en la que de manera apriorística se santifiquen o condenen las actividades del asociacionismo voluntario actual, es necesario primero explicar su génesis y evolución, contextualizarlo en un horizonte social interpretativo? como todo hecho social, este fenómeno no se produce por generación espontánea, por el simple deseo de alguien, o por la necesaria evolución lineal y continua de las instituciones sociales?, y luego observar de manera concreta y completa cuáles son las prácticas y los resultados reales de las diferentes organizaciones en los diferentes ámbitos, pues aquí la simple apelación a principios o declaraciones abstractas? generalmente prepolíticas? como la solidaridad, la cooperación, la paz o el bienestar son radicalmente insuficientes si no se incluyen en un ámbito de reflexión políticamente más global y en cuidadoso análisis de los efectos producidos en la estructura social.

De esta forma, el asociacionismo voluntario, y los grupos en él comprometidos, sólo en forma de asociacionismo critico pueden ser impulsores de un proceso complejo y multidimensional de reconstrucción y desarrollo de la ciudadanía como actividad crítica y responsable realizada por un conjunto de actores reales y concretos, reconociéndose en un conjunto de esferas de lo social cada vez más interpenetradas, y por ello no excluyentes: "Sólo un Estado democrático puede crear una sociedad civil democrática. Sólo una sociedad democrática puede mantener la democracia en un Estado. El civismo que hace posible la política democrática sólo puede ser aprendido a través de redes de asociaciones. A su vez, las capacidades que mantienen vivas las redes deben ser promovidas por el Estado democrático" (Waizer, 1998: 391).

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