Expositora: Laura E. Asturias
Foro: "Mujeres en Lucha por la Igualdad de
Derechos y la Justicia Social"
Ciudad de Guatemala, 5 de marzo de 1997


La conocemos desde hace tantos años, y aun ahora hace estremecer esa parte sensible que anidamos entre el pecho y el vientre. Tal vez sea que vivimos esa canción como una segunda piel nuestra -- un hijo, una hija, algún ser querido --que ahora descansa en la tierra, y Mercedes Sosa no hace más que recordárnoslo. Ha sido, en verdad, "un monstruo grande que pisa fuerte", esta guerra cruel librada por tanto tiempo y que ha arrasado con tanta piel guatemalteca. Una guerra que no acaba con un puñado de firmas plasmadas en un papel oficial, porque no es en papel donde se siembra la paz.

Todavía percibo la paz como aquello que nos hace posible vivir con dignidad, cobijar lo querido y lo nuestro bajo techo y entre paredes firmes; poder tomar un libro y comprenderlo más que adivinarlo; y tener la certeza de que, llegado el nuevo día, habrá más que una tortilla para saciar el hambre que punza el estómago, y un trabajo gratificante que compense justamente nuestro esfuerzo.

Ciertamente cuesta sembrar la paz donde impera la arrogancia, entre tanto privilegio otorgado sin merecimiento alguno, entre tanta pistola en manos de niños que apenas han dejado el pañal y que ni siquiera han conocido la plenitud del amor pero que ya sueñan y se obsesionan con matar. Simples hechos que, entre muchos otros, dan cuenta de la tarea que tenemos por delante, ahora que algunos han depuesto oficialmente las armas, mientras otros nos amenazan cotidiana e impunemente con ellas.

Una tarea de reconstrucción que, al igual que el tiempo invertido en demostrar quién podía más -- aunque algunos con más justificación que otros --, ahora requerirá de igual número de años, pero con un impuesto obligatorio para todas y todos: las consecuencias de la violencia generada por tanto juego de poder. Mas no entraremos aquí en el conocido relato histórico de cómo se construyó esta última guerra.

Lo que considero relevante -- en este momento histórico de búsqueda de las verdades pasadas para transformar el hoy, el mañana y el aquí -- es reflexionar acerca de cómo se construyen quienes hacen la guerra y cómo se aprende esa supuesta hombría que contribuye a generar y prolongar conflictos armados, que engendra niños pistoleros y fomenta una arrogancia que no debe tener lugar a las puertas de un nuevo milenio.

Habrá quiénes se pregunten por qué es una mujer quien viene hoy aquí a hablar sobre la masculinidad. A esto yo plantearía: ¿Por qué no una mujer, cuando no son los hombres quienes lo estén haciendo públicamente y, con muy escasas excepciones, ni siquiera aquellos que en la práctica son muy solidarios con las mujeres?

Es posible comprender el vínculo entre las relaciones de género y la construcción de la masculinidad hegemónica, una masculinidad dominante que no es otra cosa que toda la gama de conductas que aprende la mayoría de los hombres en el país. Se trata, en síntesis, de una masculinidad sexista, homofóbica, por lo general racista y, concretamente, patriarcal.

Pero la comprensión de este vínculo requiere, como mínimo, de la voluntad de dejarnos confrontar por todos aquellos asuntos que nos resultan desagradables y no nos conviene analizar; asuntos que nos desafían a cambios radicales y a menudo dolorosos. Porque hablar de la masculinidad hegemónica implica hablar de discriminación, de sexismo y de injusticia. No hacerlo equivaldría a hablar de cambios mas no de revolución; o hablar sobre el aborto y "olvidar" mencionar a la iglesia católica.

El tema de mi ponencia este día fue de mi elección, y mi intención es motivar reflexiones en un campo en el que me considero todavía inexperta. Es por esto que, más que una receta sobre lo que personalmente considero que debería cambiar, compartiré con ustedes una parte de los escritos, aprendizajes y reflexiones de varios hombres de otras sociedades comprometidos con la transformación de la masculinidad dominante. Adelante hablaré sobre ellos, pero desde ya quiero dar el crédito que corresponde a las siguientes personas por sus aportes: En Australia, Michael Flood, editor de la revista XY; Nick Sellars, Bob Pease, Dez Wildwood y Ben Wadham, columnistas de esa publicación. Ana Criquillion y Giovanna Mérola, escritoras de la revista chilena Mujer/Fempress. En Nicaragua, Edgar Amador, psicólogo y profesor de la Universidad de Managua. Y el escritor guatemalteco Mario Alberto Carrera.

Nuestra sociedad acepta intelectualmente los valores de igualdad, libertad y autonomía, que explícita o tácitamente están plasmados en la Constitución Política de la República. Estos valores, sin embargo, no se han traducido aún en comportamientos y políticas congruentes con tales conceptos. Y la más viva prueba de ello la encontramos en nuestra propia casa, en la manera en que seguimos formando a niñas y niños.

Aunque se reconoce que las cosas están cambiando, un alto porcentaje de niñas y niños continúa aprendiendo, desde muy temprana edad, que "el mundo de la mujer es la casa y la casa del hombre es el mundo". De acuerdo con este guión socialmente determinado, los varones juegan a ver quién es el más fuerte y audaz en ese mundo que es su casa; quién es el más hábil y valiente, el más capaz de desafiar las normas establecidas y salirse con la suya. Es decir, aprenden a jugar a "ser hombres" y se supone que todo ello afianza la masculinidad tal como nuestra sociedad la percibe.

A las niñas, por su lado, se les induce no a jugar a "ser mujeres" sino a jugar a "ser madres", y se les proveen los implementos necesarios -- muñecas, ollitas y planchas diminutas -- que les permiten desempeñar el papel que se les asigna para beneficio de la comunidad en su conjunto: el de amas de casa, esposas y madres.

Como sociedad, no hemos aún analizado y apreciado, en toda su magnitud, el daño que causamos a niños y niñas a través del rígido acondicionamiento que les imponemos. Y es esa falta de análisis y apreciación lo que nos mantiene en un modelo de formación nocivo y potencialmente destructivo, pues es el producto de acciones y actitudes que, paradójicamente, niegan y contravienen otros valores vitales para la convivencia, como lo son la ética, la solidaridad, el reconocimiento mutuo y el respeto a la vida, a la individualidad y a la diversidad humana.

Llegada cierta edad, a los varones les impedimos expresar ternura, cariño, tristeza o dolor, todas expresiones de humanidad, y les permitimos solamente la ira, la agresividad, la audacia, y también el placer, como muestras de la masculinidad ideal. Es así como construimos el "macho" castrado de su sensibilidad y en buena parte de su amor y con un comportamiento caricaturesco en su agresividad.

En las niñas, por el contrario, reprimimos las manifestaciones de agresividad, de ira, y también de placer, y exaltamos las de ternura, dolor y sufrimiento. Es así como construimos la mujer "víctima", sufrida, abnegada, desprovista de audacia y caricaturizada en las expresiones de tristeza y dolor.

Los hombres sienten tanto como las mujeres, pero aprenden a ocultar sus sentimientos, a través de un acondicionamiento potente y a menudo violento, desde los años formativos que determinan la conducta humana.

En algún momento de la historia -- seguramente hace unos siete mil años con el establecimiento del patriarcado -- se les robó a los hombres la posibilidad de la ternura, la expresión de sentimientos y la capacidad de crianza, clasificándolos como "débiles" al tener alguna de estas características y, por tanto, potencialmente "peligrosos" para la formación de su descendencia.
El niño aprende rápidamente acerca de su género, y con ello se percata de que se convertirá en hombre. Y la forma en que los niños construyen sus ideas acerca de la masculinidad se ve complicada por un factor clave en la sociedad actual: la falta de padres. Aunque el papel activo del padre es de crucial importancia para la formación del niño, muchos hogares carecen de una presencia paterna y, cuando sí la tienen, es común que ésta sea deficiente por diversas razones.

Hoy en día, padre e hijo comparten períodos de tiempo muy cortos, usualmente después de un arduo día de trabajo y con el padre en estado de agotamiento. Los hombres están en el campo, las fábricas u oficinas y los niños pasan cada vez más tiempo en la escuela, cuando tienen acceso a ella, o deambulan por las calles, sin orientación alguna, cuando no asisten a clases. A esto se suman los altos grados de alcoholismo y violencia masculina en el hogar que profundizan las deficiencias en la función afectiva del padre. Todo ello implica que los niños tengan, como modelos, aspectos muy limitados de la conducta masculina, y no todo el espectro de la masculinidad y de lo que significa ser un verdadero hombre.

Es también notoria la falta de "hombres sabios" en nuestra sociedad, y más aún en la población ladina. "Hombres sabios" son aquellos que han aprendido acerca de sus propias profundidades, debilidades y fortalezas y tienen la capacidad, el deseo y el compromiso de transmitir su aprendizaje y sabiduría a otros más jóvenes. Hay quienes afirman que sin "hombres sabios" la sociedad se devora a sí misma y que un joven es violento con otros y consigo mismo pues carece de un modelo integral de masculinidad y nunca llega a tener la orientación de un "hombre sabio".
También las escuelas juegan un papel de suma importancia en la construcción de la masculinidad. En las escuelas primarias, las mujeres constituyen el mayor porcentaje de docentes. Muchos niños, al igual que niñas, pasan por la primaria sin un solo hombre como maestro.

Ante la separación física y emocional entre hombres y jóvenes, entre padre e hijo, es más difícil aprender el significado de la masculinidad. Sin embargo, todos los niños deben crecer y convertirse en hombres, porque no tienen otra opción, y lo aprenderán de una u otra forma. En nuestra sociedad son evidentes tres métodos de aprendizaje de la masculinidad, y los tres son peligrosos.

En primer lugar, los niños comúnmente aprenden acerca de la masculinidad a través de los medios de comunicación. Un niño típico mira más televisión que a su padre. Dejando a un lado el potencial educativo positivo de la televisión, ésta usualmente presenta tres tipos de hombre: el deportista ultracompetitivo, el hombre violento o criminal y el alcohólico o drogadicto.

Las imágenes percibidas por el niño son, entonces, de hombres agresivos, invulnerables, insensibles, emocionalmente cerrados y muy negligentes respecto a su bienestar personal. Y, como bien lo saben las maestras y los maestros, son éstas las conductas más evidentes en la escuela.

Simplemente no hay mucho de dónde los niños y los adolescentes puedan escoger, y tampoco ayuda el que estos modelos sean reforzados cotidianamente en los hogares y las comunidades.

La segunda fuente de modelos de masculinidad viene del grupo de amigos. Los jóvenes pasan mucho más tiempo con muchachos de su edad que con hombres adultos. En estos grupos gana siempre el más agresivo y violento, el que más desafía la autoridad. Y es él quien termina dando el ejemplo de una masculinidad "exitosa", porque al final su conducta consigue lo que pretende.

La tercera forma en que los niños y los jóvenes aprenden acerca de la masculinidad es por reacción. Si los modelos de la televisión y del grupo de amigos son negativos, éste es potencialmente más dañino para la convivencia humana, ya que al no poder aprender sobre la masculinidad pues en la casa y la escuela está rodeado de mujeres, el niño llega a interpretar el concepto de "masculino" como "no femenino".

El peligro particular en esta forma de aprendizaje de la masculinidad es que usualmente se acompaña del desarrollo de una actitud antagónica hacia las mujeres, de una cultura anti-mujer en la cual se degrada todo lo percibido como "femenino" y se evitan a cualquier costa cuestiones tales como mostrar emociones, cuidar de otras personas y del propio cuerpo, hablar sobre sentimientos, y también algo crucial para la educación de los varones: ser buenos en la escuela. Lo que tienen en común estas tres formas de aprendizaje es que transmiten cotidianamente, a niños y jóvenes, una imagen altamente estereotipada, distorsionada y limitada de la masculinidad.

La identidad sexual que asume la mayoría de hombres responde a un guión socialmente determinado que exagera las conductas más asociadas con la masculinidad, entre las cuales destacan la indiferencia, la prepotencia, el falocentrismo, la obsesión por el orgasmo y también la multiplicidad de parejas. La construcción de la masculinidad hegemónica está directamente vinculada con la adopción de prácticas temerarias y de graves riesgos (como en el caso de la actividad sexual, al rechazar el uso del preservativo para prevenir el SIDA y otras enfermedades de transmisión sexual) y también el consumo de alcohol, que suele facilitar la conducta sexual insegura. Y, por lo general, los campos de experimentación, los escenarios donde se actúa el guión masculino, son el cuerpo y la vida de las mujeres.

Aunque es cierto que tanto las mujeres como los hombres pierden por la asignación de rígidos papeles sociales basados en razones puramente biológicas, también lo es que siempre serán ellas quienes lleven la peor parte, pues son las mujeres a quienes se despoja de poder en la práctica sexista que mantiene el poderío masculino. Es por ello que el feminismo significa y propone una redistribución del poder en la sociedad, para que los hombres como grupo dejen de ejercer poder sobre las mujeres y de oprimirlas como grupo.

En uno de sus artículos, el australiano Michael Flood señala que el sexismo y el feminismo podrían parecer relevantes sólo para las mujeres: "Después de todo, son las mujeres quienes adquieren menos empleos o promociones en el trabajo. Son ellas quienes están subrepresentadas en la política e invisibilizadas en el lenguaje. Y son ellas quienes más sufren el acoso, el abuso y la violación sexuales, y cuyos cuerpos son continuamente cosificados en la pornografía y los medios de comunicación."

Es imposible hablar de feminismo sin hablar de sexismo. Porque, tal como plantea Flood, "si las mujeres no participan tanto en el trabajo formal y la política, ¿quiénes lo hacen? ¿Quiénes las someten al acoso sexual y la violación? ¿Quiénes sí son visibles en el lenguaje?" Éstos son ejemplos importantes y ampliamente diseminados del poder de los hombres sobre las mujeres. Y también son ejemplos de las formas en que todos los hombres se benefician del sexismo.

Es fácil reconocer incidentes individuales y grupales del sexismo y del poder de los hombres sobre las mujeres: el hombre que toca a una mujer que camina por la calle; los hombres que, después de una fiesta o reunión, continúan hablando, sin inmutarse, mientras las mujeres limpian, lavan y guardan cosas; el gerente de un banco que niega un préstamo a una mujer soltera o un crédito agrícola a una mujer indígena; o varios hombres jóvenes que violan a una mujer.

El poderío masculino se refleja, dolorosamente, en el hecho de que los hombres cometen alrededor del 90 por ciento de los crímenes violentos, incluyendo casi el 100 por ciento de las violaciones a mujeres, niños y niñas. La masculinidad aprendida y también la heterosexualidad aprendida son factores cruciales que explican las diversas violaciones dentro del contexto del poderío masculino.

Pero más allá de estos despliegues individuales o grupales de brutalidad y opresión, se encuentra toda una estructura de poder: el patriarcado.

Vivimos en una sociedad que, al igual que muchas otras en el mundo, trabaja en función de los intereses de los hombres. En la mayoría de los casos, quienes dirigen las corporaciones, los departamentos gubernamentales y las universidades, son hombres que disponen las cosas de tal forma que para las mujeres es sumamente difícil, cuando no imposible, ganar acceso a posiciones de alto nivel. Éste es sólo un ejemplo de la naturaleza estructural del poder masculino, que a su vez da forma a las interacciones individuales entre hombres y mujeres.

Los beneficios del sexismo y del patriarcado para los hombres existen también a escala global. No es una simple casualidad el hecho de que los hombres perciban el 90 por ciento de los ingresos a nivel mundial y posean el 99 por ciento de las propiedades.

Sexismo es el plano donde se encuentran, sin mayores diferencias, los hombres de la izquierda y de la derecha, quienes mantienen discursos aparentemente democráticos pero que al final dañan a las mujeres, las cosifican y excluyen de las decisiones que las afectan. ¿Llegará, acaso, el día en que Pablo Monsanto se preste, "en pie de igualdad", a salir sonriente y en calzoncillos en la primera página de un diario mientras sus compañeras se presentan totalmente vestidas?

Sexismo es hacer uso de la prerrogativa masculina para abandonar física y espiritualmente a los hijos y las hijas cuando las responsabilidades de la paternidad y la convivencia empiezan a resultar abrumadoras. Es sexismo el que, en un país donde la mayor parte de la legislación fue elaborada por hombres para beneficiar primordialmente al sexo masculino, los hombres se quejen cuando, tras una separación o un divorcio, alguna ley les obliga a contribuir a la manutención de sus hijas e hijos.

En actividades mixtas como ésta, en las que se intenta analizar las relaciones de género dentro del contexto del patriarcado, no es extraño que algún hombre afirme que si las mujeres tenemos a nuestro cargo la crianza de los hijos, somos nosotras las "culpables" del machismo. Al culparnos por la perpetuación del patriarcado, se olvida, antojadizamente, que el "no estar" es también una potente forma de enseñar la masculinidad. Es siempre mucho más fácil culpar a las mujeres cuando no se desea aceptar que la ausencia y la conducta del padre -- al igual que los comportamientos de muchos hombres en la comunidad -- son, de hecho, los modelos que absorbe el niño que debe aprender a ser hombre. Y es siempre mucho más fácil examinar las formas en que los hombres perciben que se les niega su pleno potencial que ver cuánto se benefician en áreas donde a otras personas se les niega el suyo.

El sexismo incluye todos los aspectos de la conducta y las costumbres masculinas, del lenguaje y de las instituciones sociales -- tales como la familia, el matrimonio y la educación -- que crean, refuerzan y también provienen de las desventajas experimentadas por las mujeres. A los hombres les interesa perpetuar el sexismo pues éste les representa poder, privilegios y prestigio, además de un grupo entero de personas sobre quienes pueden sentirse superiores: las mujeres.

Los hombres aprenden a ejercer poder sobre las mujeres, y este ejercicio incluye no escuchar la voz de las mujeres, subordinar los deseos y la voluntad de ellas a los suyos, y concentrarse en el cuerpo femenino como un objeto y una imagen y no como la expresión integral de una persona completa, consciente, con derechos y sentimientos. Y han aprendido también que su poder patriarcal es "natural" y que no puede ser cambiado, lo cual forma parte de la ideología del sexismo, que justifica y legitima la opresión de las mujeres. Sin embargo, el poder patriarcal sí puede ser transformado en un modelo de convivencia más equitativo, y es a raíz de esta certeza que nace el llamado "movimiento de hombres".

Hoy en día se evidencia un cambio en la conciencia y la comprensión de las relaciones de género y de poder, motivado por los desafíos que a nivel mundial ha planteado el movimiento feminista. Un cambio que también es compartido por hombres que se han atrevido a imaginar y vivir su masculinidad en formas no opresivas, ni para ellos mismos ni para otras personas; hombres que, a la vez de reconstruir radicalmente su masculinidad, apoyan explícitamente las demandas de las mujeres.

Son hombres que han aceptado con profundo respeto las experiencias de las mujeres bajo la tiranía del machismo y que se han visto reflejados en esas experiencias al reconocer no sólo su papel de opresores, sino también el sufrimiento y los comportamientos autodestructivos por los que debieron pasar para acceder a la virilidad.

Estos hombres creen en la necesidad de reflexionar juntos y apoyarse mutuamente para superar las heridas causadas en sus vidas por el patriarcado. Pero también reconocen que en nuestras sociedades, dominadas por hombres, la experiencia masculina del dolor viene acompañada de un mecanismo de compensación: la posibilidad de confirmar su poder y dominio sobre quienes no son hombres (las mujeres), quienes todavía no lo son o nunca lo serán (los niños y las niñas) y aquellos que no están conformes con las normas hegemónicas de la sexualidad masculina (los homosexuales).

Es por ello que estos hombres que se han sumado a las filas feministas, y que se autodenominan "profeministas", saben que no basta con ser "buenos" o "tiernos" con las mujeres, las niñas y los niños, que no basta con combatir sólo el sexismo y la violencia masculina, sino que su lucha debe enmarcarse en acciones concretas, positivas y creativas, asumidas con compromiso y determinación, para erradicar todos los patrones de opresión. Es así como también luchan activamente contra la homofobia y el racismo.

Son hombres que han sabido apreciar la lógica humanitaria e incluyente en las propuestas que tantas mujeres alrededor del mundo han aportado a la reflexión sobre las relaciones de poder entre los sexos. Admiten haber aprendido mucho de ellas y reconocen que los esfuerzos de los hombres por lograr cambios sociales sustanciales sólo podrán ser legítimos y efectivos si trabajan junto a las mujeres en pie de igualdad. Son hombres que han aceptado el desafío de ser más respetuosos y honestos pues saben que ello afianzará sus relaciones personales y permitirá que sus coaliciones políticas sean más sólidas.

Son también hombres que, por su franca oposición al sexismo, al racismo y a la homofobia, han debido afrontar, en sus culturas, todo tipo de burlas, hostigamiento y también cuestionamientos acerca de su hombría.

Saben que, al actuar con valentía, cuestionar las normas, alzar la voz y hacer públicas sus creencias y emociones, se arriesgan a que los aíslen y los ataquen por considerarlos "raros" y aun homosexuales. Pero son hombres que no han permitido que tales actos y actitudes, producto del temor de los machos a perder su poderío, los alejen de su postura y del compromiso de erradicar la opresión en todas sus manifestaciones.

Son hombres conscientes de que los más fieles practicantes del sexismo tienen un profundo interés en que las cosas continúen como están. Aquí voy a citar de nuevo a Michael Flood: "Los hombres ganamos mucho con el sexismo: tenemos alguien que cuida de nosotros, que cocina, lava y limpia para nosotros; que nos alimenta, nos consiente, nos alivia y nos halaga. Si el sexismo desapareciera, tendríamos que crecer y cuidar de nosotros mismos. Y tendríamos que aceptar que, después de todo, no somos tan especiales como nos hemos creído."

Los hombres profeministas se han concentrado en la violencia de los hombres contra las mujeres, la pornografía, la discriminación sexual y las desigualdades de poder por razón de género. Y han descubierto en el camino que, para muchos hombres, los conceptos de sexismo y de opresión son todavía una píldora demasiado difícil de tragar. Porque el movimiento de hombres no es, en absoluto, un espacio homogéneo sino de diversas expresiones y corrientes.

Algunos grupos masculinos han surgido primordialmente para reivindicar los derechos que los hombres sienten que han perdido a partir del movimiento feminista. Y aunque reconocen que el modelo patriarcal ha sido nocivo también para ellos y no sólo para las mujeres, y dan la impresión de abogar por la igualdad de derechos entre los sexos, son en realidad los "hombres de derecha" del movimiento. Porque tras este discurso aparentemente humanista e igualitario, niegan tener poder en la sociedad y el hecho de que las leyes, los medios de comunicación, los gobiernos, la iglesia y la historia han estado y siguen estando de su lado y en sus manos. Y niegan también que sus supuestas "reivindicaciones de igualdad" terminan reforzando sus posiciones de poder y control, tanto en el ámbito público como en la familia.

Estos grupos argumentan que los hombres están tan oprimidos como las mujeres. Expresan cólera contra el feminismo por los desafíos que éste les presenta y concentran sus energías en lo que ellos ven como las ventajas relativas de las mujeres en comparación con los hombres.

Porque para ellos es mucho más fácil discutir lo que perciben como violaciones a sus derechos que analizar cuánto se benefician en áreas en que a las mujeres, y también a otras personas, de hecho se les niegan los suyos.

Los hombres profeministas, por su lado, saben que deben criticar abiertamente esas facciones de su movimiento que se involucran en polémicas contra el feminismo y las mujeres. Son conscientes de la necesidad de dar atención al dolor experimentado por los hombres, derivado de una salud deficiente, de la tensión laboral y de su experiencia de impotencia social; un dolor también producto del abuso sexual que han sufrido, pero que mantienen herméticamente oculto especialmente si el ofensor fue otro hombre. Pero saben que la mejor forma de dar atención a esos dolores es contextualizarlos dentro de las relaciones de poder de clase, de raza, de edad y sexualidad, por un lado, y los efectos contradictorios del poder patriarcal, por el otro.

Son ahora miles los hombres organizados en grupos en Canadá, Australia, Estados Unidos y Europa. En Australia, la organización MASA, que significa Hombres contra la Violencia Sexual, ha conseguido incidir, con su política profeminista, en la política social del país.

En Estados Unidos se realizan, desde los años ochenta, reuniones a las que asisten hombres de diferentes estratos sociales y económicos, en las cuales se hace un fuerte énfasis en la espiritualidad y el saber indígenas. Allí se encuentran "maestros" y "hombres sabios" como los guatemaltecos Miguel Rivera y Martín Prechtel.

También Latinoamérica está participando en estos cambios. En Costa Rica, se reúne regularmente, desde hace algunos años, un grupo mixto que reflexiona sobre las relaciones entre los géneros. En Nicaragua, la Fundación Puntos de Encuentro para la Transformación de la Vida Cotidiana inició hace algunos años un ciclo de talleres con hombres jóvenes sobre la identidad, la sexualidad y la violencia doméstica. En estos talleres se argumenta que no existe la llamada "esencia masculina", sino que se aprende a ser hombre como se aprende a ser mujer, y que el aprendizaje masculino en nuestras sociedades incluye el aprender a ser competitivo, violento, impositivo, macho y homofóbico.

Sus participantes intentan aprender juntos a no caer en estériles sentimientos de culpas y actitudes de odio o desprecio hacia sí mismos por ser parte del género dominante, y más bien a confrontar con firmeza en ellos mismos, en sus relaciones personales y a nivel social y político, el ciclo de violencia en el cual viven.

El movimiento de hombres profeministas, en alianza con mujeres feministas, también ha sido instrumental para promover una agenda pro-hombres que reconoce la influencia de los dolores del pasado. Y aunque aprecian la importancia de mejorar las vidas de los hombres, creen que una de las maneras de hacerlo es viviendo en formas que realmente hagan una diferencia y resistiéndose a la tendencia de presentar a los hombres como víctimas.

Los hombres profeministas estuvieron presentes, en noviembre de 1996, en la Conferencia Internacional sobre Violencia, Abuso y Ciudadanía de las Mujeres, celebrada en Inglaterra, durante la cual presentaron estudios críticos, análisis y resultados de experiencias sobre el tema de Los Hombres y sus Masculinidades. Allí se abordó desde la conciencia política del género y las políticas profeministas hasta la violencia masculina contra las mujeres a la luz del Derecho Penal.

En esa conferencia, Latinoamérica fue representada por el psicólogo nicaragüense Edgar Amador, profesor de la Universidad de Managua, quien presentó una ponencia sobre la respuesta de los hombres a la violencia contra las mujeres en Centroamérica, y destacó que "siempre fueron las mujeres organizadas las que combatieron la violencia, la conducta discriminatoria y el abuso por parte de los hombres, pero en 1993 un grupo de hombres organizados decidió crear un espacio de reflexión y actuar para poner fin a la violencia, aun entre ellos mismos". Amador comentó, además, que a pesar de la suspicacia que ha despertado en Nicaragua, el grupo ha logrado más aceptación y su labor se centra en la reflexión de sus experiencias individuales y temas que generalmente no se discuten entre los hombres.

Estos hombres de Nicaragua se dedican a realizar acciones conjuntas con mujeres y otros grupos civiles para combatir la violencia sexual y doméstica; participan en debates públicos, apoyan a los hombres que desean superar el machismo y promueven la formación de grupos similares. Uno de estos hombres se encuentra por algún tiempo en Guatemala, impartiendo, a nivel rural, talleres sobre los hombres y la masculinidad.

El programa expuesto en la conferencia en Inglaterra podría pasar desapercibido para muchas personas. Sin embargo, representa un enorme avance y la gran novedad de este fin de siglo que apunta alentadoramente hacia un cambio cualitativo en la relación entre hombres y mujeres.

Porque aunque el persistente ataque a las mujeres y al feminismo evidencia que no hay cambios significativos entre los "hombres de derecha" del movimiento, los profeministas son ejemplo vivo de que sí es posible el cambio, a través de actitudes y acciones conscientes. Este "hacerse diferentes" puede ocurrir constantemente en sus vidas. En cada sociedad existen restricciones específicas, pero también hay posibilidades de transformación para las personas.

Los hombres profeministas afirman que lo que los hombres hacen y son ocurre, y puede cambiar, en varias áreas. Aunque el terreno de las relaciones sexuales y emocionales -- es decir, la convivencia en pareja, la familia y el hogar -- puede ser el área de práctica más difícil para los hombres, pues es desafiante el que su poder personal sea cuestionado, las formas en que viven y se relacionan con otras personas están abiertas al cambio. Los hombres pueden, por ejemplo, tratar de establecer relaciones auténticamente íntimas y hacer que las relaciones sexuales no sean opresivas sino de consentimiento mutuo; pueden disminuir el poder patriarcal de la paternidad y pueden abandonar la violencia contra la mujer, los hijos y las hijas. Generar cambios en este nivel cotidiano, en las conversaciones, en el trabajo doméstico y las emociones, erosiona los patrones de la opresión.

Espacios tales como el trabajo remunerado, los partidos políticos, los sindicatos y otras organizaciones también ofrecen posibilidades para el cambio político contra el patriarcado, ya que en ellos se encuentran múltiples ejemplos de sexismo: la forma en que los hombres dominan los puestos ejecutivos y se aferran a ellos sin dar paso a mujeres tanto o más calificadas que ellos; los métodos de trabajo que excluyen completamente a las mujeres; el acoso sexual; y también la conveniente ceguera ante la condición y las experiencias de las mujeres. Los hombres pueden intervenir en cualquiera de estos espacios.

Sin embargo, el cambio personal y espiritual de los hombres no será suficiente para hacer frente a los problemas de explotación y desigualdad de poder. Su crecimiento individual no conducirá automáticamente a acciones personales o políticas que apoyen la igualdad de género, y hasta podría ser que ayude a los hombres a acomodar las demandas de las mujeres en un patriarcado más sutil y modernizado. Es por ello que las estrategias grupales y colectivas son vitales para desmantelar la opresión.

Conscientes de la necesidad de erradicar la dominación de género, los hombres profeministas promueven el diálogo por encima de las diferencias, la creación de alianzas y la política de coalición, pues éstos representan espacios alternativos en los que se puede trabajar por la igualdad de género. Así proponen que la estrategia más progresista para los hombres consiste en solidarizarse y crear alianzas con las mujeres, con indígenas, homosexuales y otras consideradas "minorías", iempre bajo el principio del respeto a la diversidad. Proponen, además, el desarrollo de una política de hombres profeministas en los movimientos sociales progresistas y en el Estado. Y es aquí, justamente, donde surge el mayor obstáculo.

El movimiento de hombres no ha logrado el necesario apoyo político a sus demandas. Según el escritor Bob Connell, "el proyecto de transformar la masculinidad no tiene prácticamente ningún peso político, ninguna influencia en las políticas públicas ni recursos para su organización; no cuenta con una base popular ni tiene presencia en la cultura de las masas."

Esta falta de fuerza en el movimiento posiblemente tenga mucho que ver con los hombres que ocupan los más altos niveles del poder: las evidencias indican que los dirigentes a esos niveles simplemente no están dispuestos a cambiar.

Al igual que muchos otros, los hombres poderosos protegen lo suyo pero, a diferencia del resto, son los beneficiarios de lo que Connell denomina "el dividendo patriarcal", otorgado a hombres exitosos o prominentes que se someten al ideal masculino. Además del honor, el prestigio y el derecho a gobernar que el patriarcado les confiere, los hombres obtienen los considerables beneficios materiales y la buena vida que acompañan a las posiciones de autoridad.

Las manifestaciones machistas que encierran a los jóvenes tras las rejas, que los alejan de las aulas y los meten en problemas, también dan a esos jóvenes la motivación y la autoridad para llegar a la cima, a pesar de que son las muchachas quienes demuestran niveles académicos superiores. ¿Por qué, entonces, querrían los hombres que ostentan las más altas posiciones perturbar el modelo de masculinidad que los colocó en ellas? Obviamente, una estrategia de vital importancia sería involucrar hombres poderosos en el proceso de concientización, convenciéndolos de recompensas que no sean las ofrecidas por el patriarcado.

Personalmente, creo que es hora de analizar los efectos reales de los valores masculinos dominantes sobre otras personas en la familia, el trabajo, la política y también sobre sí mismos. El negarse a hablar, a admitir debilidad y a mostrar vulnerabilidad, así como las prácticas de control y dominio sobre otras personas, son tácticas exitosas de poder, pero también son los puntos que provocan el colapso en los hombres.

Porque es un hecho que la opresión tiene un elevado costo también para el opresor. Y si existe una lección que los hombres podrían aprender de sus vidas cotidianas, de sus relaciones opresivas con las mujeres y con otros hombres, y del dolor que el patriarcado les ha legado, se trata de una lección muy antigua: la lección sobre el enemigo interno. Éstas son razones importantes que deberían motivar al menos una intención de cambio.

Creo que todas estas reflexiones deben ocurrir aquí y ahora porque ni las mujeres ni los hombres que somos parte del tejido de este embrión de nación llamado Guatemala, podemos permitir que se repita el genocidio de las últimas décadas. Creo que la reflexión y el cambio deben darse también porque no debemos seguir conviviendo en la ignorancia mutua sobre "el otro sexo"; porque debemos dejar de vernos como sexos opuestos si compartimos la misma Tierra, el mismo techo, y posiblemente la misma cama y los mismos ideales de libertad, de hermandad, de solidaridad.

Porque debemos cuestionar, combatir y transformar esta arrogancia patriarcal que sólo conseguirá postergar aún más la cosecha de la paz.

Y creo que la reflexión y las acciones concretas de cambio deben darse porque la construcción de la masculinidad dominante, que aplasta la humanidad de la gente, significa también la destrucción de la confianza en niños y niñas que necesitan, por el contrario, modelos más positivos, sanos e integrales en los hombres con quienes comparten su hogar y sus comunidades; modelos que les permitan un desarrollo cimentado en la equidad, la libertad y la esperanza. Si no podemos darles, hoy y aquí, la sociedad que necesitan y merecen, debemos al menos intentar ofrecerles modelos de conducta que reflejen nuestro compromiso con el cambio y con la paz, para que les sea menos difícil afrontar la segregación, la inseguridad y la violencia que, de hecho, les estamos heredando.


Bibliografía:

· Arndt, Bettina. "Renuentes al cambio" (Getting the act together). Revista Manhood. Australia, 1996. Traducción de Laura E. Asturias.
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· Criquillion, Ana. "La cuestión masculina: ¿Otro problema femenino?" Suplemento Vamos de Compras, Diario Prensa Libre (Guatemala), 16-XII-94. Originalmente publicado en la revista Mujer/Fempress (Chile).
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