El País Vasco desde fuera
José María Tortosa
La sociedad vasca, como todas las sociedades, no puede reducirse a una sola dicotomía, por ejemplo, la de violentos/demócratas, que parece ser omnipresente. Tanto desde fuera como desde dentro del País Vasco son demasiado frecuentes las simplificaciones y lo que se podrían llamar ultrasoluciones: se quiere resolver el problema con soluciones tan radicales que son un problema en sí mismas. Pero lo que no suele plantearse es, sin embargo, lo fundamental: en qué consiste el conflicto, qué habría que hacer para transformarlo de manera pacífica, cómo generalizar una cultura de paz, cómo reconciliar a las partes, etc. Existen, sin embargo, caminos reales para avanzar hacia una solución. Caminos largos y no exentos de dificultades que parten de la reformulación del discurso nacionalista, de la recuperación de la variante del nacionalismo cívico-político, y pasan por las elaboradas tipologías de pacificación, resolución de conflictos, mantenimiento de la paz, etc.
No es cierto que para entender los problemas vascos haya que ser vasco. El lugar de nacimiento o los antepasados no son ni obstáculo ni garantía de que se va a comprender la situación. Lo que hace falta es ponerse a estudiarla. Sin embargo, hay que reconocer que, estando fuera, la tarea está llena de dificultades y de riesgos de incomprensión y deformación que son diferentes de los que se producen estando dentro, pero igualmente reales.1
Por la lógica misma de los medios de comunicación, éstos tienden a presentar una imagen polarizada de la sociedad vasca que se refleja en el síndrome manifestación-contramanifestación o en la fotografía dramática que muestra a dos grupos frente a frente y portando pancartas contrapuestas. Esa imagen se sedimenta y cristaliza y acaba siendo aceptada por muchos de los miembros de esa sociedad, que parten de ella en sus análisis sin entrar en mayores distinciones. Sin embargo, la sociedad vasca, como cualquier otra sociedad, no puede reducirse a una sola dicotomía.
Existe, sí, la que coloca en un lado a los violentos y en el otro a los demócratas, por usar el vocabulario de sus gobernantes actuales. La dicotomía es omnipresente y hace que hasta el movimiento por la paz acabe siendo clasificado siguiendo esas líneas y poniendo a Elkarri en un lado y a Gesto por la Paz en el otro, lo cual no deja de ser excesivo.
No es, de todas formas, y por más que sea eficiente y asumida, una dicotomía tan extrema: pancarta contra pancarta, lo que a mí más me ha impresionado ha sido el resto de la gente, muchísimo más numeroso, que pasaba por el lugar de la manifestación. Si esas otras personas iban cargadas de miedo, cansadas, indiferentes, amedrentadas o ajenas a lo que allí estaba ocurriendo, eso ya no lo sé. Sí hay que decir y repetir que, en términos comparativos, la violencia vasca no es tan virulenta como uno y otro lado intentan interesadamente hacer ver.2
Desde fuera, se observa una segunda fractura entre nacionalistas y, si se me permite, cosmopolitas, por no llamarles internacionalistas. Los violentos suelen ser nacionalistas y han conseguido que observadores poco atentos los identifiquen.3 Por contra, los demócratas pueden ser nacionalistas o cosmopolitas. Los nacionalistas de uno y otro lado tienen elementos comunes que los diferencian de otros nacionalismos peninsulares. Entre esos elementos está el mayor papel jugado por la religión, la tradición comunalista (asociativa, cooperativista etc.) y la mayor segmentación de la sociedad.4 Al mismo tiempo, también hay elementos que los asemejan a otros nacionalismos de tipo cultural-colectivo y los separan de los cívico-políticos.5
Es obvio que ambas (semejanzas y diferencias) tendrían que ser tenidas en cuenta sobre todo para explicar, cosa que no siempre se hace,6 por qué algunos nacionalistas se orientan hacia la violencia (los llamados nacionalistas radicales moderados) y otros no (los llamados nacionalistas) y que tal vez podría resolverse mostrando hasta qué punto se trata de nacionalismos diferentes o no.7 Por otra parte, esta dicotomía se presenta a veces en la realidad más como una entidad continua, no discreta, que como una dicotomía: tal vez entre nacionalistas y cosmopolitas habría que situar a los autonomistas. Cuestión de grado, quizá.
En todo caso, los nacionalistas de los que he hablado hasta ahora son sólo uno de los tipos posibles, a saber, los que, en contra de la práctica habitual vasca, me atrevería a llamar abertzales, palabra que se opone aquí a los llamados españolistas, también nacionalistas pero que se refieren a otra nación, incompatible en términos lógicos con la vasca, es decir, la española, y que pueden llegar a ver a los anteriores como "traidores al estado nacional"8 o separatistas. El españolismo en Cataluña también existe, pero no está tan extendido a pesar de que, en las encuestas (no está tan claro si también en la realidad), en el País Vasco los que se sienten "sólo vascos" son, por lo menos, tres veces más que los que se sienten "sólo españoles", aunque la mayoría confiesa ante el encuestador lo que se podrían llamar "lealtades compartidas": sentirse ambas cosas, eso sí, en proporciones cambiantes. De nuevo, lo que se presenta como dicotomía puede ser en realidad menos discreto y formar un continuo, sin que sus unidades estén separadas unas de otras.
Sociedad multifracturada
Todas estas divisiones políticas no agotan las fracturas en la sociedad vasca. Por supuesto, en los términos locales, está la diferenciación entre euskaldunes (vascos de origen) y maketos (inmigrantes) que podría establecerse en el terreno de la cultura, pero que tal vez haya que situarla en el mero lugar de nacimiento.9 También hay divisiones socioeconómicas, en particular entre desempleados y empleados o las más clásicas bilbaínas entre "margen derecha" y "margen izquierda" (de la ría), símbolo de burgueses y proletarios, que es preciso introducir en el esquema si se quiere dar cuenta de lo que realmente sucede. En contra de la moda del esclusivismo culturalista, conviene recordar que, aunque la cultura siga teniendo una gran importancia, las clases sociales no han sido abolidas.
Como ha sido puesto de manifiesto repetidas veces, sin la sociedad en la que aparecen estos fenómenos, difícilmente los entenderemos. Algunos autores, en efecto, han subrayado con particular fuerza la relación entre nacionalismo y lo que los sociólogos llaman anomía, que es una forma de desorganización social.10 Sin embargo, todas estas fracturas tienden a ser subsumidas bajo el imperio de la política y, en particular, bajo la primera de ellas (demócratas/violentos). Desde un punto de vista simplista, desde fuera la tendencia es a identificar violentos con nacionalistas, abertzales, euskaldunes y hasta desempleados.11
Pero la realidad no se deja simplificar tan fácilmente: por ejemplo, visto lo visto, no todos los demócratas son no violentos y de nada sirve negarlo aunque su violencia sea distinta cuantitativa y cualitativamente. Sobre todo, lo importante es reconocer que las diferentes fracturas no coinciden mecánicamente: hay violentos españolistas, abertzales maketos (hijos de inmigrantes, la llamada segunda generación), desempleados cosmopolitas y todas las combinaciones pensables. El País Vasco es, como toda sociedad, algo mucho más heterogéneo de lo que las referencias periodísticas a los vascos pueden hacer creer. Además, y como se ha indicado, muchas de estas dicotomías, en la realidad, no en su presentación política, aparecen como extremos de un continuo en el que desde un lado se puede llegar gradualmente al otro. Evidentemente, eso también es válido para la dicotomía entre euskaldunes y maketos: La mezcla ha estado siempre presente y el RH negativo, en los estudios de Cavalli Sforza, no pasa del 25% de la población.
La mayoría de las personas concretas, que no militan en la organización de ninguna de esas dicotomías, se orientan unas veces según una de éstas y otras según otra y lo mismo puede decirse, en muchas ocasiones, de las organizaciones mismas. El que prime una u otra de las dicotomías dependerá de las circunstancias, de la coyuntura específica o de quién esté planteando el conflicto que es el que, en definitiva, convierte un continuo gradual en una dicotomía polarizada. En eso, tampoco el País Vasco es original: sucede en muchos otros grupos humanos. Una persona, por ejemplo, frente a un cosmopolita, se manifestará nacionalista; frente a un españolista, se mostrará abertzale; frente a un violento, se declarará demócrata; y en cada caso encontrará compañeros que no encontraría en los restantes, como bien saben los representantes del PNV en sus complejas actitudes y comportamientos: con ETA comparten el nacionalismo, con el PP un pacto en Madrid y con el PSE-EE, además del gobierno, la posición demócrata.
Hay una circunstancia particular que lleva a reacciones inmediatas que no siempre coinciden fuera y dentro. Se trata de la violencia con sus consecuencias previsibles tanto en términos de indignación como de venganza, pero también de anonadamiento y perplejidad. Y no se trata sólo de la violencia de ETA. Como se ha dicho, "durante los años 50 y 60 casi cada familia tenía a uno de sus miembros o algún amigo en la cárcel o sufriendo los efectos de una brutal represión".12 Cuando se la despoja del apasionamiento inevitable y comprensible, deja ver que produce algunas actitudes de fondo que dificultan particularmente la resolución del problema que ella misma plantea.
Desde fuera, pero también desde dentro, son demasiado frecuentes las, llamémoslas, ultrasoluciones: cuando se tiene un problema delante, la fórmula infalible para perseverar en el fracaso consiste en proponer soluciones tan radicales que creen un nuevo problema, éste ya totalmente irresoluble. Yo creo que el problema de fondo no es el nacionalismo vasco, que va a continuar por tiempo indefinido ya que, además, cuenta con menores posibilidades que el catalán de alcanzar la independencia.13 El PNV seguirá funcionando como "autonomista en la práctica, independentista en el vocabulario" y el PSOE-PSE como autonomista tout court. EJ problema es ETA con su mezcla de independentista-marxista-leninista, bandido-secuestrador y atrapada en su propia trampa de grupo armado violento y que practica el atentado indiscriminado junto al asesinato político y la venganza incluso personal en una espiral casi autónoma. ETA misma es una ultrasolución para las causas que reivindica, pero la represión policial y el contraterrorismo también lo son, aunque desde fuera no siempre se vean como tales.
El camino de la negociación
El caso vasco en general, y el de ETA en particular, se suele abordar desde fuera preguntando quién tiene la culpa o a quién hay que castigar. Plantear quién tiene la culpa permite "tertulianear" indefinidamente, aportando los datos que convienen a cada parti pris y silenciando los que no convienen. Es la actitud del abogado que, si es defensor, ve unas cosas y, si es fiscal, otras bien diferentes. No lleva a ningún lado reducirlo a una cuestión de a quién castigar, sobre todo en esa forma de ley del talión que a veces se observa, por otro lado comprensible.
Lo que, desde esas perspectivas, no se plantea es lo que para muchos es lo fundamental: en qué consiste el conflicto, qué habría que hacer para transformarlo de forma durable y pacífica, cómo generalizar una cultura de la paz para afrontar los conflictos inevitables, cómo reconciliar a las partes, cómo reconstruir lo destruido en el terreno de los comportamientos, las relaciones humanas, la política cotidiana... Métodos hay. Incluso se dice que no se trata, precisamente, de "un limitado abanico de posibilidades".14 Lo que hace falta es voluntad de aplicarlos, y esa voluntad no es muy visible, desde fuera, ni en los de dentro ni en los de fuera: existe, pero no es suficiente. Porque no hay otro camino que la negociación y esto tendrían que reconocerlo todas las partes, que no son sólo dos, pero que, en todo caso, incluyen a ETA, que tampoco es que muestre síntomas inequívocos de querer negociar, sino todo lo contrario.
No se duda de que la táctica de los demócratas frente a los violentos tenga sentido: se trata de aislar a estos últimos y, desde ese punto de vista, la táctica parece haber dado sus frutos. Pero ya no está tan claro que una simplificación del conflicto tan extrema como ésa sea verdaderamente útil a medio plazo, al margen de que haya contribuido, entre otras múltiples causas, a la agudización de la violencia juvenil.15 Como es sabido, la primera regla para resolver un problema es plantearlo bien. Y no parece que el planteamiento de las dos orillas sea el más adecuado: ése es, precisamente, el de ETA y el de los fundamentalistas del españolismo que, desde fuera, han identificado vasco y terrorista y reaccionan con virulencia ante la, por otro lado, razonable y sensata propuesta de recurrir a los buenos oficios de un mediador externo. Hay, sin duda, otras muchas variables a introducir silo que se quiere es una solución y, entre ellas, no es de descartar la violencia de algunos "demócratas" de guerra sucia, el integrismo de los violentos y la voluntad de los ciudadanos del País Vasco que tiene que pronunciarse por mayoría y la de los de Navarra que tiene que pronunciarse igualmente y nadie puede decidir por ellos.16 Es cierto que la Constitución española impide un referéndum de autodeterminación. Pero ése no es el problema: la Constitución puede cambiarse y probablemente vaya a cambiarse. El problema es que nadie lo quiere: desde las diferentes ópticas crea más problemas de los que resolvería con independencia de su resultado que, por cierto, podría ser recibido con alegría por muchos españoles si llevara a la separación de Euskadi.17 Lo más probable, sin embargo, es que, si se convocara en Euskadi, la respuesta popular vasca fuera contra dicha separación. No se ve, entonces, por qué hacer de ese asunto una bandera innegociable, por qué negarse por principios a tal referéndum ni tampoco por qué defender sólo la posibilidad de convocarlo pero sin ningún deseo de convocarlo efectivamente y con el secreto deseo, en última instancia, de que, de convocarlo, la respuesta fuese negativa para la secesión.
En todo caso, caminos, con dificultades y llenos de problemas, pero caminos reales, los hay. No digo que sean atajos. Más bien se trata de largos caminos que parten de la reformulación del discurso nacionalista l8 de forma que permita la defensa de la identidad sin marcar líneas en el suelo que separen a los "buenos" de los "malos", pasan por la recuperación de la variante del nacionalismo cívico político por encima del colectivo-cultural y llegan a las elaboradas tipologías de pacificación, mantenimiento de la paz, construcción de la paz, resolución de conflictos, transformación de conflictos etcétera.19 Si, en cambio, lo que se busca es una ultrasolución, ya se sabe lo que hay que hacer: insultar de un lado al otro y del otro al uno (decidir que hay sólo dos lados, por difícil que sea) y abundancia, en el vocabulario, de palabras como salvajes, asesinos, cipayos, torturadores, mátalos, remátalos.
NOTAS
- Evito citar a autores "peninsulares" para acentuar así el "desde fuera" que aparece en el título.
- Ted Robert Gurr ("Peoples Against States: Ethnopolitical Conflict and the Changlng World System", International Studies Quarterly, vol. 37, nº 3, 1994, PP. 347-377) le da una magnitud relativamente baja: entre los 70 casos estudiados, el vasco está con los cuatro menos intensos.
- Rodolfo Stavenhagen, "Les conflicts ethniques et leur impact sur la société internationale", Revue Intemationale des Sciences Sociales, nº 127, 1991, PP. 123-138. No queda absolutamente claro si todo el nacionalismo es el de ETA, pero sí que "los efectos locales de la crisis económica le han valido al movimiento nacionalista la simpatía de la población" (Ibid., p. 129). Por contra. Jyrki Livonen, "Nation States in Europe" en The Future of Nation State in Europe, J. livonen ed., Edward Elgar, Aldershot, 1993, p. 6: "La oposición [de ETA] al gobierno central es obvia, pero eso no significa que la mayoría de la población vasca esté por la independencia nacional".
- Hank Johnston, "The Trajectory of Nationalist Movements: Catalan and Basque Comparisons", Journal of Political and Military Sociology, vol. 23, invierno, 1995, PP. 231-249.
- Robin M. Williams, Jr., The Sociology of Ethnic Conflicts: Comparative International Perspectives", Anual Review of SocioIogy, vol. 20, 1994, PP. 49-79.
- Basado en una comparación entre el nacionalismo catalán y el vasco e identificando este último. prácticamente, con ETA David D. Laitin, "National Revivals and Violence", Archives Européenes de Sociologie, vol. 36. nº 1,1991, pp. 3-43.
- Ver Liah Greenfeid y Daniel Chirot, "Nationalism and Aggression", Theory and Society, vol. 23, nº 1, 1994, PP. 79-130; Michael Hechter, "Explaining Nationalist Violence", Nations and Nacionalism, vol. 1, nº 1, 1995, PP. 53-68.
- Michael Mann, "A Political Theory of Nationalism and its Excesses", Notions of Nationalism, 5. Peñwal ed., Central European University Press, Budapest-Londres-Nueva York, 1995, p. 56. Mann utiliza "integral nationalists in Spain" para lo que aquí he llamado españolistas.
- Aceptar el elemento "racial-racista" aquí presente (Anthony D. Smith, Nations and Nationalism in a Global Era, Poility Press, Cambridge, 1995, p. 71) es ya tomar posición dentro de las dicotomías vascas. Es curioso que, de todos los nacionalismos que hay en la Península, en sectores del nacionalismo vasco aparezca lo que podría haber sido la característica del nacionalismo español y no lo fue: la idea de pureza de sangre frente a judíos y moriscos y la de hidalguía.
- Liah Greenfeld, "Nationalism and Modernity", Social Research, vol. 63, nº 1, 1996, pp. 3-40.
- Desde un punto de vista simplón, el resultado es todavía peor: se niega toda heterogeneidad. Los vascos se convierten, en conversaciones y tertulias, en un todo homogéneo y sin fisuras que tiende a identificarse con ETA. Contra tal identificación espuria el Gobierno vasco ha intentado luchar mediante conocidos anuncios televisivos.
- Montserrat Guibernau, Nationalisms. The Nation-State and Nationalism in the Twenlieth Century, Polity Press, Cambridge, 1996, p. 62 (La autora es catalana, pero escribe el libro "desde Warwick"). Michael Mann ("A Political Theory...", op.cit., p. 61) afirma que los vascos fueron "los peor tratados bajo el regimen de Franco", por lo que "han mantenido el terrorismo" que, de todas formas, "ha disminuido regularmente en la medida en que ha avanzado el federalismo democrático".
- "Los vascos han seguido profundamente divididos en cuanto a la independencia inoluso estando en un régimen democrático", dice John Armstrong, "Toward a Theory of Nationalism", en Notions of Nationalism, op. cit., p. 40.
- Sammy Smooha y Theodor Hanf, "The Diverse Modes of Conflict-Regulation in Deeply Divided Societies", Inlernational Journal of Comparative Sociology, vol. 33, nº 1-2, 1992, p. 44.
- Dick Anthony y Thomas Robbips, "Religious Totalism, Violence and Exemplary Dualism: Beyond the Extrinsic Model", en Millennialisrn and Violence M. Barkun ed., Frank Cass, Londres, 1996, PP. 10-50.
- Crenshaw ya notaba en 1986 que "la ETA vasca ha llegado a valorar el conflicto armado como un fin en sí mismo, citado por Clark R. McCauley y Mary E. Segal, "Terrorist lndividuals and Terrorist Groups: The Normal Psychology of Extreme Behavior", en Terrorism. Psychological Perspectives, J. Groebel y J.H. Goldstein eds., Publicaciones de la Universidad de Sevilla, 1989, p. 44.
- Benyamin Neuberger, "National Self-Determination: Dilemmas of a Concept", Nations and Nationalism, vol. 1, nº 3, 1995, pp. 297-325.
- Thomas Hylland Eriksen, "Ethnicity' versus Nationalism", Journal of Peace Research, vol. 28, nº 3, 1991, PP. 263-278; Idem, "Ethnicity and Nationalism: Definitions and Critical Reflections", Bulletin of Peace Proposais, vol. 23, nº 2, 1992, Pp. 219-224.
- Johan Galtung, Peace by Peace ful Means. Peace and Conflict, Developrnent and Civilization, Sage, Londres, 1996, con algo de respuesta a Peter Lawier, A Question of Values. Johan Galtung's Peace Hesearch, Boulder, Londres, 1995.