ISRAEL Y PALESTINA:
¿UN CONFLICTO SIN FINAL?

NOAM CHOMSKY


El titular de un periódico israelí (Yediot Ahronot, 18 de enero de 1988) se hace eco de una frase de Aharon Yariv, director del Instituto de Estudios Estratégicos de la Universidad de Tel-Aviv: "La ocupación ininterrumpida, de los territorios conduce a la guerra". Para Yariv, la "guerra esperada", como en ocasiones la describe el mando militar, será "más cruel y destructora que la del Yom Kippur (octubre de 1973)", y es necesario urgir a Israel a que cambie de postura e inicie negociaciones para alcanzar el "compromiso territorial" por el que abogan elementos de la coalición laborista. Su propuesta indica por que la predicción inicial tiene grandes posibilidades de cumplirse.

Augurios de Este tipo han cobrado realidad y se ha demostrado que eran certeros desde poco después de las conquistas israelíes de 1967. Hace veinte años al escribir sobre ese problema, cité al corresponsal de Le Monde, Eric Rouleau, que predecía "la clásica reacción en cadena: ocupación, resistencia represión, resistencia más enconada", precisamente lo que venimos diciendo desde entonces en un ciclo ascendente que, en las últimas semanas ha alcanzado niveles más elevados de barbarie. El periodista israelí Víctor Cyqielman llamó la atención entonces sobre el hecho de que el ciclo, predecible a todas luces "podría acabar por derribar la democracia israelí", refiriéndose al efecto desmoralizador que producen "medidas de castigo colectivo tales como la voladura de viviendas, les arrestos administrativos y las deportaciones". Simon Shamir, especialista israelí en asuntos del Cercano Oriente añadió que "el espíritu del ejército-ciudadano (de Israel) no podría mantenerse, si se utilizaba para -frustrar las demandas políticas de una nutrida población árabe" La dinámica del conflicto étnico en condiciones de ocupación represiva nunca ha sido una nebulosa. Existen todas las razones para prever una nueva escalada del ciclo y ello conduce a nuevas confrontaciones armadas, incluida la perspectiva de un enfrentamiento de las superpotencias, amenaza repetida desde 1967 cuando, como recordó más tarde Robert McNamara, a la sazón secretario de Defensa, "estuvimos a punto de entrar en guerra" en el momento en que buques de la armada estadounidense "hicieron virar en redondo a un carguero (soviético) en el Mediterráneo".

Las observaciones que hizo Cygielman en febrero de 1968 nos recuerdan que la represión brutal en los territorios ocupados nada tiene de nuevo. De hecho, aparte de la magnitud que ha alcanzado, poco de lo sucedido durante las semanas de "levantamiento" palestino puede sorprender a quienes hayan seguido el de, las fuerzas ocupantes y de los colonizadores durante largos años, y ello sin tomar en consideración la historia anterior, escasamente comprendida en Occidente. Es lógico que se eche la culpa de las atrocidades a soldados jóvenes que han perdido el control, con frecuencia inmersos en una situación de agitación y de amenazas. Pero esto es salirse por la tangente, como ha sucedido en otros muchos casos. Así, en la matanza de My La¡, enloquecidos soldados estadounidenses que veían un enemigo potencial en cada campesino fueron condenados por sanguinarios asesinatos mientras se libraban de la condena quienes habían tomado las aldeas como blancos para las bombas de sus B-52, después de haber enviado sus tropas a invadir Vietnam del Sur v a destruir su sociedad, rechazando todas las oportunidades que se les presentaban de llegar a una solución política, y prefiriendo la represión y la violencia. Gran parte de lo dicho es aplicable al caso actual.

Entre los elementos esenciales del problema se encuentran, desde hace muchos años, los compromisos obstruccionistas de los principales grupos políticos de Israel, el firme apoyo que su postura recibe en Washington, y la cultura política estadounidense, que ha excluido en la práctica un debate serio sobre estas cuestiones y ha conseguido desvirtuar los hechos, mientras apoya la intransigencia y el uso de la fuerza. En los medios de comunicación se refleja a veces lo que sobrenada en estos acontecimientos. Pero nada cambiará mientras tales medios sigan oscureciendo su significado real y sus causas.

Existen dos grupos enfrentados que reivindican el derecho a la autodeterminación nacional en Palestina: por un lado la población indígena, y por el otro los inmigrantes Judíos, que en gran medida desplazaron a aquella. En Occidente, el adjetivo "intransigente" se aplica únicamente a quienes niegan tal derecho a los judíos. En lo que a nosotros respecta, dejaremos de lado este uso, estrictamente Racista para aplicar el termino también a quienes hacen otro tanto con los palestinos. Si revisamos los antecedentes honradamente, comprobaremos que desde hace muchos años quienes han mandado en el campo intransigente han sido los Estados Unidos e Israel, descartando un acuerdo que han tenido al alcance de la mano, las perspectivas de ese acuerdo se van desvaneciendo a medida que el conflicto se ha intensificado siguiendo un curso que era predecible. El obstruccionismo estadounidense -israelí es tan extremado que ni siquiera se concede a los palestinos el derecho a elegir sus propios representantes con, vistas a unas posibles negociaciones. Como han dejado bien claro de todas las maneras posibles, en los territorios ocupados y en la diáspora el representante elegido por los palestinos ha sido la OLP, que no tiene menor legitimidad que las organizaciones sionistas de finales de la década de 1940. Si alguien hubiera negado a los judíos el derecho a ser representados en 1947 por las organizaciones sionistas, en todas partes se habría hablado del resurgir del nazismo, en el caso actual, los principios no difieren en absoluto. La cuestión no es que opinamos de la OLP o del movimiento sionista, sino mas bien qué pensamos de los derechos humanos básicos.

Desde poco después de la guerra de 1967 se ha producido un amplio consenso internacional en lo que respecta a la necesidad de llegar a acuerdos políticos sobre la base de las fronteras anteriores a junio de 1967, quizá con pequeñas modificaciones y con garantías de integridad y seguridad territoriales. Aunque en su período inicial tal consenso no ofrecía a los palestinos cosa alguna, desde mediados de la década de 1970 los planteamientos han dado un giro y actualmente incluyen a reivindicación de un estado palestino en Cisjordania y Gaza, Los términos esenciales de la propuesta son claros "los derechos inalienables del pueblo árabe de Palestina deben respetarse hasta el establecimiento de un estado propio, que es uno de esos derechos. Es imprescindible garantizar la seguridad y la soberanía de todos los estados de la región, incluyendo Israel. Estos son los principios básicos". El autor de esta fórmula fue Leonid Brezhnev, quien la presentó en el Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética en febrero de 1981 como expresión de la política soviética al respecto. La propuesta fue apoyada por unanimidad en la asamblea del Consejo Nacional de la OLP en abril de ese año. El consenso internacional incluye a la URSS, la mayor parte de Europa y los países no alineados, los estados árabes más importantes y, desde que se cambiaron sus términos a mediados de la década de 1970, la principal tendencia de la OLP. En enero de 1976, los Estados Unidos se vieron obligados a vetar una resolución del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas que exigía se llegara a un acuerdo en dichos términos: la resolución había sido presentada por Siria, Jordania y Egipto con el apoyo declarado de la OLP y, de hecho, según el entonces embajador ante la ONU y actual presidente de Israel Chaim Herzog, había sido "preparada" por la organización palestina. Aunque no es éste el lugar pana pasar revista a todos los antecedentes del proceso, parece que los ejemplos son ilustrativos.

Aun cuando acalladas desde hace tiempo en los Estados Unidos, las víctimas entienden perfectamente los hechos. El abogado de Cisjordania Raja Shehadeh, fundador de la Organización "La ley al servicio del hombre", afirma que "el fracaso de todas las iniciativas de paz hizo que todo el mundo, aquí, pensara: estamos totalmente desesperados, se nos explota, se nos hostiga, nuestros hogares son demolidos y nada se hace por cambiar esta situación. No existe una solución política, nadie [ nos ayuda] desde el exterior y, a menos que lo hagamos nosotros mismos a nadie le va a importar lo que suceda" (Jerusalem Post. 15 de enero de 1988) No ha sido tanto el nivel de brutalidad de las fuerzas ocupantes, continúa Shehadeh, lo que ha conducido a esta desesperación total, sino más bien la ceguera y el odio hacia los árabes palestinos, la interminable degradación que es una condición de nuestra vicia cotidiana y que se mantendrá mientras el poder regional dominante (Israel) y los Estados Unidos que desempeñan un papel decisivo mantengan una posición obstruccionista.

No sin cierta nostalgia, Shehadeh vuelve, la vista atrás a los días en que prevalecía la actitud de Moshe Dayan: "Mantenerse, hasta donde sea posible, lejos de la vida de las gentes", bajo una ocupación con vocación de permanencia. Los documentos internos nos permiten conocer mejor los puntos de vista de Dayan. En la asamblea del secretariado del Rafi (después un segmento de la coalición laborista) de septiembre de 19611, argumentó que debía decirse a los árabes: "No tenemos soluciones y habréis de seguir viviendo como perros; quien lo prefiera, puede irse…". A la objeción de Shimon Peres de que Israel debería proteger su "posición moral", Dayan respondió: "Ben Gurion dijo que quien enfoque el problema sionista desde un punto de vista moral no es un sionista". La actitud despectiva hacia la población árabe hunde profundamente sus raíces en el pensamiento sionista. Textos del Ejecutivo de la Agencia Judía recientemente publicados revelan, por ejemplo, la forma de pensar de Chaim Weizmann tras la declaración Balfour de 1917: 2Por lo que hace a la cuestión árabe los británicos me dijeron que allí hay varios cientos de miles de negros, pero que este asunto carece de importancia" (citado por Arthur Ruppin).

Tales actitudes no carecen de relevancia para entender lo que está sucediendo hoy y su reflejo en los círculos más influyentes de los Estados Unidos. Así, la dirección del New York Times, al deplorar la actual violencia en los territorios ocupados, apunta que "si Israel sufre, también sufren sus amigos" (10 de febrero). Tras expresar su admiración por "esta diminuta nación símbolo de la decencia humana" y por la "forma en que responde la sociedad israelí", ya que "no se ocultan las brutalidades ni se ignoran, sino que se exponen, se investigan y se lamentan", la dirección del rotativo alaba a los israelíes que "presionan por el empleo de métodos mas humanos y se preocupan por los efectos que los hechos puedan tener en los jóvenes soldados… convencidos de que la brutalidad da alas a los disturbios. Estos guardianes de los valores humanos piensan que Israel, puede permitirse correr riesgos en aras de la paz". No se citan otras posibles razones de inquietud tales como los apaleamientos brutales, las muertes y el terror generalizado. Podríamos preguntarnos cuál seria nuestra reacción si Pravda le diera al problema un tratamiento semejante, siendo las víctimas los judíos y los árabes o los polacos los victimarios.

Expresando la postura de las palomas del establishment, Yariv pide negociaciones y acuerdos territoriales ¿Pero negociaciones con quién? ¿Acuerdos de qué clase? La respuesta es clara: negociaciones que excluyen a los representantes elegidos por los palestinos y acuerdos que pondrán en manos de Israel el control efectivo de los recursos de la orilla occidental del Jordán y gran parte del territorio, al tiempo que se excluyen las áreas de grandes aglomeraciones humanas árabes con objeto de evitar que el número de éstos en un estado judío sea excesivo. Una opinión tradicional ha sido que la democracia israelí no se verá comprometida si el porcentaje de habitantes que, de acuerdo con las leyes y las prácticas administrativas, son ciudadanos de secunda clase, no supera el 15%; por encima de esta cifra cobra vigor el "problema demográfico".

Una forma de "compromiso" aceptable, dentro de la principal corriente de opinión de la política israelí, es la de los "acuerdos territoriales" (el plan Allon, de agosto de 1967, concedía a Israel alrededor de un tercio de Cisjordania, la franja de Gaza, los Altos del Golán y, en su primera versión el noroeste del Sinaí y un sector de esta península que conduce a Sharm al-Sheij). Otra forma es la constituida por "acuerdos funcionales", postura defendida por Shimon Peres, y de acuerdo con la cual los territorios permanecen bajo control israelí mientras las autoridades locales se hacen cargo de la vida cotidiana y Jordania actúa como su representante político. Estas son las posturas de las "palomas" laboristas. Los "halcones" del L¡kud solicitan que se amplie la soberanía israelí sobre los territorios. La diferencia entre ambas formas de obstruccionismo no es muy grande para la población árabe; de hecho, durante los años de Begin se produjo un notable descenso en la represión, las torturas, las deportaciones y los castigos colectivos. Estas prácticas volvieron a un primer plano cuando los laboristas regresaron al poder aparte del periodo 1981-1982 en el que Ariel Sharon y su socio Menahem Milson estaban en ascenso. con acciones no muy dispares de las que recientemente han llegado a las pantallas de los televisores.

En Occidente, Abba Eban interpreta el papel de paloma elevada a la quintaesencia. Pide "un final rápido del régimen de ocupación" para que Israel pueda seguir siendo "una democracia ejemplar" (Observer, 7 de febrero). Comprende que "haría falta un Dante para dar una expresión literaria adecuada a la intensa concentración de aflicción, amargura y desesperación" que reina en Gaza. Sin embargo, deberíamos prestar una particular atención a sus recomendaciones. Cita a Golda Meir y a Yigal Allon, abogados de los compromisos territoriales, como advertencia sobre la posibilidad de gobernar de forma permanente en "todos los territorios y poblaciones", por lo que "habrá que establecer nuevas fronteras con Jordania". Menciona que más de un millón de israelíes votaron en 1984 por los laboristas, que solicitaron se pusiera fin al gobierno israelí sobre los habitantes de Cisjordania y Gaza, "la mayoría de los cuales serían ciudadanos de¡ estado jordano-palestino" -(los subrayados son míos). En otros momentos añade que los laboristas pidieron que se pusiera término a los asentamientos en "zonas árabes densamente pobladas del corazón de Judea, Samaria y Gaza, que no es de esperar permanezcan bajo la soberanía israelí" y propone que Israel "se libere de las tareas de gobierno en las áreas densamente pobladas por los árabes" (Tikkun, 1987), pero únicamente en ellas. Se trata, en pocas palabras, de una reiteración de la postura laborista sobre el compromiso territorial, es decir, de una política de intransigencia de largo alcance disfrazada con una retórica conciliadora.

La realidad es que en Israel no existe ningún elemento organizado importante, ni siquiera Paz Ahora, capaz de emular la buena voluntad de la principal corriente de opinión de la OLP en un proceso de aproximación o de aceptación de un consenso internacional no obstruccionista.

Estos asuntos están fuera del orden del día en los Estados Unidos. La dirección del New York Times se lamenta de que "trágicamente, nadie tiene la respuesta" a los problemas de Gaza (20 de diciembre de 1987). "Ni Egipto ni Jordania desean acoger a estos palestinos, de manera que "se han convertido en un problema exclusivo de Israel". Ni siquiera se refuta la idea de que "estos palestinos" puedan "tener una respuesta" ellos mismos: carece de importancia. En el segundo periódico nacional el editorialista escribe que la guerra continúa "en parte a causa de la continua negativa árabe asentarse y firmar la paz" (Washington Post, 25 de enero de 1988); firmar la paz, entiéndase, en los términos de intransigencia aceptables para los Estados Unidos e Israel. En una carta dirigida el 26 de enero al New York Times y que el rotativo consideró tan importante como para merecer su publicación en las columnas de noticias, Irving Howe, Arthur Hertzber, Henry Rosovsky y Michael Walzer, dicen que "los métodos de mano dura" de Israel fortalecen a los "extremistas" árabes y judíos que "rechazan las negociaciones" y que se niegan a aceptar un acuerdo político. Los autores se olvidan de mencionar que "los extremistas árabes" incluyen a Gadafi y al Frente de Rechazo de la OLP, mientras que entre los del otro lado se hallan los dos grupos políticos más importantes de Israel, los dos partidos políticos norteamericanos, los medios de comunicación social más importantes de los Estados Unidos y durante muchos años, los firmantes de dicha carta. Explicando su posición tras un telegrama, objeto de abundante publicidad, que envió al presidente Herzog y que constituía una crítica de las tácticas represivas de Israel, el rabino Alexander Schindler, prominente paloma de la comunidad estadounidense, afirma que la responsabilidad de la difícil situación de los palestinos no recae principalmente en forma alguna sobre Israel. Son víctimas de los gobiernos árabes y de los líderes de la OLP que han elegido firmemente el terrorismo y la confrontación militar por encima de los acuerdos y de las soluciones políticas" (Los Angeles Times, 25 de enero de 1988). Esta declaración sólo puede ser tomada por cierta si identificamos como acuerdos y soluciones políticas las demandas obstruccionistas de Israel y los Estados Unidos. Helena Cobibana y Yagil Weinberg se refieren en el New York Times del 17 de enero de 1988 a "recientes indicios de que, ahora, podría ser aceptable para la OLP la adopción de una actitud negociadora moderada", sin embargo, los "partidarios de la paz -en Israel" parecen virtualmente paralizados, y en particular el ministro de Exteriores Shimon Peres. En realidad estos indicios son mucho más que eso y no son en absoluto recientes. Sólo unos pocos días antes, Peres el líder de los partidarios de la paz, había reiterado su postura inmutable en el sentido de que Israel no negociará con la OLP porque tales negociaciones conducirían al establecimiento de un "estado palestino con un ejército palestino" (Boslon Globe, 13 de enero).

Está fuera de toda duda que la OLP (junto con los países árabes más importantes) ha puesto sobre el tapete, desde hace años, "una moderada posición negociadora", de acuerdo con los términos generales del consenso internacional y, frecuentemente, con notable claridad. No ha encontrado, sin embargo ninguna fuerza política de relieve que quiera entrar en el juego, por parte de Israel o de los Estados Unidos.

Para que no se pierdan las imprescindibles ilusiones es preciso proteger de los hechos a la población estadounidense. El discurso de Brezhnev en 1981 fue publicado resumido en el New York Times, pero con la poda de los cruciales pasajes reproducidos con anterioridad, no se dio cuenta del apoyo que la OLP dispensaba a las palabras del líder soviético. Cuando Yasser Arafat solicitó negociaciones que culminaran en el mutuo reconocimiento, en abril-mayo de 1984, el Times se negó -no es que dejara de hacerlo, es que se negó- a informar sobre el hecho. Y, de nuevo, rechazó la posibilidad de publicar las declaraciones realizadas por Arafat el 14 de enero de 1988 en las que afirmaba que la OLP reconocía el derecho de Israel a existir si éste y los Estados Unidos aceptaban su participación en una conferencia internacional de paz sobre el Cercano Oriente basada en todas las resoluciones de la ONU, incluyendo la 242 (AP, 15 de enero; el lector avisado puede hacerse una idea de los hechos a través de un comentario incluido en un informe publicado, en relación con un asunto distinto, una semana después, el 23 de enero). La prensa hebrea de Israel utilizó como titular una frase de Arafat "Estoy preparado para negociar con Israel, pero sólo en pie de igualdad", e hizo lo propio con la declaración de Shimon Peres "La OLP está dispuesta a entablar negociaciones directas con Israel sin que medie una conferencia internacional" (Hadashot, 7 de enero de 1988. Ha'aretz, 31 de diciembre de 1987). Al pueblo estadounidense se le ocultaron estos hechos.

Un año antes, los titulares de la prensa hebrea decían: "La OLP estaba dispuesta a negociar directamente con Israel", y explicaban a continuación que tal propuesta había sido rechazada por los dos partidos políticos (israelíes) ya que, como explicó el director del despacho del primer ministro, "si hay algún acuerdo que pueda solucionar el problema, la condición previa es que se acabe con las raíces de la OLP en esta zona, tanto política corno psicológica, social, económica e ideológicamente" para que "no quede ni el menor rastro de influencia...". La oferta palestina había sido rechazada por el, a la sazón, primer ministro Shimon Peres porque "sonaba a truco para intentar desarrollar contactos directos cuando no estamos preparados para entablar negociaciones con ningún elemento de la OLP- (Yossi Beilin, entonces secretario del Gobierno, Ma'ariv, 5 de diciembre de 1986, Ha'aretz, 19 de diciembre de 1986). Nada de lo dicho apareció en los medios de comunicación estadounidenses. El corresponsal del Times, Thomas Friedman, aprovechó la ocasión para informar de que el movimiento Paz Ahora "nunca había estado más molesto" por la "inexistencia de una parte árabe dispuesta a la negociación" (10 de diciembre). Unos meses más tarde glosó a Shimon Peres, que deploraba la falta de un movimiento de paz entre el pueblo árabe" como el que "tenemos entre la población judía", añadiendo que no puede haber participación alguna de la OLP en las conversaciones "mientras siga siendo una organización armada y rehúse negociar" (27 de marzo de 1987).

Además, los actuales antecedentes diplomáticos suelen pasarse por alto en gran medida cuando los medios de comunicación y frecuentemente, los propios estudios estadounidenses revisan lo que denominan "el proceso de paz", que para ellos no es otra cosa que el conjunto de propuestas propiciadas por los Estados Unidos a lo largo de los años, todas ellas obstruccionistas en mayor o menor medida. Cuando el presidente Herzog reta a los críticos norteamericanos para que presenten una propuesta constructiva, al tiempo que afirma que "ni uno solo de nuestros críticos ha ofrecido una opción de esta naturaleza (New York Times, 27 de enero de 1988), lo que dice es, en esencia, cierto. Los críticos pertenecientes a las corrientes dominantes de opinión rara vez presentan la "alternativa" no obstruccionista más evidente, según se expresa en el consenso internacional. Los antecedentes diplomáticos resultan inaceptables -por ende se suprimen- y su significado queda al margen de toda discusión.

Dentro de Israel se estableció, en el periodo 1967-1973, una pauta que Eban describe como "el período más infausto de la memoria nacional israelí" (Jerusalem, Post, 27 de noviembre de 1987). Los datos de esta etapa son objeto de revisión en un estudio de Yossi Beilin, funcionario del partido laborista, basado en documentos internos: tras una decisión ministerial adoptada después de una discusión muy enconada (11-10 votos) el 19 de junio de 1967, se produjo una oferta secreta, transmitida a través de los Estados Unidos en la que se, propugnaba un acuerdo con respecto a las fronteras internacionales con Siria y Egipto (Israel conservaría Gaza), pero sin citar a Jordania ni a Cisjordania. Esta propuesta, calificada por Eban como "la iniciativa más importante adoptada por el gobierno Israelí hasta ese momento e incluso desde entonces, fue anulada un año más tarde cuando Israel se pronunció en favor de un acuerdo sobre la base del plan Allon ("compromiso territorial"). No parece que se hayan producido iniciativas israelíes posteriores, e Israel ha rechazado enérgicamente otras propuestas, excepto los acuerdos de Camp David, que su gobierno ha interpretado le concedían pleno control sobre los territorios ocupados.

Como señala Beilin, las cuestiones de seguridad ocuparon un segundo plano en todo momento. Mucho más significativo fue, para las palomas, el "problema demográfico" y también es frecuente que se plantee la cuestión de los recursos del agua en la orilla occidental del Jordán. Israel depende decisivamente de tales recursos y como establece un reciente estudio del Washington Center for Strategic and International Studes, toda la región se enfrenta con un problema "alarmante" e inminente de escasez de agua lo que resulta particularmente grave, para el estado hebreo y para los territorios ocupados.

Por lo que respecta a la política seguida por los Estados Unidos desde 1967, en los primeros años se advierten dos posturas contrapuestas: el secretario de Estado William Rogers formuló en 1969 un plan acorde con el consenso internacional del momento mientras que Henry Kissinger prefirió lo que denominó una situación de punto muerto. La cuestión llegó a su estado culminante en febrero de 1971, cuando el presidente egipcio Sadat ofreció a Israel un tratado global de paz acorde con las propuestas internacionales y el Plan Rogers. Israel, con el apoyo de Kissinger, lo rechazó. Ofertas similares presentadas por Jordania no merecieron respuesta, a lo que parece. Por aquel entonces Kissinger logró su objetivo de desplazar a su enemigo más enconado en la escena mundial, William Rogers (la Unión Soviética sólo ocupaba un secundo y distante puesto). La oposición de Kissinger a un acuerdo diplomático fue uno de los principales factores determinantes de la guerra de 1973. Al término del conflicto, Kissinger comprendió, al fin, que no se podía prescindir fácilmente de Egipto y que era obligado superar el principal obstáculo árabe si se quería que Israel mantuviera su hegemonía regional como uno de los "activos estratégicos" norteamericanos. Esta nueva valoración del conflicto le llevó a aceptar los esfuerzos de Sadat por convertir a Egipto en un estado cliente y, en último termino, lo condujo a los acuerdos de Camp David, que sentaron las bases para que Israel procediera a integrar los territorios ocupados y atacara a su vecino del norte en esta ocasión con una ayuda norteamericana que alcanzó niveles fuera de lo común. Aunque se habían producido intentos para desviarle de esta línea, especialmente en los primeros años del gobierno Carter, fueron desbaratados rápidamente; uno de los principales factores del triunfo del rechazo fue el extraordinario apoyo que Israel recibió de una opinión pública manipulada después de la victoria de 1967, asunto intrigante por derecho propio. Aun cuando alrededor de dos tercios de la población estadounidense apoya el establecimiento de un estado palestino, la principal corriente de opinión apenas ha reflejado este punto de vista y las posiciones reales adoptadas por los diversos actores del drama incluyendo los Estados Unidos, son escasamente conocidas y, normalmente tergiversadas.

Mientras este estado de cosas continúe no habrá paz en el Cercano Oriente. Por el momento, la única alternativa factible es la que establecen los términos generales del consenso internacional. Desde mi punto de vista, aunque el acuerdo propuesto no es el mejor de los posibles, dadas las circunstancias actuales constituye la única opción que permite conferirle intensidad al conflicto y es posible que abra el camino a nuevos pasos hacia la reconciliación y hacia un futuro más tolerable para todas las partes afectadas.

Es posible que Israel pueda reunir la fuerza necesaria para acabar con los levantamientos actuales, tras lo cual el mundo desviará la mirada mientras prosigue la represión. El análisis que era válido hace dos decenios sigue siéndolo hoy. Se producirán nuevas algaradas, tal vez con una mayor violencia, que darán lugar a una respuesta más contundente. La guerra sigue siendo una perspectiva digna de ser tomada en consideración, y subsiste una amenaza no despreciable de que el conflicto adquiera un carácter global. A medida que se intensifiquen las tensiones, con una radicalización y un odio creciente por ambas partes, las perspectivas de una solución pacífica se reducirán. Europa podría desempeñar un papel constructivo, pero se ha negado a hacerlo. Y dentro de los Estados Unidos los indicios de que estas cuestiones podrían llegar a la palestra política, o siquiera a una discusión y un debate honrados, siguen siendo escasos.

Desobediencia civil y resistencia no violenta

Uno de los elementos de relativa novedad en el marco de los últimos conflictos entre israelíes y palestinos es la aparición entre éstos de corrientes que preconizan la desobediencia civil y la resistencia no violenta, con las miras puestas en la constitución de un movimiento de masas que se niegue a cooperar con el ocupante. La negativa a satisfacer los trámites administrativos y a pagar los impuestos exigidos por las autoridades, el rechazo de todo tipo de colaboración en proyectos de "judaización" y el boicot a las empresas israelíes son otras tantas formas de resistencia que van acompañadas del empleo de los métodos clásicos de la acción no violenta: manifestaciones, ayunos...

De acuerdo con Mubarak Awad, responsable del Centro Palestino para el Estudio de la No Violencia, la resistencia no violenta "acrecienta la simpatía de la opinión pública internacional hacia nuestra causa, al revelar el carácter racista y expansionista del movimiento sionista y denunciar las justificaciones basadas en su pretendida "seguridad". Elimina el miedo irracional a la "violencia árabe", que cimienta actualmente la unidad de la sociedad israelí".

Desde la perspectiva de Awad hay que evitar la identificación entre resistencia no violenta y moderación política, esto aparte, no se trata de poner en cuestión en forma alguna la legitimidad de la Organización para la Liberación de Palestina. En sus propias palabras, "una estrategia no violenta no tiene por qué ser de forma necesaria políticamente moderada. Nada obliga al movimiento no violento a preferir una solución basada en la construcción de dos Estados a otra que prevé un solo Estado democrático en toda Palestina. Claro es que las personas implicadas deben compartir algunas posiciones políticas, permaneciendo en el marco de opiniones que sustenta el pueblo palestino y trabajando en el sentido de la autodeterminación de éste. Hay que reconocer sin vacilaciones que en la OLP reside la legitimidad y la unicidad de la representación del pueblo palestino, y que en ella se reflejan las posiciones populares con respecto a la colonización, a las expropiaciones, al control sobre la tierra y el agua, al objetivo de una Palestina unificada y al regreso de los refugiados a su país natal".

Centro Palestino para el Estudio de la No Violencia, P.0. Box 20 317. Jerusalén Este, vía Israel. Otra institución que se ocupa de estos problemas es el PINV (Palestinos e Israelíes por la No Violencia), C/c Amos Gvirtz, Kibbutz Shefayim, 60090, Israel.