José Ángel Lozoya Gómez


Los hombres suelen ser conscientes de que las mujeres han cambiado mucho en las últimas décadas, y perciben que en este proceso ellas han conseguido múltiples beneficios, tanto en el ámbito publico como privado. Lo ven fundamentalmente, como consecuencia del cambio social que se ha producido y el acceso de las mujeres a la educación. Son minoría los que aluden al protagonismo de las mujeres o a la influencia del feminismo. Los varones están convencidos de que el proceso es imparable, porque repara agravios históricos injustificables y las mujeres no se van a conformar con menos de lo que les pertenece. Pero sobre todo por su capacidad; por la forma de relacionarse entre ellas que favorece la intimidad, la identificación y la cooperación; por sus expectativas ilimitadas y por su discurso cada día más sólido.

Ellas suben en ascensor y nosotros por la escalera

Lo que no está tan claro para la mayoría de los hombres, es que también les beneficie a ellos, y abundan (sobre todo entre los 40 y 50 años), los que se sienten alarmados, atacados y hartos de sus reivindicaciones constantes y crecientes; del ritmo de los cambios que perciben demasiado rápidos (ellas suben en ascensor y nosotros por la escalera); de lo que se espera de ellos; de lo que se les exige asumir o abandonar; de que se les haga personalmente responsables de la pervivencia del Patriarcado; de que no se valoren más sus esfuerzos de adaptación; de la sensación de no estar nunca a la altura de las circunstancias, de no ver el final del túnel.

Hay un temor, más extendido que verbalizado (para no ser tachados de inseguros), a que las mujeres sean más capaces que los hombres y acaben, pese a no reivindicarlo, invirtiendo las relaciones de poder entre los sexos.

En general, consideran inadecuada y obsoleta la educación que recibieron (me enseñaron a jugar a balonmano y tengo que jugar a baloncesto). Un número creciente se debate entre los modelos que representan sus padres (se ven como una prolongación suavizada de éstos) y los que reclaman los tiempos que les toca vivir.

La mayoría intuye que hay qué cambiar y en alguna medida han empezado a hacerlo presionados por el medio y por sus parejas, pero se resisten porque lo viven como una pérdida de privilegios. Los hay que exageran lo que han evolucionado, sobre todo en círculos cercanos al movimiento de mujeres, pero es más frecuente que les cueste reconocerlo (ponen lavadoras, pero no se atreven a subir a tender en la azotea).

Les cuesta valorar lo beneficioso que para ellos y para la relación de pareja es compartir las tareas domesticas, el cuidado de los/as hijos/as, los ingresos y la vida afectiva, a través de una división equitativa del tiempo de ocio y de trabajo. No aprecian lo que ganan de independencia en cuestiones de intendencia; que al aprender a cuidar aprenden a cuidarse y a ponerse en el lugar del otro; que el reparto de la carga económica reduce su responsabilidad; que la relación con su pareja se vuelve más igualitaria y la comunicación más fácil.

De la resistencia al miedo

El grado de resistencia depende de lo asumido que tengan el rol de varón, lo útil que éste les haya sido (los triunfadores es mas difícil que vean la necesidad de revisarse), la edad, el medio en que se desenvuelven, las personas con que se han relacionado. Les cuesta entender que el cambio de las mujeres está contribuyendo más que ningún otro factor a conseguir que los hombres tengamos la oportunidad de liberarnos de las servidumbres de los viejos modelos masculinos.

En el fondo desean hablar de como se sienten y agradecen, aunque no fuerzan, las ocasiones que se les presentan, pero temen hacerlo por miedo a no saber expresarse, a ser mal interpretados, a los cambios que tengan que iniciar como consecuencia de su análisis, a la responsabilidad que implica la libertad. Cuando lo intentan, con frecuencia buscan a una interlocutora, quizás porque comparten con una mujer la vida intima, porque saben escucharlos y ponerse en su lugar mejor que sus amigos, porque no las ven tan competitivas y, tal vez, hasta por un problema de relaciones de poder (ante inferiores cuesta menos mostrarse frágiles). Reconocen que están en crisis, pero casi todos se consideran orgullosos autodidactas en la adquisición de sus actitudes y la acertada elección de sus normas de vida. Descubrir que necesitan cambiar les provoca sorpresa, no saben cómo abordarlo y les cuesta ver la necesidad de una reflexión colectiva.

Cambios generacionales

En un estudio inédito sobre este tema qué hice en 1994/5 en Sevilla con Josep Vicent Marqués para el Instituto de la Mujer, se veía lo siguiente:

1. Entre los más jóvenes abundan los que se consideran parte del cambio, aunque se reconocen confusos por la falta de modelos masculinos de referencia que les resulten atractivos.
2. Los que se acercan a los 40 son los más condenados a quejarse o aclararse y en general les cuesta establecer con las mujeres una relación adecuada entre amistad, afectividad y sexualidad.
3. A partir de los 45 abundan los que creen que los roles tienen un origen genético y espantan sus temores con la esperanza de que la biología marque algún limite.
4. Los mayores suelen tener un discurso androcéntrico, no están en crisis ni se plantean el reparto de las tareas domésticas, aunque reconocen que las mujeres son más autosuficientes.

Asociarse para comprenderse

Pese a las dificultades, desde el 85 han surgido grupos de hombres en distintas ciudades, con el propósito de crear espacios en los que compartir aquellas inquietudes que difícilmente surgen en sus conversaciones. En estos grupos, se habla de lo que significa ser hombre hoy, de las dificultades para expresar nuestras dudas, inseguridades y sentimientos, de las relaciones con otros hombres o con las mujeres, de cómo contribuimos a perpetuar las relaciones de poder entre los sexos. En los grupos convivimos hombres qué buscan modelos no sexistas y se consideran aliados del feminismo, con otros que se han sentido intimidados por el movimiento de mujeres y pretenden, potenciar un hombre nuevo (que puede ser otra expresión del patriarcado), porque sigue siendo más lo que les une qué lo que les separa, la necesidad de analizar nuestra situación y sugerir alternativas.

La idea de que aquí no hay culpables porque todos somos víctimas, que lo aconsejable es que todas y todos desarrollemos nuestras potencialidades masculinas y femeninas, sin renunciar los hombres a la virilidad ni las mujeres a la feminidad, es una ley de punto final, un borrón y cuenta nueva, que encierra el peligro de repetir los errores del pasado, pero que puede resultar más atractiva, para muchos hombres, que proponerles reconocer la responsabilidad histórica del patriarcado y la pervivencia del sexismo, la necesidad de ser autocríticos desde el poder, que la naturaleza no puede servir de coartada para justificar las diferencias de género, que no hay más identidad masculina que la qué determinan las diferencias biológicas.

* Este trabajo es la versión corregida y ampliada de dos artículos qué publique a partir de una investigación qué hice con Josep Vicent Marques, en Sevilla en 1993, con hombres de distintas edades, por encargo del Instituto de la Mujer. El primero salió en el núm. 4 de la revista Meridiana del Instituto Andaluz de la Mujer en enero de 1997, y el segundo en el núm. 844 de la revista Critica en abril de 1997.