Lenguaje y sexismo (1)


Desde el momento en que nacemos empezamos ya a recibir la influencia social que condicionará nuestra manera de ver y de estar en el mundo. Con el lenguaje aprendemos la primera forma de dividir nuestro universo en categorías. Las palabras denominan las cosas pero también hacen que las agrupemos de una determinada manera en nuestro pensamiento. Al mismo tiempo que aprenden las palabras, las niñas y los niños de cada comunidad lingüística aprenden -al principio en forma confusa- la idea que hay detrás de ellas, es decir, la realidad que los demás le atribuyen. El lenguaje refleja, así, el sistema de pensamiento colectivo y con él se transmite una gran parte de la forma de pensar, sentir y actuar de cada sociedad. Hay que destacar que este tipo de transmisión es inconsciente, como ocurre con la mayoría de las cosas que conforman lo social, y que, por supuesto, al ingresar en la escuela, niños y niñas saben ya muy bien cuál es su identidad sexual y cuál es el papel que como, tales les corresponde.

Ya en la escuela, las niñas deben aprender su identidad sexo-lingüística, para renunciar inmediatamente a ella. Si bien existe una palabra para denominar a un individuo de sexo femenino y otra diferente para el de sexo masculino, la balanza de la equidad lingüística se desequilibra escandalosamente cuando hay que utilizar una fórmula común para referirse a individuos de ambos sexos. Las niñas permanecerán toda su vida frente a esta ambigüedad de expresión, a la que terminarán habituándose, con el sentimiento de que ocupan un lugar provisional en el idioma, lugar que deberán ceder inmediatamente cuando aparezca en el horizonte del discurso un individuo del sexo masculino, sea cual sea la especie a que pertenezca. No sólo las referencias universales a los individuos de ambos sexos se hacen buscando la variante masculina (niños) para aludir a niñas/niños, -alumnos -por alumnas/os...), sino que se identifica semánticamente la palabra "hombre" con la de "persona" o "gente". Otros muchos ejemplos corroboran el sexismo en el lenguaje. Así, al referirse a ciertas profesiones o cargos, se tiende a decir: la primer ministro, la ingeniero, la arquitecto, imponiéndose la variante masculina sobre la femenina. En otro orden de ideas, se ha señalado la distinta connotación de ciertas palabras según su referencia al género masculino o al femenino (solterón/solterona; una profesional/un profesional; gobernante/gobernanta; mujer pública/hombre público...). Igualmente, al referirse a una mujer en el lenguaje coloquial se considera importante significar su relación con el matrimonio a través de la alusión a su condición de señora/señorita, mientras que no se considera resaltable esa condición en el varón, donde los solteros no son significados con el término -señorito-, que en castellano hace referencia al estatus social. Del mismo modo se considera digno de mención la situación de viudez cuando el muerto es un hombre pero no a la inversa (la viuda de Juan González, pero no el viudo de María Rodríguez).

En definitiva, vemos cómo en primer lugar el lenguaje y su aprendizaje no son imparciales, sino que están teñidos de ideología androcétrica y contribuyen activamente a la formación de pautas inconscientes de conducta en las personas que van a estar actuando durante toda la vida, apareciéndonos como inmodificables, gracias, precisamente, a la precocidad de su adquisición. En segundo lugar, debemos resaltar la idea ya expuesta de que los modelos lingüísticos son genéricamente ambiguos para la mujer y claros y tajantes para el varón. Éste sólo tiene que aplicar la regla de oro: siempre y en todos los casos hay que usar el masculino. La mujer, en cambio, permanecerá continuamente ante la duda de si debe renunciar a su identidad sexolingüística o a seguir las reglas establecidas por academias reales y aceptadas por todos.

El sexismo en los libros de texto (2)

No sólo el lenguaje oral refleja la discriminación sexista en la educación. Los libros de texto están rebosantes de mensajes sexistas ocultos tras redacciones aparentemente triviales o ilustraciones gráficas. Palabra y dibujo se combinan perfectamente para reforzar visualmente el modelo lingüístico androcéntrico.

Son muchos los estudios que señalan la mayor aparición de personajes masculinos que femeninos en las narraciones y dibujos de los textos escolares. Además, los niños suelen ser los héroes de las aventuras narradas, los audaces, los intrépidos, los emprendedores; siempre triunfan. A veces aparece un personaje femenino pero es totalmente marginal. Se limita a esperar, soñando el retorno del héroe. La historia importante es una historia de hombres, las mujeres sólo son, en general, un apéndice insignificante.

El tipo de familia que aparece en los libros de texto responde a una imagen absolutamente convencional destinada a reproducir los diferentes roles y funciones del hombre y de la mujer. No hay lugar para la madre que trabaja, para el padre que realiza tareas domésticas, ni para los padres separados, ni solteros, Todas estas situaciones quedan reducidas o desplazadas al campo de lo anormal, marginal o no natural.

En general, todos los estudios confirman la escasa aparición de mujeres en actividades laborales. No obstante, cuando étas aparecen con alguna profesión, suele ser en tareas que representan una prolongación del papel maternal: maestra, enfermera, parvulista; o bien en tareas de poca cualificación: vendedora, telefonista, auxiliar administrativa; o en tareas derivadas de actividades domésticas: cocinera, modista, planchadora, lavandera, sirvienta. Es importante hacer notar que apenas aparecen en los textos mujeres con títulos superiores: médicas, arquitectas, etc.

El rol de madre y esposa es especialmente exaltado. A veces se oculta la denigración tras ciertas adulaciones aparentes: -mamá prepara el desayuno. Qué ricas nos saben las tostadas de mamá. No hay nada en el mundo como mamá-. Se resaltan a través de la madre los roles relacionados con la pasividad, la afectividad lindante con la sensiblería y actitudes sumisas de servicio. La mujer cuida enfermos y ancianos, lleva el botijo al campo, cuida gatos, lleva a los niños al colegio y los recoge. La madre, y no el padre, está especializada en la tarea de dar amor y afecto, de consolar.

Ya es muy difícil ver aquellas viejas imágenes en que se representa a las madres ejecutando tareas domésticas, ahora simplemente ejercen un rol pasivo de comparsa.

El padre suele aparecer en actividades de fuerza y destreza: haciendo bricolaje, levantando maletas, empujando un coche, haciendo deporte, evitando algún peligro para sus hijos, o bien reposando sobre el sofá instalado en el centro, de una decoración pequeño-burguesa. A veces lee. La mujer no suele aparecer leyendo; sólo se preocupa de los acontecimientos sociales de la vida exterior a la casa.

El padre puede aparecer fuera de casa en alguna actividad, la madre casi siempre está dentro. Si está fuera es para pasear al bebé, hacer alguna visita o simplemente para mirar.

Los hijos y las hijas son las miniaturas de los progenitores del correspondiente sexo. Los niños juegan a hacer travesuras, sólo a ellos les está relativamente tolerado realizarlas, sólo él aparece a veces por los suelos con sus juguetes, postura "impropia" de una mujercita. Hay siempre reflejada una mayor agresividad motora en los chicos, que frecuentemente corren, saltan, chillan, nadan, pescan, trepan a árboles, montan a caballo, sueñan con ser cow-boys. o tarzanes de la selva, se pegan entre ellos, montan y desmontan juguetes.

Las niñas, por el contrario, aparecen en situaciones más sedentarias y, en ocasiones, incluso ridículas: tienen miedo frente a una cucaracha, de una tormenta, se marean, lloran, se protegen de las bolas de nieve que les lanzan los niños, tienen miedo a los perros, no consiguen levantar una maleta, no se atreven a subir al árbol desde el que el niño suele lanzarle los frutos recogidos. Las niñas recogen flores, los varones recogen manzanas. En otras ocasiones, aquéllas aparecen en actitudes de aseo o coquetería, pintándose los labios; a escondidas con el lápiz de mamá, en alguna actitud de vanidad o chismorreo. La idea de aseo va unida en la niña a la búsqueda de belleza; en el niño, a su condición higiénica y sanitaria. Los niños suelen estar estudiando, las niñas casi nunca. Las niñas casi siempre sonríen; los niños, no es absolutamente necesario. Es constante, en este sentido, la asociación de belleza, simpatía y alegría como proyecto fundamental de la mujer.

La mujer es casi siempre la obediente, la receptora del mensaje; el hombre, el emisor. Las niñas son las ayudantes u observan la actividad ejecutante del niño. La iniciativa en todos los campos, incluido el amoroso, corresponde al hombre, mientras a la mujer corresponde la espera pasiva.

En los libros de ciencias y matemáticas los niños observan el sol y la luna con el telescopio, usan el microscopio, manejan la pipeta y la plomada, miden distancias, trazan figuras geométricas; las niñas, por lo general, se limitan a observar cómo ellos ejecutan estas acciones, son las que hacen los juicios de valor o los juicios subjetivos de los hechos objetivos experimentados por los niños. Cuando aparecen grupos escolares no mixtos, son generalmente masculinos.

En los libros de gramática aparecen, a veces, ejemplos de oraciones gramaticales que son en si mismas mensajes sexistas explícitos. En un caso concreto se ilustraba el concepto de oración coordinada copulativa con este ejemplo: -Carmen hace las camas y María barre y Juan escribe novelas y cuentos. En otra ocasión, cierto libro de iniciación para párvulos pedía a los escolares que de entre un conjunto amplio de objetos representados gráficamente, separaran el lote de los característicos de la mujer y los del hombre, En las narraciones infantiles, las pequeñas compras domésticas aparecen realizadas generalmente por niñas, las grandes transacciones comerciales las realizan los hombres.

Es importante reseñar la observación de la ponencia presentada a las Jornadas de la Mujer en Euskadi, referida a la imagen de la mujer en los libros de texto: -el hombre en sus rasgos fundamentales aparece sobre todo como representante del SER HUMANO. Los valores que él representa o a los que aspira son valores humanos considerados como modelo por la sociedad mientras que los que representa la mujer son exclusivamente femeninos. Expliquemos esta afirmación: cuando se ponen ejemplos de situaciones o actividades humanas en principio indistintas para ambos sexos, siempre aparece el hombre llevándolas a cabo: pasear, comer, estar con amigos, trabajar, etc.; a él se les asignan también cualidades humanas como la creatividad, el interés por lo desconocido, la curiosidad, entre otras. La mujer, cuando aparece, lo hace siempre en actividades especificas de su función y que nunca son realizadas por el hombre.. Al mismo tiempo, sentimientos como amor, amistad o miedo, aparecen claramente estereotipados. Así, en uno de los libros analizados, el amor viene ilustrado por una señora que sostiene un bebé en sus brazos; el sentimiento de amistad lo ilustra la imagen de dos niños cogidos de la mano, mientras que el miedo lo ilustra una niña subiéndose a una silla con expresión aterrada ante la presencia de un ratón.

Vemos cómo los libros de texto no sólo enseñan la materia escolar ni es el dominio de ese saber en concreto lo único que cultivan, sino todo un código de símbolos sociales que comportan una ideología sexista, no explícita, pero increíblemente más eficaz que si estuviera expresada. Niñas y niños tienden de manera irresistible a seguir los modelos propuestos, principalmente cuando se les ofrecen como indiscutibles y tan evidentes que no necesitan ni siquiera ser formulados.

(1) Tomado de M. Moreno. Cómo se enseña a ser niña: el sexismo en la escuela, y del Feminario de Alicante, Apuntes fotocopiados.

(2) Tomado de josé M, Toledo Guijarro. Materiales para una educación no sexista y de M. Moreno, íbid.