“Se trata de una pequeña bala del fusil M-16. Una, una sola, basta para matar a un hombre: no es necesario disparar a ráfagas. Ello es posible porque viaja a una velocidad muy cercana a la del sonido, y mientras viaja está siempre en el límite del equilibrio. Cuando llega a su destino no se para en la carne como hace una bala honesta, no, y ni siquiera atraviesa un brazo o una pierna no; ésta gira sobre si misma, se retuerce, rasga y corta y en bien pocos minutos vacía toda su sangre. ¿Sabes por qué hay tan pocos heridos entre los vietcong? Porque normalmente los vietcong resultan heridos por los M-16 y, por consiguiente, no permanecen demasiado tiempo heridos: mueren siempre. Ten, aquí tienes la balita: llévatela contigo a Nueva York, como recuerdo.
Mientras la admiras piensa que fue estudiada durante mucho tiempo. Inicialmente no lograban encontrar la pólvora adecuada, pero luego la hallaron finalmente: se trata de pólvora Dupont, porque la Dupont no deja residuos dentro del fusil...”
“Coge la balita y admírala. Realmente está bien hecha. ¿Quién la habrá inventado? La inventó un hombre. Un día ese hombre se puso a ello con su paciencia, su ciencia, su fantasía, su tecnología calculó forma, peso, velocidad, trayectoria, momento de impacto, y tras todos esos cálculos realizó un diseño, escribió un proyecto y lo ofreció a un industrial. Y el industrial lo examinó con interés, llamó a sus técnicos y les pidió que realizaran un prototipo de prueba de la balita, pero con el mayor secreto, no fuera que otro industrial les robara la idea. Y lo hicieron,
vaya si lo hicieron. Después, llevaron bien contentos la bala al industrial que la guardó como si fuera una esmeralda, un zafiro y dijo: Ahora, veamos si funciona. Se realizó el examen y se disparó la bala. ¿Contra quién? ¿Contra un perro, un gato, un trozo de chapa metálica?
Ciertamente, no contra un hombre. Yo, sin embargo, hubiera escogido un hombre: el inventor por ejemplo, o el propio industrial, o a ambos. Y, no obstante, el inventor y el industrial están intactos; el industrial reunió alrededor de su mesa de caoba a su consejo de administración y les mostró la balita. Les propuso patentarla para producir miles de millones de balas para el ejército, que las usaría en Vietnam. Y el consejo de administración lo aprobó”.
Font: Oriana Fallaci, Niente e cosi sia, Milán, Rizzoli, 1969. |