Globalització, mundialització...
de què estem parlant?


Mirem els diaris i constantment trobem el terme globalització i / o mundialització. Gran part de les decisions econòmiques fan referència a la nova situació mundial a la qual ens referim amb aquests termes.

Aquí en teniu un exemple:

El canciller toma posesión de su despacho provisional en Berlín

Schröoder adaptará el programa del SPD a los retos de la globalización

AGENCIAS Berlín.

El canciller alemán, Gerhard Schröder, anunció ayer que su Partido Socialdemócrata Alemán (SPD) va a reformar su programa fundamental para adaptarlo a los retos de la globalización. La dirección del partido decidió formar una comisión, presidida por Schröder, encargada de elaborar un documento que será debatido en el próximo Congreso del Partido, en diciembre. "Me ocuparé intensivamente de la discusión", aseguró el canciller, antes de tomar posesión de su despacho en Berlín.
Schröder aseguró en conferencia de prensa celebrada en Sarre que con este cambio en el programa del SPD "no se quiere inventar de nuevo los valores socialdemócratas", sino adaptar el programa, que data de 1989, cuando aún existía el muro de Berlín, a unas condiciones distintas impuestas por la globalización.



Font: El país 24 de agosto 1999


ACTIVITAT

Us proposem que recolliu varies notícies dels diaris per anar situant a classe la importància del fenomen de globalització i aclarir algunes idees sobre què singifica aquest concepte.

Amb aquestes notícies, podeu fer una llista d'idees que apareixen associades al fenomen de la globalització del tipus. Aquesta llista pot començar, per exemple, amb les següents idees:

Per completar la introducció al tema llegiu atentament el següent article.

Siempre más segregación

Mayo de 1993
Por Ignacio Ramonet
Redacción del Monde Diplomatique

A su alrededor, cada uno percibe que la coartada de la modernización sirve para que todo ceda bajo el peso de una uniformidad estéril. Un mismo estilo de vida se impone en todo el planeta, difundido por los medios de comunicación y prescrito por la cultura de masa. Desde La Paz hasta Ougadoudou, desde Kioto hasta San Petersburgo, desde Oran hasta Amsterdam las mismas películas, las mismas series televisivas, las mismas informaciones, las mismas canciones, los mismos lemas publicitarios, los mismos objetos, la misma ropa, los mismos coches, el mismo urbanismo, la misma arquitectura, los mismos pisos a menudo amueblados y decorados de una idéntica manera… En los barrios acomodados de las grandes ciudades el atractivo de la diversidad cede el paso frente a la fulminante ofensiva de la estandarización, de la homogeneización, de la uniformización.(...) A lo largo de la historia de la humanidad, jamás unas prácticas propias a una cultura se habían impuesto como modelos universales tan rápidamente. Modelos tanto políticos como económicos; por ejemplo, la democracia parlamentaria y la economía de mercado, admitidas en adelante en todas partes como "racionales", "naturales", y que participan en los hechos a la occidentalización del mundo.(..)

Esta mundialización ha sido acentuada por la aceleración de los intercambios comerciales entre las Naciones después de la firma, en 1947, del Acuerdo general sobre las tarifas arancelarias y el comercio (GATT). La rapidez de las comunicaciones y su coste cada vez más reducido, desde principio de los años 80, han hecho explotar estos intercambios y han multiplicado de manera exponencial los flujos comerciales y financieros. Las empresas se proyectan al exterior de su país de origen y desarrollan ramificaciones en todas las direcciones; la inversión directa en el extranjero crece masivamente y aumenta tres veces más rápidamente que el comercio mundial. (...)

En los años 70 se comparaba la expansión de las empresas transnacionales con pulpos que poseen múltiples extensiones pero que dependen de un mismo centro, geográficamente localizado, donde se elaboraba la estrategia de conjunto y de donde partían los impulsos. La empresa global ya no tiene centro, sólo es una red constituida de distintos elementos complementarios, dispersos a través del planeta y que se articulan los unos con los otros según una racionalidad económica pura, obedeciendo exclusivamente a dos palabras claves: rentabilidad y productividad. Así, una empresa francesa puede pedir prestamos en Suiza, instalar sus centros de investigación en Alemania, comprar su maquinaria en Corea del Sur, instalar sus fábricas en China, elaborar su campaña de marketing en Italia, vender en estados Unidos y poseer unas sociedades a capital mixto en Polonia, Marruecos y México.

No es solamente la nacionalidad de la empresa que se disuelve en esta dispersión loca sino también, a veces, su propia personalidad. El profesor americano Robert Reich, convertido en secretario en temas laborales en el gobierno de William Clinton, cita el caso de la empresa japonesa Mazda, la cual, desde 1991, "produce unos Ford Probe en la fábrica Mazda de Flat-Rock, en Michigan. Algunos de éstos coches son exportados a Japón y vendidos bajo la marca Ford. Un coche utilitario Mazda se realiza en la fábrica Ford de Louisville, en Kentucky, y se vende luego en las tiendas Mazda en los Estados Unidos. Nissan, entretanto, concibe un nuevo camión ligero en San Diego, en California. Los camiones son ensamblados en una fábrica Ford en Ohio, con piezas sueltas fabricadas por Nissan en su fábrica de Tennessee y comercializados entonces por Ford y Nissan en Estados Unidos y en Japón." Así, Robert Reich se pregunta: "¿Quién es Ford? ¿Nissan? ¿Mazda?".

Los asalariados de los países de origen de la empresa son integrados a pesar suyo en el mercado internacional de trabajo. Ya que la nivelación se hace hacia abajo, los salarios bajos y la menor protección social se imponen. Las advertencias de la agencia internacional del trabajo (BIT) no logran incidir en ésta evolución. La empresa global busca, a través de las deslocalizaciones y del aumento incesante de la productividad, obtener la mayor ganancia posible; ésta obsesión la lleva a producir donde los salarios son los más débiles y a vender donde se hallan los niveles de vida más elevados. En el Sur, las deslocalizaciones tienden a estallar y a aprovecharse de una mano de obra barata. En el Norte, la automatización, la robotización y la nueva organización del trabajo conllevan despidos masivos que traumatizan los países desarrollados, tanto más que la destrucción de millones de empleos no se compensa con creaciones en otros sectores.

Estas empresas, lejos de ser mundiales, son, en realidad, triádicas, es decir que intervienen esencialmente en los tres polos dominantes: América del Norte, Europa occidental y zona Asia-Pacífico. En el seno de ésta triada los intercambios se multiplican, se intensifican. La economía global provoca así, paradójicamente, una fractura del mundo entre éstos tres polos cada vez más integrados y el resto de los países (en particular modo los de Africa) siempre más pobres, marginados, excluidos del comercio mundial y de la modernización tecnológica.(...)

A este respecto, las empresas globales no se sienten de ningún modo atañidas; ellas subcontratan y venden en el mundo entero y reivindican un carácter supranacional que les permite actuar con una libertad importante ya que no existen, para decirlo así, instituciones internacionales de carácter político, económico o jurídico que tengan la capacidad de reglamentar su comportamiento de forma eficaz.



ACTIVITAT

Per treballar aquest text, us proposem un guió de temes, amb els quals podeu fer un comentari a classe (per escrit o de forma conjunta):

GUIÓ DEL COMENTARI


Un fet sobre el que hi ha opinions contraposades

Per últim, volem posar sobre la taula les diferents opinions que genera la globalització. Què millor que la lectura i comentari de dos textos amb opinions ben contraposades.

Una obligación moral

Junio de 1997
Por Peter Martin
Redactor jefe de la edición internacional del Financial Times.

Los debates acerca de la mundialización se polarizan generalmente entorno a sus implicaciones económicas. Quisiera, por mi parte, poner énfasis en los argumentos profundamente morales que abogan en su favor, y que pueden resumirse en una frase: la integración acelerada de las sociedades antaño marginalizadas es lo mejor que ha ocurrido en la vida de la generación de la posguerra.

La mundialización constituye una auténtica colaboración más allá de las fronteras, de las sociedades y de las culturas, al contrario de las colaboraciones facticias (en francès: "factices"???) de los diálogos Norte-Sur y de las elites burocráticas. No sólo ha minado las fundaciones del imperio del mal soviético, sino que está haciendo lo mismo en China. Aunque sin sus efectos políticos directos, sus virtudes habrían sido extraordinarias: ha provocado un enorme aumento de la felicidad humana en las sociedades que han sido capaces de aprovechar las oportunidades que ofrece.

Ésta transformación provocará los efectos exactamente inversos que aquellos invocados por la gente que, en la izquierda, la procesan. Bajo su impulso, el poder va a desplazarse de forma irresistible de los países desarrollados hacia el resto del mundo. Es el deseo de impedir a cualquier costo esta transferencia que fundamenta la visión del mundo de los críticos de la mundialización. Sus argumentos, según mi punto de vista, se basan en un deseo visceral de preservar el estatus quo y de eternizar la hegemonía de su ideología profundamente conservadora.

Considero que las posiciones hostiles a la mundialización son profundamente inmorales, ya que pretenden reprimir las aspiraciones del Tercer Mundo con el fin de preservar las ventajas de un modelo particular de trabajo en Occidente. Nos contestan que la mundialización produce muchos más perdedores que vencedores. Esto es simplemente inexacto, tanto en términos relativos como absolutos, como lo demuestra cualquier estudio sobre estadísticas económicas durante el periodo de la posguerra. Los críticos más refinados admiten que se han creado millones de empleos. Sin embargo, explican, no se trata de verdaderos empleos, sino de una explotación desvergonzada de la mano de obra. Vayan a decir esto a los trabajadores bien formados de Hong Kong, de Singapur, de Malasia, de Tailandia, a los obreros de la electrónica de Acer, a los obreros del automóvil de Daewoo. Vayan a decir esto a los trabajadores de China meridional que han escapado a la vida miserable y agotadora del campo y que avanzan - efectivamente en las peores condiciones de trabajo - hacia una auténtica prosperidad y una auténtica autonomía de vida.

Las aspiraciones de los pobres del Tercer Mundo, su deseo de riqueza, de prosperidad y de libertad me llenan de alegría. ¿Qué le van a decir aquellos que denigran la mundialización? ¿Que no tienen el derecho de elegir su futuro porqué nosotros, los europeos, no somos capaces de adaptarnos con la rapidez necesaria para permitírselo? ¿Dónde está la moral en este asunto? Es posible salir de la mundialización, pero el precio a pagar no es sólo económico. Es también político, ya que la pretensión de contenerla lleva a una inevitable extensión de los poderes del Estado y a la perdida de la libertad individual. Pasa por una represión de los deseos naturales de los individuos y por un embrollo siempre más denso de reglamentaciones, de legislaciones, de criminalización de la actividad económica natural y de politización de las decisiones cotidianas. Hemos conocido muy bien todo esto en muchos países europeos a lo largo de los últimos veinte o treinta años.

Salir de la mundialización se traduciría por una puesta en tela de juicio fundamental de los derechos democráticos, en particular de este derecho entre todos precioso: aquello de dedicarse libremente a sus ocupaciones. ¿La libertad de escoger entre una treintena de cereales distintos por el desayuno es una libertad que tiene importancia? Es una cuestión de opinión. Lo que no lo es, en cambio, ya que ha sido corroborada por muchas experiencias amargas, es que la extensión del Estado -indispensable para eliminar las posibilidades de elección transfronterizas ofrecidas por la mundialización- es nefasta y profundamente antidemocrática. Se dice a veces que el libre cambio tiene que estar sometido a valores más importantes. ¿Pero existe un valor más importante que sacar de la pobreza a miles de millones de personas, que crear oportunidades de elección y de desarrollo personal y de fortalecer la democracia en el mundo entero? La economía liberal de mercado es global por naturaleza. Constituye lo que hay de más acabado en la aventura humana. Deberíamos de estar orgullosos, individualmente y colectivamente, de haber contribuido a construirla con nuestro trabajo y nuestros votos.

Une machine infernale

Junio 1997
Por Riccardo Petrella
Profesor de la universidad católica de Louvain, autor de "Le Bien commun. Eloge de la solidarité", Labor, Bruxelles, 1996.


Oponerse a una mundialización dominada por lógicas de guerra y de conquista propias de la economía de mercado capitalista, liberalizada, desreglamentada, privatizada, y con gran intensidad de tecnocracia y de competitividad, no es oponerse a otras formas de cooperativas de gobierno y de mundialización, sino todo lo contrario.
Tanto más que esta exigencia la sustentan centenares de miles de organizaciones que, por todos lados del planeta, se esfuerzan para establecer nuevos principios y nuevas formas cooperativas de gobierno mundial. Estas organizaciones son activas en todos los campos de la seguridad de la humanidad: militar (contra la proliferación de las armas nucleares y por el desarme en general); medioambiental (para el desarrollo duradero, de acuerdo con las recomendaciones de la conferencia de Rio de 1992); alimentario, para acabar con el escándalo de una malnutrición que afecta a 800 millones de individuos. Son también muy presentes en el dialogo entre las culturas y las civilizaciones, en el desarrollo de una investigación científica y tecnológica orientada hacia fines humanos y sociales, etc.
El mayor obstáculo que encuentran es precisamente la mundialización actual, fundamentada en la primacía de los intereses y de la libertad de acción sin fronteras de la empresa privada, y en la soberanía de un mercado supuestamente auto-regulador.
Lejos de optimizar la asignación de los recursos materiales e inmateriales del planeta - sin hablar de sus riquezas humanas - la globalización genera profundas disfunciones y despilfarros desvergonzados. La satisfacción de las necesidades de la sociedad no figura, es cierto, en la lista de sus objetivos. Así, la eficacia que algunos le atribuyen sólo es una pretensión absurda. Desde el fin de la convertibilidad del dólar en oro, decidida por el presidente americano Richard Nixon en 1971, y desde la liberalización generalizada de los movimientos de capitales - en Estados Unidos en 1974, en el conjunto de la Comunidad europea a partir de 1990-, el mundo vive en una inestabilidad monetaria completa.
Una economía financiera puramente especulativa se ha desarrollado, cada vez más disociada - cuando no enemiga de la economía real y de una verdadera cultura industrial.
El objetivo de la rentabilidad a corto plazo provoca, aquí, unas crisis de sobreproducción (industria automóvil, electrónica, informática, acero), y allá una crisis de escasez (vivienda, educación, alimentación) y, en muchos otros sectores, caídas de la productividad (cereales de base, sistemas informáticos, etc.).
La mundialización lleva a las economías hacia unas estructuras de producción de lo efímero, de lo volátil - por medio de la reducción masiva y generalizada del ciclo de vida de los productos, de los servicios - y de la precariedad (trabajo itinerante, flexible, a tiempo parcial). En lugar de revalorizar la permanencia de los recursos disponibles, los convierte cuanto antes en obsoletos, inútiles, no reciclables. Todo esto a expensas del trabajo humano y de las relaciones sociales.
Con el pretexto de dar valor "el recurso correcto, proveniente del lugar correcto, para el producto correcto, en el mercado correcto y en el momento correcto para el consumidor correcto", la mundialización de las estructuras de producción permite a las grandes redes de empresas multinacionales de explotar, a escala planetaria, las pequeñas y medianas empresas de forma intensiva y al coste más bajo. Estas PME, confinadas en un papel de maquilladoras cada vez más fragilizadas, son consideradas como meros centros de beneficio al servicio de las grandes corporaciones. La situación es todavía más inestable para las PME, a su vez subcontratistas de grandes subcontratistas. El sentimiento de inseguridad y de explotación ya no es propio de los obreros, campesinos y trabajadores independientes. Toca desde ahora de forma concreta el entorno de los pequeños empresarios. Reenginering, producción flexible, externalización, desengrasamiento (downsizing): todas estas nuevas técnicas de gestión contribuyen al desarrollo de la grande máquina mundial del capitalismo de mercado, cuyo único objetivo es extirpar el máximo beneficio, al menor coste, de la riqueza del mundo. Recursos, individuos, grupos sociales, ciudades y regiones, hasta países enteros son abandonados o excluidos: no han sido juzgados lo suficientemente rentables por la máquina mundial. De allí la competencia loca a la que se entregan para ser "competitivos", es decir, simplemente para seguir existiendo. ¿Vamos a dejar a esta máquina infernal el poder de ser el único arbitro de la historia económica, tecnológica, política y social del próximo siglo?