EL CONFLICTO DE PALESTINA: UNA INTRODUCCION

PAPELES PARA LA PAZ

CARLOS TAIBO


Los enfrentamientos que han tenido por escenario la franja de Gaza y la Cisjordania desde diciembre de 1987 han puesto de nuevo en un primer plano el conflicto que opone al Estado de Israel y a las poblaciones palestinas de los territorios ocupados. El conflicto tiene, como es sabido, dimensiones muy complejas, entre las que se encuentran la peculiar naturaleza del Estado israelí, los avatares que presenta la historia reciente de los países árabes del área, el papel desempeñado por las superpotencias en la búsqueda de esferas de influencia y la desesperada situación del pueblo palestino desde hace cuatro décadas. La importancia geoestratégica y económica de la zona y la aparición de focos de conflagración paralelos -en particular el que tiene por escenario el golfo Pérsico- se agregan a un entramado extraordinariamente enmarañado en el que participan algunos de los países más ricos del globo y comunidades humanas condenadas a vivir de forma miserable.

El surgimiento del Estado de Israel en 1948 se halla en el centro de todos estos problemas. Al margen de sus contenciosos exteriores, hoy en día Israel, que cuenta con unos cuatro millones de habitantes, debe afrontar tensiones internas que se derivan de su peculiar conformación étnico-religiosa -discriminación de los judíos sefardíes en beneficio de los ashkenazis, oposición entre una concepción política de carácter laico y otra de naturaleza confesional- y de acuciantes condicionamientos económicos que se manifiestan por doquier -enorme deuda externa, alta tasa de inflación, balanza comercial endémicamente deficitaria, dependencia absoluta de los créditos y donaciones procedentes del exterior-. El mantenimiento de un esfuerzo bélico prolongado ha colocado a la economía israelí en una situación crítica, como no puede ser menos en un país que en 1983 destinaba a defensa el 25% de su PNB y el 48% de su presupuesto estatal. Esta situación extrema se ve parcialmente contrarrestada por el desarrollo de una industria de armamentos que, además de dar trabajo a un 15-20% de la población, hace de la exportación de armas y de tecnología de represión a zonas de contrainsurgencia -América central, Chile o Sudáfrica, por citar algunos ejemplos- el principal elemento reequilibrador de la balanza de pagos. El papel de las fuerzas armadas como elemento de cohesión se ha puesto repetidas veces de manifiesto y ha adquirido un especial relieve en los intentos de resolución, manu militari, del conflicto demográfico que acosa al país. La minoría árabe que todavía reside en los territorios que en 1984 conformaron la base del nuevo Estado presenta unos índices de natalidad muy superiores a los de la población hebrea, a ello se suma la ocupación por el ejército israelí en 1967 de territorios árabes densamente poblados y el fenómeno, en absoluto despreciable, del abandono del país por parte de ciudadanos israelíes, en número de unos 500.000 en las cuatro últimas décadas.

La configuración de Israel como un Estado racial en el que la población no judía es objeto de una abierta discriminación es el producto del triunfo de una concepción concreta del movimiento sionista que, privilegiada por las capas económicas más poderosas, canalizó las energías de aquél hacia una política nacionalista y chauvinista e hizo de él un instrumento de los viejos y de los nuevos poderes imperialistas. El sionismo nació a finales del siglo pasado entre las comunidades judías de la Europa oriental y adquirió carta de naturaleza en 1896 con la publicación de Der Judenstaat (El Estado de los judíos) de Theodor Herzl y con la convocatoria, un año después, del Primer Congreso Sionista Mundial. Reacción política y cultural ante la represión de que eran objeto los judíos en los países europeos, el sionismo pronto orientó sus proyectos hacia la consecución de un Estado hebreo en Palestina, poblada entonces de manera absolutamente mayoritaria por árabes. La lucha siguió dos caminos, Por un lado, proliferaron las presiones sobre las potencias implicadas en el Oriente Medio, y en especial sobre el Reino Unido, que en 1917 anunció, en la llamada declaración Balfour, que contemplaba favorablemente el establecimiento de un "hogar nacional judío" en Palestina. Por el otro, y bajo el mandato británico, el movimiento sionista fue creando el fermento de una organización estatal al tiempo que propiciaba una política de adquisición de tierras y de enfrentamiento con los árabes palestinos, habitantes originarios del país. La aparición de grupos militares sionistas, como la Haganah, el Irgun y, más tarde, el Stern, fue acompañada en 1942 de un rechazo explícito de la posibilidad de creación de un Estado binacional, árabe y hebreo, y por un pronunciamiento en favor de un Estado judío.

Entre tanto, el movimiento nacionalista árabe en Palestina había cobrado vigor en las décadas de 1910 y 1920 en oposición al Imperio Otomano que dominaba el país y, después, en conflicto con el Reino Unido y con los emigrantes hebreos, que adquirían las tierras de los propietarios absentistas y que, con el lema "trabajo judío en tierras judías", obligaban a los campesinos pobres a abandonar el suelo que hasta entonces cultivaban. La huelga general árabe de 1936 fue la principal manifestación del incipiente nacionalismo palestino, que no pudo evitar, sin embargo, la llegada masiva de inmigrantes hebreos. En 1914 cuando el movimiento sionista ya había echado sus raíces, los judíos eran aproximadamente 70.000 sobre una población total de 730.000 habitantes. En 1946, poco antes de la partición decretada por las Naciones Unidas, su número ascendía a unos 680.000 sobre un total de algo más de 1.950.000 habitantes. Los grupos de inmigrantes contaban con títulos de propiedad sobre menos del 10% del territorio palestino aunque controlaban una tercera parte de las tierras cultivadas.

El nacimiento del Estado de Israel

Aunque durante la segunda guerra mundial las autoridades británicas habían impuesto restricciones a la inmigración judía y habían intentado reconciliarse con las autoridades árabes, el final de aquélla se tradujo en una nueva oleada inmigratoria. A este proceso no era ajeno el terror provocado por la salvaje represión de que fue objeto la población hebrea europea. El deseo de las potencias triunfantes en lo que respecta a resarcir de alguna forma a los supervivientes del Holocausto, junto con la actividad de los grupos paramilitares judíos y la ayuda económica y militar procedente del exterior serían elementos todos que harían notar su influencia en el momento del nacimiento del Estado de Israel.

En febrero de 1947 las Naciones Unidas nombraron una comisión investigadora sobre Palestina que, tras rechazar la creación de un estado federal, se pronunció en favor de la constitución de dos entidades estatales, una judía y otra árabe. El plan, aprobado por la Asamblea General en noviembre del mismo año, fue aceptado por las autoridades judías y rechazado por las árabes, que percibían en él un atentado a sus derechos históricos y jurídicos sobre el país. En un clima de terror ejercido por ambas partes, el Estado de Israel fue proclamado en Tel Aviv el 14 de mayo de 1948. Al día siguiente, fuerzas de los estados árabes limítrofes atacaron a las unidades armadas israelíes. Los combates no cesaron hasta enero de 1949, no sin que antes las dos treguas impuestas por la ONU permitieran el reforzamiento del ejército israelí y la anexión al nuevo Estado de 6.700 km2 de territorio que, según el plan de partición, correspondía al Estado de Palestina. De esta forma, casi un 80% del territorio histórico del país pasaba a manos de Israel. En ausencia de una organización política palestina, el 20% restante quedó bajo la administración del reino de Jordania (Cisjordania y el este de la ciudad de Jerusalén, que fue dividida) y de Egipto (franja de Gaza). En el curso del conflicto, y como consecuencia del recrudecimiento del terrorismo israelí -dinamitado de pueblos y expulsión de sus poblaciones, matanzas masivas como la de Deir Yassin y difusión de rumores de tono intimidatorio-, unos 800.000 árabes palestinos se vieron obligados a abandonar sus hogares y se convirtieron en refugiados.

Conflictos bélicos y resistencia palestina

Desde 1948 hasta nuestros días el Oriente Medio ha sido escenario de numerosos conflictos bélicos. El primero de ellos tuvo lugar en 1956. Antes, Israel había llevado adelante una política de "judaización" de Galilea, la región más septentrional del país con la secuela de la emigración forzada de buena parte de la población palestina local. Los laboristas israelíes iniciaron por aquel entonces una larga etapa de dominio político que no se interrumpiría hasta 1977. Entre tanto, los países árabes asistían a un auge creciente de los movimientos nacionalistas cuya manifestación más notoria fue el acceso al poder en Egipto de Gamal Abdel Nasser quien en julio de 1956 nacionalizó el canal de Suez. La respuesta del Reino Unido y de Francia, en forma de intervención, no se hizo esperar. De manera coordinada, Israel, acosado por el bloqueo del golfo de Aqaba y por las acciones de los fedayin palestinos, asestó un ataque a Egipto y ocupó Gaza y una parte del Sinaí. La retirada de las tres potencias invasoras se produjo por efecto de las presiones de los Estados Unidos y de la Unión Soviética, y las fuerzas de la ONU se instalaron en los frentes de batalla.

Tras el conflicto de 1956 empezó a configurarse una modificación sustancial en el sistema de alianzas internacionales de los contendientes. Mientras Egipto construía la presa de Asuán gracias a la financiación soviética y firmaba una efímera unión con Siria, los Estados Unidos iban tomando conciencia de las posibilidades que Israel ofrecía en el terreno de la contrainsurgencia y ponían las miras en el Estado sionista como elemento de choque frente al nacionalismo panárabe. El ofrecimiento masivo de armas estadounidenses no tardaría en producirse, ya en los primeros años de la década de 1960. Con todo, el elemento de mayor novedad en el escenario de Oriente Medio fue el nacimiento de la resistencia palestina. Hasta entonces, los palestinos se habían contentado con integrar los movimientos árabes de oposición o con desarrollar acciones guerrilleras aisladas. En 1958 al-Fatah anunció sus principios de acción, al tiempo que en Jordania ganaba fuerza el Movimiento de Nacionalistas Arabes y en Siria aparecía una organización armada, la Saiqa. En 1964 se constituyó la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) que, pese a recibir rápidamente una legitimación en el ámbito árabe, pronto hubo de afrontar un sinfín de tensiones con los estados de la zona, que en diversos momentos aspirarían a controlarla, intentarían dividirla, trabarían sus aspiraciones a propiciar una guerra revolucionaria y competirían con ella por la representación soberana del pueblo palestino.

El marco de enfrentamiento larvado entre Israel y los países árabes limítrofes, que veían en el Estado sionista una cuña neocolonialista en la región y al mismo tiempo deseaban hacer olvidar a la población los numerosos problemas internos, abrió el paso a un nuevo conflicto bélico en junio de 1967. Con diversas circunstancias de por medio -desviación de las aguas del Jordán por un Israel que contaba con un aparato militar cada vez más perfeccionado, bloqueo del golfo de Aqaba por Egipto, retirada de las fuerzas de las Naciones Unidas-, el ejército israelí desarrolló un ataque relámpago contra Egipto, Jordania y Siria y ocupó Cisjordania, la parte oriental de Jerusalén, Gaza, la península del Sinaí y los altos del Golán. La resolución 242 de las Naciones Unidas, que requería la devolución de estos territorios ocupados, con el reconocimiento de fronteras seguras para Israel y un "trato justo" para los palestinos, fue aceptada por los beligerantes, con excepción de estos últimos, Siria e Irak. El problema de los refugiados -unos 300.000 en esta ocasión- adquirió una nueva dimensión, al tiempo que se consolidaba la ayuda norteamericana a Israel, en forma de armas, asistencia tecnológica e inversiones privadas.

Hasta 1970 se libró en la zona del canal de Suez una guerra de desgaste entre israelíes y egipcios. La muerte de Nasser, ese mismo año, y su sustitución por Anwar al-Sadat dieron paso en Egipto a un proceso de reconstrucción militar que pronto fue acompañado de una pérdida de influencia de la URSS, el tradicional suministrador de armas. Los militares soviéticos presentes en Egipto debieron abandonar el país en 1972.

Por lo que respecta a Israel, tras anexionar el Jerusalén oriental en julio de 1967, inició un proceso de colonización en Cisjordania. La minoría árabe que residía en el país desde 1984 -un 15% de la población- entró por primera vez en contacto con los habitantes de los territorios recién ocupados, en un marco de vacío político derivado de la desaparición de las instituciones árabes hasta entonces vigentes. La OLP padeció cierto debilitamiento mientras, por el contrario, se produjo el fortalecimiento de distintos grupos armados que operaban en Jordania, Líbano y Gaza, y que en algunos casos siguieron el camino de las acciones de carácter "terrorista". La esperanza de que los palestinos tomaran el relevo de Nasser a la cabeza de un movimiento nacionalista panárabe se vio frustrada por una cadena de conflictos de competencia entre aquéllos y los estados árabes de la zona. El primero de estos conflictos se desarrolló en Jordania en 1970-1971 y se saldó con un repliegue palestino hacia el Líbano y Siria.

En 1973 tuvo lugar la llamada guerra del Yom Kippur, en el que no se ventilaron otros problemas que los relacionados con las amputaciones territoriales de los estados beligerantes. La cuestión palestina no ocupó, pues, lugar alguno en este nuevo enfrentamiento, de resultado por lo demás incierto, Egipto se hizo con una parte del Sinaí perdido en 1967, e Israel consiguió tomar posiciones en la otra orilla del canal de Suez y en los altos del Golán. Aunque el alto el fuego alcanzado permitió que los egipcios recuperaran la zona del canal y una pequeña porción del Sinaí, la principal consecuencia de la guerra del Yom Kippur fue la utilización de los precios del petróleo como elemento de presión política por parte de los estados árabes productores, y el subsiguiente efecto que esta medida tuvo sobre el desencadenamiento de una crisis económica mundial.

El enfrentamiento de 1973 también dejó expedito el camino a un deshielo entre Israel y Egipto, liberado éste último por completo de la tutela soviética. Tras un viaje de Sadat a Jerusalén, los dos países dieron su asentimiento, en 1978, a los acuerdos de Camp David, y un año después firmaron en Washington, bajo los auspicios de los Estados Unidos, un tratado de paz en virtud del cual Egipto recuperaba la península del Sinaí en su integridad -la franja de Gaza permanecía en manos de Israel- y se establecían relaciones diplomáticas plenas entre los dos países otrora enemigos. El hecho de que Jordania no se adhiriera a este proceso puede considerarse un fracaso para la diplomacia norteamericana, partidaria del establecimiento de acuerdos bilaterales en cuyo marco el conflicto palestino tenía escaso relieve. En el ámbito interno, Israel había asistido en 1977 a una catástrofe electoral del Partido Laborista, que dejaba el poder por vez primera al Likud, formación política conservadora encabezada por Menachem Begin. Con el apoyo mayoritario de los judíos de origen oriental, el Likud se impondría de nuevo en las elecciones celebradas en 1981.

La década de 1970 registró la consolidación internacional de la OLP, a la que se le reconoció un status de observador en la ONU, que por otra parte se pronunció en favor de los "derechos inalienables del pueblo palestino": autodeterminación, independencia y soberanía nacionales. La OLP se orientó hacia su conversión en un embrión de Estado y asumió una consolidación de sus instituciones, entre las que se cuenta en lugar privilegiado el Consejo Nacional Palestino. Pese al apoyo creciente de la comunidad internacional, la crisis interna del movimiento resistente se manifestó cuando sus sectores más moderados, y en lugar predominante al-Fatah, apoyaron la propuesta de creación de un Estado palestino, con reconocimiento del derecho de Israel a la existencia y negociaciones sobre la integración de las poblaciones desplazadas desde 1948. La respuesta de las tendencias más radicales (Frente Popular de Liberación de Palestina, Frente de Liberación Arabe...) fue la constitución del llamado "frente de rechazo", en oposición a cualquier tipo de negociación con Israel. En 1976, por otra parte, los palestinos hubieron de librar en el Líbano un conflicto militar que los enfrentó, del lado de las formaciones de la izquierda libanesa, a la derecha maronita- la intervención siria evitó un triunfo palestino -progresista, pese a lo cual los fedayin se mantuvieron en el sur del país, donde en los años siguientes serían constantes sus choques con las milicias proisraelíes de Haddad y con el propio ejército israelí. El conflicto tuvo una continuación en 1982, cuando Israel, con el doble propósito de acabar con la dirección de la OLP y convertir el Líbano en un estado bajo control, ocupó la mayor parte del país. Mientras Siria permitía el enfrentamiento directo entre palestinos e israelíes, éstos últimos y sus aliados locales se entregaban a una durísima represión de la que son buenos ejemplos el bombardeo indiscriminado de Beirut y las matanzas de población civil en los campos de refugiados de Sabra y Chatila. Aunque la ofensiva israelí se saldó con la evacuación de los grupos armados palestinos, a la que siguieron la firma de un acuerdo israelolibanés, la retirada de las tropas invasoras y la decisión de emplazar fuerzas internacionales en las líneas de frente, no pudo dar cuenta de su objetivo principal, esto es, la creación de un estado títere en el Líbano. Los primeros beneficiarios de la campaña militar fueron, por el contrario, los movimientos de resistencia chiitas, abiertamente opuestos a Israel. El conflicto del Líbano, que produjo el desplazamiento de medio millón de personas en su mayoría refugiados, hizo que recobrara vigor, por otra parte, la contestación interna en el Estado sionista.

Los términos actuales del enfrentamiento

En Israel gobierna desde 1985 una coalición formada por el Likud y el Partido Laborista. Las posiciones de las distintas formaciones partidarias con respecto a la política que debe seguirse en los territorios ocupados en 1967 son diversas. La resolución de este problema es decisiva cara a la celebración de una conferencia internacional de paz, acogida las más de las veces con abierta oposición por parte del Likud y con ciertas reticencias por los laboristas, más inclinados a establecer acuerdos separados con los estados árabes, y en primer lugar con Jordania.

Para los sectores religiosos y conservadores, los territorios ocupados forman parte del "Gran Israel" y no deben ser objeto de devolución. Por lo que respecta a los laboristas, consideran que esos territorios deben ser utilizados como elemento de negociación que permita obtener garantías en el plano de la seguridad. Tan sólo los movimientos de la izquierda israelí reconocen el derecho de los palestinos a constituir un Estado, cuando no se pronuncian abiertamente por una "autodisolución" de Israel en beneficio de un Estado no confesional en toda Palestina.

De cualquier modo, la colonización de los territorios ocupados ha seguido hacia adelante, en forma de confiscación de tierras, otrora "propiedad" del estado jordano o de refugiados árabes a los que no se permite retornar, con expropiaciones por motivos militares, de seguridad o de "interés público". En 1982 había en Cisjordania 20.000 colonos israelíes, a los que se agregaban los 60.000 nuevos habitantes de Jerusalén Este. Con todo, la población de esos territorios sigue siendo árabe en su casi totalidad, circunstancia que coloca a la política israelí ante un difícil dilema: no parece posible, aunque fuera deseable, deportar a toda la población palestina -sus altos índices de natalidad la harían mayoritaria en el año 2.000 o 2010- y asumir la anexión de Cisjordania y Gaza, y, por otra parte, no es deseable, aunque sea perfectamente posible, el establecimiento de un Estado palestino, que Israel percibe como un grave peligro para su seguridad. Aunque las fuerzas políticas israelíes muestran disensiones a este respecto, su consenso en lo referente a la utilización como mano de obra barata de los árabes de los territorios ocupados es completo. Se ha estimado que el número de éstos que trabajan en Israel en condiciones de sobreexplotación es de unos 70.000, ocupan el estamento social inferior, por debajo de los "árabes israelíes", de los judíos de origen sefardí y de los restantes ciudadanos.

Los Estados Unidos han prestado un apoyo incondicional a la política israelí, pese a haber mostrado algunas prevenciones en lo que atañe al proceso de colonización de Cisjordania y Gaza, y a la intervención en el Líbano en 1982, probablemente con la perspectiva de no granjearse la enemistad de Arabia Saudí y Egipto. El acceso de Israel al club nuclear y su participación en la Iniciativa de Defensa Estratégica son otros tantos elementos que configuran el nuevo marco de relaciones entre israelíes y norteamericanos. La confluencia de la política intervencionista estadounidense en el Tercer Mundo y las capacidades -realización de "trabajo sucio", reexportación de armas, formación de técnicos en el terreno de la contrainsurgencia- demostradas por Israel es evidente. Entre tanto, la Unión Soviética, condenada durante años a padecer los cambios de política de sus aliados en la zona, Siria y Libia, parece estar rompiendo su aislamiento de la mano de una aproximación a los estados más moderados del área y de un apoyo decidido a la celebración de una conferencia internacional de paz.

En abril de 1987, con ocasión de una reunión del Consejo Nacional Palestino celebrada en Argel, la OLP realizó avances decisivos en su proceso de reunificación. Quedaba así aparentemente superada una crisis a la que no era ajeno el acuerdo firmado, y posteriormente derogado, por su máximo dirigente, Yasir Arafat, y el rey Hussein de Jordania en 1985. En virtud de ese acuerdo se abría la posibilidad de que los palestinos negociasen con Israel en el marco de una delegación jordana. La recuperación orgánica de la OLP ha ido acompañada de un fortalecimiento de su papel en los territorios ocupados y de la aparición, por vez primera, de un germen de integrismo islámico en algunas de sus facciones y movimientos de apoyo. Aunque la posición internacional de la OLP ha mejorado sensiblemente, con un Egipto cada vez más interesado en reanudar relaciones con sus vecinos árabes, los contenciosos que enfrentan a la máxima organización palestina y a Siria mantienen todo su vigor.

La agudización de la represión israelí en los territorios ocupados y la penosa condición económica y social de la población palestina, en un entorno en el que se encuentran algunos de los países del mundo que más gastan en defensa, están en el origen de los acontecimientos registrados en Cisjordania y la franja de Gaza. La llegada del laborista Yitzhak Rabin al ministerio de Defensa israelí se ha traducido en un incremento de la represión. Esta, por lo demás, no había cesado en ningún momento, como lo ponen de manifiesto los informes de Amnistía Internacional que denuncian la práctica de la tortura y la inexistencia de garantías legales. Las cifras barajadas para el periodo 1967-1986 son de más de 2.000 deportaciones, 250.000 personas detenidas o sometidas a interrogatorios, y 1.400 viviendas demolidas. Las posibilidades de proceder a una reunificación de las familias palestinas son, por otra parte, nulas, por cuanto los residentes en el exterior no pueden regresar. Además, algunos sectores conservadores del establishment político israelí habrían empezado a considerar la perspectiva de la expulsión masiva de los habitantes de los territorios ocupados. Entre tanto, las condiciones de vida de la población palestina de estos territorios no han dejado de deteriorarse. La renta por cápita anual en la franja de Gaza es de unos 750 dólares, frente a los 5.200 de que dispone por término medio un ciudadano israelí, a ello se unen las trabas para la constitución de empresas en los territorios ocupados y el apoyo decidido que Israel concede a las colonias judías y que niega de manera sistemática a la población árabe, reacia a los reasentamientos y decidida a volver a sus lugares de origen. La solidaridad de los palestinos que quedaron bajo la soberanía del Estado sionista en 1948 se ha puesto de manifiesto repetidas veces en el curso de los últimos meses y el movimiento generalizado de desobediencia civil ha colocado a las autoridades israelíes, acostumbradas a hacer frente con gran eficacia a ataques armados en una situación extremadamente precaria a la que no han querido dar otra respuesta que la represión.

Conviene recordar, por último, que el conflicto que enfrenta a israelíes y palestinos, y en el que de forma eventual participan los estados árabes de la región, sólo tiene parcialmente una naturaleza racial o religiosa. Pese a sus pretensiones, Israel no representa en forma alguna al pueblo judío considerado globalmente, sino tan sólo a una parte de la comunidad hebrea decantada por un movimiento ideológico concreto, el sionismo. El papel que el Estado de Israel desempeña como punta de lanza de una política neocolonialista, en el Oriente Medio y en otras partes del globo, es el producto de la asociación entre ese movimiento y los intereses de una potencia hegemónica, los Estados Unidos; por ello, en forma alguna puede hacerse responsable de esta situación, y con ella de la política racista y discriminatoria desarrollada por Israel, al pueblo judío. La creación de un Estado no confesional, libre y soberano, en el que, sin distinción de raza ni de relación, convivan en paz hebreos y árabes, musulmanes, judíos y cristianos, sigue siendo, ahora como en 1948, la perspectiva más razonable.