Daniel Cazés*La década de 1960
Durante los años sesenta de este siglo, todos los valores y las convenciones aprendidos (y que todo mundo debería aceptar) como universales, incontrovertibles y eternos, eran tema de debates ardientes y de argumentaciones en ocasiones elaboradísimas.
Nada dejaba entonces de ser cuestionado, y tanto la irreverencia como la imaginación fueron a menudo punto de partida de creatividad artística y de proyectos libertarios que se convirtieron en acciones políticas. Éstas, generadoras de grandes cambios culturales, fueron recibidas de maneras contradictorias. Hubo simpatía hacia quienes, jóvenes en su mayoría, irrumpían así en la vida de sus sociedades. Pero predominaron la arrogancia, la censura y la represión. Con ellas, el conservadurismo buscó amordazar, atemorizar, encerrar en prisiones y ahogar en sangre las voces que se abrían camino hacia el final de la centuria y del milenio. En México, esto es lo que más aparece en las reminiscencias.
Habían pasado casi veinte años desde que concluyó la llamada Segunda Guerra Mundial que desoló al mundo con la violencia, la destrucción, el exterminio y las increíbles ganancias producidas por el más lucrativo de los negocios. La democracia, se decía, había vencido al nazifascismo, y con la creación de la ONU se reconstruirían los territorios y se reorganizarían las naciones. Así, la paz abría nuevos horizontes en los cuales las potencias cuyos ejércitos habían combatido entre 1939 y 1945 ubicaron a las ganancias del consumo suntuario y la especulación financiera como paradigmas del progreso, aunque la mayoría de los habitantes del planeta apenas pudieran sobrevivir.
Pero la paz tan festejada fue una simple continuación, mejor tecnologizada, de la guerra. Los conflictos bélicos más notables fueron, al principio, Corea, y para los años sesenta, Vietnam. Mucha gente que había ido a suprimir con las armas la opresión, la injusticia y el racismo en Europa y en Japón, percibió a su regreso que en Estados Unidos nunca habían dejado de practicarse intensamente (y con fundamentación jurídica). En aquel momento veteranos y pacifistas que no deseaban participar en las guerras de tiempos de paz, se organizaron para ponerles fin; simultáneamente, los discriminados que habían ido a liberar discriminados más allá de los océanos, iniciaron un vasto movimiento para alcanzar para toda la población norteamericana el cese de la discriminación segregacionista y el ejercicio pleno de los derechos civiles. Esa fue la forma que adoptó ahí un movimiento democratizador que se estaba desarrollando en todos los confines del mundo, aunque en algunas partes de manera menos espectacular que en Norteamérica y en Europa.
Aquellas organizaciones ciudadanas alcanzaron en esos días gran auge. Sus miembros se movilizaban por doquier para someter todo a juicio y proponer que todo cambiara en el marco del pacifismo y los ideales de transformación democrática de todas las sociedades.
El feminismo
Ese fue el contexto en el que muchas mujeres consiguieron tomar también el cuestionamiento abierto en sus manos: ellas eran las ayudantes, apoyadoras y servidoras de los héroes de aquellas gestas, y cumplían infatigables y eficaces con los cuidados domésticos y las tareas oficinescas que los campeones de la paz y la justicia no asumían.
Y ellas, que eran el reposo de los guerreros de la paz y la democracia, descubrieron que -contrariamente a lo que acontecía con ellos-, trabajaban jornadas múltiples aunque oscuras y sin prestigio (la de su trabajo asalariado, la de la atención a las obligaciones hogareñas y maternas, y la de su militancia). Al ponerle nombre a las experiencias que analizaban, conformaron los primeros grupos feministas contemporáneos, caracterizados por inscribirse como parte de la construcción de la equidad en el ejercicio de todos los derechos humanos. Pronto estos grupos se fueron haciendo visibles en todo el mundo. Las mujeres comenzaron así a tomar por asalto todos los espacios de la sociedad y de la historia en los que su presencia había sido anulada, ignorada, suprimida o simplemente ocultada.
"Las mujeres son los negros de la humanidad" cantarían años después Yoko Ono y John Lennon para describir la verdadera cara de las relaciones entre hombres y mujeres. Cuando escribieron su canción y compusieron su música, ya hacía tiempo que estaba abierto el camino de la democracia genérica, la democracia de la vida de todos los días.
El activismo por los derechos humanos de las mujeres se intensificó en los sesentas, pero el feminismo contemporáneo se inició en los primeros años de la posguerra. En 1950, Eleanor Roosevelt y algunas delegadas, sobre todo de países tercermundistas, lograron que la ONU transformara el término Derechos del Hombre (adoptado en 1789), por el de Derechos Humanos y así, incluyendo a las mujeres, hiciera suya la declaración respectiva. Obviamente, el feminismo contemporáneo tiene antecedentes en acontecimientos previos como las luchas de las sufragistas en todo el mundo y las reflexiones sobre la nueva moral sexual de Alejandra Kollontai, las propuestas jurídicas de Harriett Taylor Mill a mediados del siglo 19 en Inglaterra, las exigencias encabezadas por Olympe de Goujes (guillotinada cuando intentó incorporar a la revolución francesa lo que hoy llamamos feminismo), la Vindicación de los derechos de las mujeres, también del siglo 18, formulada en Inglaterra, por Mary Wollstonecraft, y en México el reclamo de las zacatecanas para ser tratadas como ciudadanas al promulgarse la Constitución de 1824.
El segundo sexo, de Simone de Beauvoir (1949), es el libro precursor de todo lo que vendría después y hasta nuestros días. En él, por primera vez se constata que en ningún país del mundo las mujeres son tratadas igual que los hombres. "Las mujeres no nacen, llegan a serlo", concluirá la filósofa tras un recorrido por el pasado y el presente, en cuyo examen destaca la distancia que hay entre lo fijado en la anatomía humana (el sexo) y lo construido en las relaciones humanas opresivas (lo que años después se llamaría género).
En una elaboración rigurosa con evidentes orientaciones libertarias, esta autora hace suyas, de manera profundamente crítica, las perspectivas del evolucionismo, del materialismo y del psicoanálisis, fundamentos de la revolución intelectual de la que el feminismo es parte indisoluble. Al construir de Beauvoir el primer discurso filosófico sobre las mujeres desde la óptica de las mujeres, muestra las falacias del determinismo biologista para el que todo está preestablecido por la naturaleza, los instintos y la anatomía; de la misma manera, discute con el materialismo clasista que no reconoció a las mujeres como sujetos de la historia, y exhibe las limitaciones del psicoanálisis cuya base es el postulado de que lo masculino es universal, paradigmático, referente único de lo humano, mientras que lo femenino es simple expresión de la carencia de lo masculino.
Muchas otras obras fueron escritas después de El segundo sexo, mientras las mujeres de todo el mundo emprendían las más diversas acciones encaminadas a construir su propia humanidad, su autonomía, su libertad, el desarrollo pleno de sus capacidades y su ciudadanía, limitadas, restringidas o de plano negadas durante milenios de dominación masculina. Así comenzaron a escribir su propia historia: una historia de la humanidad en femenino, en la que las mujeres son protagonistas de la cotidianidad de todas las culturas y en la que hay cosas más importantes que las gestas guerreras y las maniobras políticas y diplomáticas de paladines en pugna; de una historia más apegada a la vida de la gente y menos a la exaltación de los héroes de la violencia y el patriarcado.
Este concepto es fundamental para el feminismo. Define a la organización política, ideológica y jurídica de la sociedad cuyo paradigma es el hombre (los hombres, cada hombre), que se basa en el sexismo (la opresión o los privilegios según el sexo de las personas) y se expresa cotidianamente en el machismo, la misoginia y la homofobia.
El reconocimiento de la opresión genérica (ubicación de las mujeres en posición de dependencia, subordinación, inferioridad y exclusión) es el punto de partida de la metodología multidisciplinaria, a la vez filosófica, científica y ética, que ha desarrollado el feminismo durante el último medio siglo. Los resultados de esa metodología han conformado un marco de acciones políticas de alcances a la vez generales y muy concretos. Una de sus perspectivas es la de ampliar los terrenos ya abiertos para el ejercicio de los derechos humanos de las mujeres, abrir nuevos espacios, reformular los derechos vigentes y definir derechos hasta ahora no concebidos como tales.
Se trata del enunciado de un programa político de las más vastas proporciones, cuya meta es construir la equidad, la igualdad y la justicia en las relaciones entre mujeres y hombres, entre mujeres y entre hombres. Es decir, que propone y está llevando a cabo cambios sociales (destinados a transformarse en cambios jurídicos) que no tienen como mira exclusiva a las mujeres, sino una profunda transformación de las concepciones, las relaciones, las mentalidades, las prácticas, las costumbres, de todos los seres humanos.
Así pues, el feminismo se define hoy como una filosofía, una disciplina de conocimientos, una ética y una propuesta de transformación social sin precedentes en la historia.
¿Y los hombres?
Quienes han analizado la estructura y la dinámica de las relaciones de género, saben que en ellas no están involucradas sólo las mujeres, y que quienes han estudiado la condición y las situaciones de vida de ellas se han ocupado igualmente de la condición masculina y de las situaciones de vida de los hombres. Porque el género abarca todo lo referente a las relaciones sociales basadas en la diferencia sexual: relaciones de poder cuya característica esencial es el dominio masculino.
Si bien la mayoría de los textos sobre la masculinidad opresiva han sido escritos por mujeres, desde el siglo 17 se inician las contribuciones de algunos hombres. Poullain de la Barre, cura francés, se refirió entonces a la supuesta inferioridad de las mujeres como el indicador más eficaz y determinante para analizar a la sociedad (lo que, con palabras semejantes, diría también Marx doscientos años después). Los trabajos que hizo John Stuart Mill con su esposa Harriett Taylor a mediados del siglo 19, marcan otro hito en la reflexión acerca del papel de los hombres en la opresión genérica. Quizá el primero de los trabajos contemporáneos es La producción de grandes hombres.
En la revisión crítica sobre las características y las expresiones de las formas dominantes o hegemónicas de la masculinidad, se han enumerado las siguientes concepciones que conforman y reflejan la posición de los hombres en la opresión genérica:· Los hombres y las mujeres son sustancialmente diferentes, los hombres son superiores a las mujeres, y los "hombres de verdad" lo son también a cualquier hombre que no se apegue a las normas aceptadas como ineludibles de la masculinidad dominante.
· Cualquier actividad, actitud o conducta identificada como femenina, degrada a los hombres que las asuman.
· Los hombres no deben sentir (o dado el caso, expresar) emociones que tengan la más mínima semejanza con sensibilidades o vulnerabilidades identificadas como femeninas.
· La capacidad y el deseo de dominar a los demás y de triunfar en cualquier competencia, son rasgos esenciales e ineludibles de la identidad de todos los hombres.
· La dureza es uno de los rasgos masculinos de mayor valor.
· Ser el sostén de su familia es central en la vida de cada hombre, y constituye un privilegio exclusivo de los hombres.
· La compañía masculina es preferible a la femenina, excepto en la relación sexual.
· Esta última es virtualmente la única vía masculina para acercarse a las mujeres, y permite tanto ejercer el poder como obtener placeres.
· La sexualidad de los "hombres de verdad" es un medio de demostrar la superioridad y el dominio sobre las mujeres y, al mismo tiempo, un recurso fundamental para competir con los demás hombres.
· En situaciones extremas, los hombres debemos matar a otros hombres o morir a manos de ellos, por lo que declinar hacerlo en caso necesario es cobarde y consecuentemente demuestra poca hombría y poca virilidad.Estas concepciones fundamentan el machismo y la misoginia. Y también reflejan el profundo arraigo de las ideas básicas, tradicionales y pretendidamente incuestionables, en que cada ser humano se forma como sujeto de género (es decir, en que llega a ser mujer u hombre):
· Lo masculino es el eje central, el paradigma único, de lo humano: los hombres somos la medida de todas las cosas.
· Todos los hombres debemos ser jefes, y el orden de las relaciones sociales debe responder al imperativo de que lo seamos al menos de una manera.
· A los hombres pertenecen de manera inalienable, el protagonismo social e histórico, la organización y el mando, la inteligencia, el poder público y la violencia policiaca y castrense, las capacidades normativas, las reglas del pensamiento así como las de la enseñanza y la moral, la creatividad y el dominio, la conducción de los demás y las decisiones sobre las vidas propias y ajenas, la creación y el manejo de las instituciones, la medicina y la relación con las deidades, la definición de los ideales y de los proyectos. En una palabra, la vida pública, lo importante, lo trascendente, lo prestigioso.De cada hombre se espera todo esto o, cuando menos, lo suficiente como para ser reconocido como hombre que no elude un imaginario destino natural o divino pero de cualquier manera ineludible. Sin olvidar que las mujeres reciben el mandato cultural de formar en la intimidad afectiva y cotidiana de los espacios domésticos y escolares hombres y mujeres patriarcales, no es necesario profundizar mucho para comprender el peso gigantesco que estas expectativas sociales y culturales hacen caer sobre los hombres, sobre cada hombre, como destino y proyecto vital irrevocable. A la realización de tales expectativas se asocian todos los privilegios imaginables para quienes somos portadores históricos de la opresión genérica. Y lo que de ello resulta es, en realidad, una enajenación que puede llegar a ser absoluta y en la que cada hombre debe renunciar a casi todas (o a todas) las gratificaciones vitales. Principalmente a las que pueden construirse al compartir con las mujeres y con otros hombres la construcción solidaria de vías hacia la equidad humana (la equivalencia de cada ser humano con todos los demás, la igualdad del valor de la vida, las ideas y las palabras de todos los seres humanos, la identidad de las posibilidades para todos y todas de adquirir los recursos para el desarrollo y el placer de la vida).
Estas últimas han sido, durante décadas si no es que durante siglos, las propuestas del feminismo, no sólo para las mujeres. Y en las últimas dos décadas, cada vez más hombres, en todas partes, vamos comprendiéndolo con nitidez creciente. Expresión de ello son los grupos de hombres, y hombres en lo individual, que día a día contribuyen en todos los planos a los cambios en las relaciones cotidianas, privadas y públicas, consuetudinarias y jurídicas, legales y constitucionales, entre hombres y mujeres.
Actualmente se habla de hombres no sexistas y antisexistas, calificativos con los que se mide el grado de su compromiso, sobre todo al apoyar las luchas de las mujeres contra la opresión genérica. Pero, aunque aún reducido, también es creciente el número de hombres que, desde su propia condición de género y desde sus propias experiencias vitales, se comprometen además en el análisis crítico de esa condición y de esas experiencias como punto de partida de la transformación de sus cotidianidades en la vida en pareja, en la cercanía con otros hombres y con las mujeres. Los hombres que analizan colectivamente la violencia masculina y buscan formas de contrarrestarla y de combatirla en sí mismos y de compartir sus hallazgos con otros hombres, son una indicación clara de los niveles alcanzados hoy por los hombres antisexistas.
Los horizontes más amplios de las indagaciones teóricas, sociológicas, psicológicas y antropológicas, permiten vislumbrar una ética masculina de nuevo tipo y la invención de nuevas propuestas políticas que hoy se construyen.
Se trata de lo que llamo la toma de posiciones feministas de los hombres críticos y libertarios. En otras épocas pensé que el feminismo sólo pudo emanar de las experiencias de las mujeres a través de los siglos y los milenios, y que los hombres -que no conocemos en carne propia lo que provoca las posiciones libertarias de las mujeres y que además encarnamos al patriarcado y a la opresión de género- sólo podríamos ser solidarios de las mujeres en lucha de algunas maneras Pero hoy conozco con mayor profundidad los esfuerzos intelectuales y políticos, afectivos y racionales, de cada vez más hombres en lucha consigo mismo y contra el mandato cultural del que se ha demostrado la falsedad de su supuesta inmutabilidad. Así he podido evidenciar las coincidencias de muchos de nosotros con las formulaciones, las aspiraciones y las expectativas fundamentales del feminismo. Y de esa manera he llegado a la convicción de que las propuestas filosóficas y políticas de éste se han ido construyendo también con las contribuciones de muchos hombres incómodos con nuestra condición de género y con las situaciones de vida que ella genera, y dispuestos a transformarlas más allá de las declaraciones de propósitos.
Hoy, por vías paralelas y equivalentes que se acercan cada día más y en muchos aspectos confluyen en una sola, con el feminismo se construyen la equidad y la justicia que en otros tiempos fueron ideales, utópicos y materialistas, de las pensadoras y los pensadores que además de comprender a las sociedades se propusieron transformarlas. Las acciones afirmativas, con las que se hacen aquí y ahora cambios concretos, son en gran medida resultantes de un feminismo incansable del que parten muchas mujeres y algunos hombres.
Tal vez éste sea uno de los signos que desde ahora hayan de caracterizar al siglo 21, inicio de lo que se llama ya el milenio feminista.
No es corto el sendero recorrido desde los años sesenta...
* Coordinador del Laboratorio sobre la Exploración de la Masculinidad , Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades, Universidad Nacional Autónoma de México. [email: danielcm@servidor.unam.mx ]